“NECESITAMOS ENFOCARNOS EN LAS ALEGRÍAS DEL SACERDOCIO, ESE ESPÍRITU DE SACRIFICIO Y DE SERVICIO”
Entrevista con el Padre Gustavo Castillo, párroco de Santa Francisca de Roma en Azusa
Incluso antes de nacer, Gustavo Castillo ya había sido bendecido por el poder de la oración. Aún estando en el vientre de su madre ésta enfermó y pensó que el quinto de sus ocho hijos nacería con algún defecto o problema. Rezó mucho durante el embarazo y cuando Gustavo vino al mundo y su madre vio que estaba sano, dio gracias a Dios y siempre dijo que en este niño había algo diferente a sus hermanos.
Gustavo Castillo nació en Tecolotlan, Jalisco, México. Era el quinto de ocho hermanos, siete hombres y una mujer, y eso “especial” que su madre vaticinó en él lo ha llevado por caminos diversos, a otro país, pero siempre en dirección a cumplir con su vocación de servicio a los demás.
“En mi familia inmediata soy el único que se ha dedicado a la vida religiosa” dice a Vida Nueva el hoy sacerdote Gustavo Castillo, administrador de la iglesia Saint Frances of Rome (Santa Francisca de Roma), en Azusa, de la que ya ha sido nombrado párroco, cargo que será oficial a partir de septiembre. Cree, dice, que debe su vocación al poder de las oraciones de otra mujer, su bisabuela: “Mi bisabuela pedía un sacerdote y una religiosa en la familia. Era una persona de mucha fe que daba de comer a los sacerdotes cuando iban a nuestro rancho a celebrar la misa. Pues la religiosa se le concedió pronto -una tía que tiene ya más de 40 años de servicio-, pero por el sacerdote tuvimos que esperar un poco más”, explica en tono divertido. Y es que su vocación no siguió una línea recta.
El niño Gustavo era como cualquier otro, con travesuras y juegos, aunque siempre sintió una inclinación especial: le llamaba la atención la oración. Por iniciativa propia buscaba libritos de novenas o de santos y después de hacer la Primera Comunión a los 6 años de edad -“fue a temprana edad porque, como tenía hermanos mayores, siempre me les pegaba, siempre andaba con ellos y aprendí pronto el catecismo”- y la catequista no vio la necesidad de hacerle esperar. Inmediatamente empezó a servir de monaguillo e incluso llegó a pedirle a su madre que lo regalara a la Iglesia. “Pues cuando estés grande decide por ti mismo, lo que tú quieras”, le respondió su progenitora.
Ya entonces quería servir a la iglesia en lo que pudiera. “Me gustaba mucho todo lo de la iglesia, aunque ya había aprendido el catecismo seguía ayudando a limpiar la iglesia, fuera lo que fuera. De chico no tenía mucha conciencia del amor de Dios, pero había algo que ahí me tenía. Era como un imán”, dice hoy el padre Castillo.
A los 13 años, se hizo catequista de los niños más pequeños, inspirado por la alegría y el entusiasmo de los seminaristas que iban a ayudar en el catecismo a su parroquia. Reconoce que no sabía mucho. “Un día de los Reyes Magos no nos podíamos acordar de los nombres de los tres reyes, pero ahí estábamos organizando su Posada a los niños, con juegos y todo”, relata a modo de anécdota.
CAMBIO RADICAL
En 1990 la familia llegó a Estados Unidos tras esperar 12 años para que se aceptara su solicitud de migración. Casi todo el resto de la familia estaba ya en este país. Un familiar inmigró a toda su familia.
Tenía 15 años, una edad difícil para cambar de costumbres, idioma y geografía en medio de los sentimientos contrarios propios de la adolescencia. Se enroló en la secundaria de Santa Mónica.
“Como muchos adolescentes pasé por esa etapa de enfado, de confusión, de que no sabía lo que quería. El ambiente de la iglesia era muy diferente. Aquí la gente al terminar se iba cada uno a sus automóviles, no había ambiente de comunidad y luego el ambiente de iglesia era muy diferente. No quería ir a la iglesia, de los 15 a los 18 años tuve un alejamiento. Ponía cualquier excusa para no ir a misa. Mi actitud cambió mucho, estaba siempre de mal humor. Me decían qué tenía una actitud muy difícil, pero ¡claro!, era la confusión de que no me sentía en paz”, dice el padre Castillo.
DIOS NO NOS SUELTA
Pero, igual que la adolescencia es temporal, el “distanciamiento” de la Iglesia también iba a quedar atrás. Al llegar el momento de elegir el lugar para sus estudios superiores, el joven Gustavo solicitó ingresar en varias universidades religiosas, católicas y protestantes, porque volvió a sentir ese algo que lo atraía de niño a la Iglesia. Su meta era ser médico, pero luego renunció a esta carrera por no contar con los medios económicos.
“Siempre fui buen estudiante, saqué buenas calificaciones. Entonces una vez que me gradué de la secundaria me ofrecieron una beca para ir a un colegio católico (Saint Meinrad) en Indiana. Me aceptaron y me dieron una buena beca. Fue el único colegio que visité. Me gustó mucho. Me recordaba mi país, pues estaba rodeado de campos de maíz, se me hacía muy tranquilo, bonito. Me parecía que podía concentrarme en mis estudios porque era un colegio sólo para hombres, que fue primero seminario, pero que luego lo abrieron para estudiantes regulares.
