NUEVOS SANTOS PARA UN NUEVO MUNDO DE FE

Por Monseñor JOSÉ H. GOMEZ, Arzobispo de Los Ángeles

El siguiente texto es una adaptación de un discurso que el Arzobispo Gómez pronunció en el Desayuno de Oración anual patrocinado por la Arquidiócesis de Galveston-Houston, el 26 de julio.

Quiero hablarles acerca de tres puntos básicos. El primero es éste: América fue fundada por santos, misioneros y místicos.

Hemos de recordar que nuestra historia no empezó con la política o la guerra. Al principio, América fue un proyecto espiritual. En el siglo 16, América era la tierra de misión más importante de la Iglesia. La Iglesia creía que esta tierra —desde la parte superior de lo que ahora es Canadá hasta el extremo de lo que ahora es Argentina— era el Mundus Novus, el “Nuevo Mundo” que Jesucristo había prometido.

Lo hemos olvidado ahora, pero al principio ¡había una gran expectativa utópica acerca de América! Shakespeare lo llamó “el admirable nuevo mundo.” Desde los místicos y Papas hasta los católicos ordinarios, ¡toda la gente estaba leyendo acerca de los misioneros, y orando para que éstos se multiplicaran! Había inclusive gente “famosa”, como Santa Teresa de Ávila, que estaba orando por los misioneros.

Hay otra gran monja española que quiero mencionar: la Venerable María de Ágreda. Sor María tiene una historia verdaderamente sorprendente, que muy pocos americanos parecen conocer. Aunque ella nunca abandonó su pequeño pueblo en España, tiene una profunda conexión espiritual con la evangelización inicial de Texas.

Ella narra cómo fue transportada en espíritu más de 500 veces a Nuevo México, Arizona y el oeste de Texas. Los nativos de esas regiones testificaron más tarde ante los misioneros que habían sido visitados por una “dama vestida de azul” que les enseñó acerca de Jesús. Dijeron que ella hablaba en español, pero que ellos le entendían en su lengua nativa.

La historia de Sor María y sus escritos inspiraron a toda una generación de misioneros.

El gran apóstol de Texas, el Venerable Antonio Margil de Jesús, afirmó que él se hizo misionero a causa de Sor María. El Beato Junípero Serra, el Apóstol de California, dijo lo mismo. De hecho, el padre Serra traía sólo dos libros cuando vino a América: la Biblia y el libro de la Venerable María, La Mística Ciudad de Dios.

Hemos de recordar —incluso en este tiempo secular y científico— que Dios tiene un plan para la historia tal como tiene también un plan para cada una de nuestras vidas. El Beato Papa Juan Pablo II, que pronto será San Juan Pablo II, escribió en su último libro: “La historia de todas las naciones está llamada a ocupar su lugar en la historia de la salvación”.

En la historia de las naciones, Estados Unidos tiene un principio espiritual. Y los santos, misioneros y místicos son los verdaderos fundadores de este país.

Gente como Antonio Margil y Junípero Serra. Gente como el Padre Damián Manzanet, que fundó San Antonio, y el padre jesuita Eusebio Kino, que evangelizó Arizona.

Estos fueron los primeros gigantes del espíritu norteamericano. Ellos introdujeron la agricultura, la industria, la educación y el gobierno. Ellos cambiaron la cultura, enseñando la fe cristiana a través de las artes: de la música, de la danza, del teatro, de la pintura. Ellos defendieron los derechos humanos basándose en las enseñanzas del Evangelio. E hicieron todo esto mucho antes de la Revolución Americana.

La historia de Norteamérica puede narrarse, en cada momento, a través de las vidas de los santos americanos. Nuestros santos han sido misioneros, han sido santos inmigrantes, santos que vinieron de otro lugar para difundir el Evangelio en este país. Nuestra nueva santa americana, Sta. Marianne Cope vino de Alemania. Sta. Francisca Xavier Cabrini vino de Italia. Sn. Théodore Guérin vino de Francia, al igual que Sta.Rose Philippine Duchesne.

