NUESTRA PEREGRINACIÓN POR EL DESIERTO DE LA CUARESMA
Por Monseñor JOSÉ H. GOMEZ Arzobispo de Los Ángeles
Nuestra vida cristiana es una peregrinación de fe. Se trata del seguimiento de Jesucristo por el desierto de este mundo hacia la tierra prometida del Reino de los Cielos. Se trata de ir dondequiera nos llame nuestro Padre y nos conduzca su Espíritu. Aún a lugares a los que no quisiéramos ir, o en donde nunca hubiéramos esperado encontrarnos.
La Cuaresma nos recuerda que necesitamos crecer cada vez más en virtud y santidad, para que así tengamos la fortaleza que necesitamos a lo largo del camino de nuestra peregrinación.
Por esto comenzamos cada Cuaresma reviviendo el tiempo que Jesús pasó en el desierto. Es importante recordar que el Espíritu condujo a Jesús al desierto inmediatamente después de su Bautismo en el río Jordán. Esto nos dice algo sobre el patrón que deberíamos seguir en nuestras propias vidas, sobre nuestro propio camino espiritual como hijos de Dios.
Recuerden que en el Bautismo de Jesús, el Espíritu descendió y la voz del Padre declaró: “Este es mi Hijo amado”.
Esto es lo que acontece en cada Bautismo. Somos ungidos con el Espíritu y hechos hijos e hijas de Dios. Después de eso, somos enviados al desierto de nuestro mundo, así como Jesús, para servir a nuestro Padre; para ser sus hijos santos; para contar a otros que Dios está vivo y que su amor es real.
El hermoso mensaje de Cuaresma es que nunca estamos solos en el desierto de nuestro caminar de fe. Todo lo que enfrentamos en nuestra vida, Jesús ya lo ha enfrentado.
Los Evangelios nos revelan esta realidad en muchas sencillas escenas. Aprendemos que Jesús ha compartido todas las alegrías y satisfacciones humanas. Las alegrías de la vida familiar y de la amistad. Las alegrías de la oración, del culto y de la relación con Dios. La satisfacción por el trabajo duro y bien hecho.
La Cuaresma nos recuerda que Jesús también conoció las dificultades y asperezas de la condición humana. En el desierto, Jesús compartió nuestras tentaciones y pruebas. Él fue tentado a dudar de las promesas de Dios. Él fue tentado a perder la confianza de que Dios está a cargo de la creación y de que Él tiene un plan para nuestras vidas y nuestro mundo.
Las disciplinas tradicionales de Cuaresma –el ayuno, la limosna y la oración- son medios para unirnos más estrechamente a Jesús.
En nuestra liturgia de Cuaresma oramos: “Padre… que nuestras privaciones cuaresmales nos ayuden a darte gracias, a humillar nuestra soberbia y a realizar obras de misericordia, para que así podamos imitarte en tu bondad”.
Los hijos aprenden imitando a sus padres. Y en nuestra vida cristiana, aprendemos a imitar a nuestro Padre imitando a su Hijo unigénito. Jesús nos muestra el rostro de nuestro Padre y el camino para vivir como santos hijos e hijas de Dios.
Como sabemos, muchas veces podemos convertirnos en nuestros peores enemigos: podemos ser egoístas y egocéntricos; podemos hablar demasiado, o comer y beber de más; podemos perder mucho tiempo buscando comodidades y diversión; podemos estar demasiado apegados a las cosas materiales. Otras veces, hasta podemos ser esclavizados por nuestros propios deseos.
A través del ayuno, de la limosna y de la oración, encontramos un camino para romper todas las cadenas que creamos para nosotros mismos. Por su gracia, aprendemos a negarnos a nosotros mismos y a nuestras necesidades. Y así nos damos cuenta de que podemos abrir nuestro corazón a Dios y nuestras manos para ayudar a nuestro prójimo.
A través de las disciplinas Cuaresmales aprendemos a vivir según la verdad que Jesús nos enseñó. Pedimos al Padre por el pan de cada día, confiados en que nos lo dará. Tocamos a la puerta del Cielo con nuestras oraciones, sabiendo que Él nos abrirá. Ayudamos a los más pequeños de nuestros hermanos y hermanas, sabiendo que el amor que les mostramos a ellos, lo mostramos a Jesús.
Los Evangelios nos dicen que cuando Jesús estaba en el desierto, fue alimentado por la Palabra de Dios, y los ángeles vinieron y le sirvieron. Esas son hermosas imágenes que nos recuerdan nuestra propia vida en su Iglesia Católica.
A lo largo de nuestro peregrinar por el desierto de este mundo, Jesús está siempre con nosotros en su Iglesia. Él nos da nuestro pan de cada día, en la Palabra que viene de la boca de Dios; en el Pan de los Ángeles que recibimos en la Sagrada Eucaristía. Él perdona nuestros pecados en el sacramento de la Reconciliación.
En esta peregrinación por el desierto de Cuaresma que empezamos el Miércoles de Ceniza, oremos unos por otros.
Y pidamos a nuestra Santísima Madre María que esta Cuaresma sea para cada uno de nosotros un tiempo de penitencia, purificación y conversión, mientras buscamos imitar a su Hijo.
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