Por supuesto, hay excepciones: Sta. Kateri Tekakwitha, nuestra primera santa nativa estadunidense, así como también Sta. Katharine Drexel y Sta. Elizabeth Ann Seton, que nacieron aquí. Pero ése es el punto que quiero destacar. Norteamérica siempre ha sido una tierra de misioneros y de santos.

Mi segundo punto es el siguiente: Los Estados Unidos de América, según fueron fundados, los Estados Unidos que conocemos, están cambiando. Y están cambiando rápidamente.

Creo que todos nos damos cuenta de que con las reglamentaciones del Tribunal Supremo del mes pasado acerca del matrimonio, estamos entrando en una especie de territorio desconocido.

Los Estados Unidos de América se están convirtiendo en un país diferente en muchas maneras. Y esto ha estado sucediendo por un tiempo largo. Estas decisiones recientes de la corte son parte de un prolongado patrón cultural de secularización y de decadencia espiritual. Estamos perdiendo nuestra “historia,” americana perdiendo nuestras raíces en el Evangelio.

Los hombres que escribieron nuestra Declaración de Independencia y nuestra Constitución no eran santos, misioneros o místicos. Ni siquiera eran cristianos ortodoxos en su mayoría. Eran más bien hombres, fruto de la Ilustración, que se jactaban de confiar más en la razón que en la fe.

Pero ellos llevaban dentro de sí mismos una básica visión cristiana del mundo. La misma visión básica que tuvieron los misioneros antes que ellos. Los documentos fundacionales de nuestra nación reflejan esa visión del mundo.

Las instituciones estadunidenses asumen que Dios es nuestro Creador y Juez, y que existe una “ley natural”. Ellas asumen que todos los hombres y mujeres son creados iguales y que Dios nos da a todos derechos “inalienables”. Nuestra Constitución reconoce que la religión organizada es importante para la sociedad, tan importante que el gobierno no tiene por qué decirle a la gente lo que debe creer o interferir con la manera en que viven sus creencias.

Esta idea de que Estados Unidos es “una nación bajo la guía de Dios” es lo que estamos perdiendo. Estamos viviendo actualmente en una sociedad altamente secularizada. Estamos viviendo en un país en el que millones de personas, inclusive muchos de nuestros líderes políticos, económicos y culturales, no reconocen ninguna necesidad de Dios o de los valores religiosos.

No sabemos lo que sería de este país sin la creencia en Dios. Es algo que nunca se ha intentado antes. Y éste es el reto al que nos enfrentamos como creyentes y como Iglesia. Ya ahora se está haciendo más difícil para la Iglesia el llevar a cabo su misión. Ya podemos ver al gobierno presentando exigencias y presionándonos para que cedamos en nuestras creencias.

Entonces, tenemos la gran tarea de cambiar esta cultura. Esto va a requerir, por parte de los laicos católicos, el tener la gracia, el valor y una formación y compromiso reales.

Pero la historia de Estados Unidos no ha terminado. Dios todavía está involucrado en nuestras vidas. Y tenemos que creer que Dios todavía está comprometido con la historia de nuestra nación. Pero lo que suceda en los siguientes capítulos depende en gran medida de nosotros.

Esto me lleva a mi tercer y último punto: El alma de Estados Unidos sólo será renovada por una nueva generación de santos, misioneros y místicos.

Estados Unidos es nuevamente un territorio de misión. Un lugar que necesita escuchar la buena nueva de Dios, la buena nueva de Jesucristo. Necesitamos nuevos misioneros, nuevos santos, nuevos místicos para hacer de éste un Mundus Novus, un nuevo mundo de fe.

Estamos llamados a ser esos nuevos misioneros. De eso se trata la nueva evangelización.

Sabemos que Estados Unidos necesita convertirse. Sabemos que Estados Unidos necesita una renovación. Eso no sucede ganando juicios o elecciones. Ante todo, tenemos que cambiar la cultura de este país, de corazón en corazón, de alma en alma. Empezando por nosotros mismos.

Nuestro país sólo va a regresar a Dios a través de testigos. La nueva evangelización no se trata de “instrucción” o de “adoctrinamiento”. Se trata de testimonio.

Todos sabemos que los mejores maestros son aquéllos que practican lo que predican. Todos hemos oído esa frase sobre San Francisco de Asís que dice que “Él predicó el Evangelio, a veces usando palabras”. De esa forma es como necesitamos vivir. Y lo hacemos viviendo nuestra fe en Jesús con optimismo y alegría.

A veces, cuando hablamos de la necesidad de santos, la gente piensa que eso no es para ellos. ¡Pero eso no es cierto! ¡Todo cristiano está llamado a ser un santo! Ésa es la enseñanza básica del Nuevo Testamento. Todos estamos llamados a la santidad, a ser santos. Para eso nos hizo Dios.

Así, en el principio mismo de nuestro país hubo santos. Y a lo largo de los siglos, Dios nos ha seguido enviando santos, ha seguido haciéndolos surgir de nuestra tierra americana. Ahora, en el siglo 21, necesitamos una nueva generación de santos y misioneros. Y necesitamos santos que sean “místicos”. Con esto no me refiero a gente que experimente éxtasis o que sea transportada en espíritu como la Venerable María de Ágreda.

Los místicos son aquéllos que son conscientes de que en todo momento estamos en la Presencia de Dios. De que en cada momento tenemos la oportunidad de servirlo a Él.

Ésa es la misión de ustedes en la Iglesia. Ser santos y místicos. Eso es lo que Dios espera de ustedes. Una unidad de vida. La fe que profesan en la Iglesia los domingos tiene que ser vivida en el mundo durante el resto de la semana. Ustedes tienen que “santificar” su trabajo. Eso significa que tienen que ver todo lo que hacen como un servicio de amor, de amor a Dios y a su prójimo.

Tenemos que recordar que la mayoría de los santos que fundaron América son desconocidos para nosotros. Sus nombres han sido olvidados hace mucho tiempo. Pero Dios no los olvidará.

Sucederá lo mismo con la nueva evangelización. Todos nosotros deberíamos estar tratando de ser “santos desconocidos” de la nueva evangelización. Santos y misioneros que cambien a América persona por persona, día por día. Santos y misioneros cuyos nombres pueden ser conocidos sólo por Dios y por las personas que nos rodean. Por las personas de nuestras familias, del trabajo, de nuestros barrios y comunidades. Todas las personas que van a encontrar el amor, la compasión y a Dios por medio de nuestro testimonio del Evangelio.

El gran apóstol de Texas, el Venerable Antonio Margil de Jesús, acostumbraba firmar todas las cartas que escribía poniendo: La misma nada. Eso es una hermosa muestra de su humildad que debería ser una inspiración y un ejemplo para nosotros.

Los desafíos que enfrentamos son grandes. Pero Dios es más grande. Estamos llamados a ser fieles, estamos llamados a seguir a Jesús y a amar como Él amó. El éxito y el crecimiento están en las manos de Dios. Entonces, perseveremos en nuestra vocación a ser santos. Para ser santos, misioneros y místicos de la nueva evangelización.

Permítanme terminar con unas cuantas palabras del gran Apóstol de Texas. Ésta es una oración que él escribió en agosto de 1723. Creo que todavía tiene sentido para nuestra misión actualmente:

Que Jesús y su muy Dolorosa Madre vivan en nuestros corazones.

Y que ellos nos preserven, Padre,

para nuestro consuelo, luz y ejemplo,

para que podamos ser apóstoles activos y verdaderos,

Apóstoles de estos tiempos,

para llevar a Jesucristo a este Nuevo Mundo.

Amén.

El nuevo libro del Arzobispo José H. Gómez, “La inmigración y la América por venir”, está disponible en la tienda de la Catedral de Nuestra Señora de los Ángeles. (www.olacathedralgifts.com).

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