“Recuerdo que en el recorrido el guía me dijo: ‘Está bien, pues aquí uno va a misa todos los días y aprende uno de Dios’. Yo le dije: ¡Cómo que todos los días!, si yo no voy ni los domingos!’”. Como tenía la beca a Sainte Meinrad, seguro de que “de algún modo saldré adelante”.
En ese centro, donde trataban a todos como seminaristas y tenían que ir a misa todos los días, además de tener un asesor espiritual y la tarea de dar servicio a la comunidad como ministerio, el ex monaguillo y catequista se graduó en Psicología y en Literatura Española.
La misa diaria y el ciclo de las lecturas bíblicas en la liturgia tuvieron también consecuencias que tal vez él mismo no identificó en su momento: fue reviviendo en él ese amor por la Iglesia y sus enseñanzas y así fue adentrándose en su fe y descubriendo un nuevo gusto por el servicio, por el ministerio.
“CUANDO DIOS NOS TIENE EN LA MIRA, NO NOS SUELTA”, DICE CON FE
“Cuando estaba en la secundaria trabajé como cajero en un banco, también trabajé en oficina, pero siempre iba a casa de mal humor, protestando por todo. Pero cuando estaba ayudando a los demás, en servicio a los demás, regresaba muy contento, silbando, cantando. Descubrí que eso era lo que realmente quería y me dije: ‘Si esto me hace feliz, si saco una carrera, si tengo una familia, no voy a tener mucho tiempo para ayudar a los demás. Entonces, si esto es lo que quiero, ¿por qué no intentar hacerlo de por vida?”.
Por ese motivo empezó a estudiar la filosofía. “Aunque mi especialidad era en otra cosa, tomé las clases necesarias para ir al seminario St. John, en Camarillo, California”, donde volvieron las dudas.
“Si bien al principio, como en todo, las dudas eran grandes, siempre hay una voz que ayuda a aclararlas y a tomar decisiones que pueden cambiar el rumbo de una vida”. Para el seminarista Castillo, esas voces fueron de un compañero: “No pienses qué vas a hacer en cinco años, si te vas a ordenar o no, simplemente pregúntate si estás en el lugar correcto, si estás listo para dar el próximo paso. Ya Dios te irá contestando y te irá mostrando el camino. No te preocupes por el futuro. Simplemente enfócate en el presente”. Así lo hizo y en el tercer año de estudios, cuando lo envían a su primera experiencia pastoral en una parroquia, se sintió muy en paz y decidió que ése era su llamado.
SACERDOTE Y PASTOR
La experiencia pastoral del seminarista Castillo se extendió seis meses en St. John of God, en Norwalk. Como seminarista ayudaba en todo lo que hiciera falta. “Lo que más me gustaba, aunque siempre he sido un poco tímido, era enseñar, dando temas, participando en retiros, porque las personas muchas veces tienen dudas sobre la Iglesia sobre la fe y el poder ayudarles a entender esto, a conocer a Dios, es algo que me llena”, relata.
En 2001, a los 26 años de edad, se ordenó de sacerdote para la Arquidiócesis de Los Angeles.
Su primer destino fue Santa Margarita María, en Lomita, donde estuvo cuatro años. Un sacerdote muy entregado le ayudó a superar los nervios de “novato” y a crecer como sacerdote. La comunidad, por su parte, “le tuvo mucha paciencia”.
En su segunda asignación, en la parroquia de la Epifanía, en South El Monte, debía estar cinco años, pero al cabo de un año lo nombraron administrador de una parroquia en Azusa.
“Yo estaba muy feliz allí (en el Monte) y me hubiera gustado terminar mi segunda asignación para adquirir un poco de experiencia, de madurez, pero -como prometemos obediencia- les dije que, si me necesitaban allá, estaba dispuesto”. Así llegó a Santa Francisca de Roma.
De eso ya han pasado tres años y ahora el párroco Gustavo Castillo acaba de hacer el juramento como tal y en septiembre será su instalación oficial por seis años.
“Habrá más estabilidad. La parroquia ha estado en transición por mucho tiempo, así que vamos a organizarnos y enfocarnos hacia el futuro, ver cómo podemos aplicar más el Sínodo de la Iglesia y poner prioridades pastorales hacia los próximos cinco o diez años”, indica el padre Castillo.
De los cuatro sacerdotes con los que cuenta Santa Francisca de Roma, dos están jubilados, pero siguen brindando ayuda en las labores de esta activa parroquia que sirve a cinco mil familias, el 65% de ellas de origen hispano y el 10%, filipino.
RETOS APASIONANTES
Todo en la vida tiene sus retos, sus momentos difíciles, pero, a decir del padre Castillo, la vida del sacerdote es más emocionante de lo que muchos creen. No sólo consiste en rezar todo el día o sólo oficiar misa; por ejemplo, el padre Castillo visita a los muchachos en el seminario de Camarillo donde él mismo se formó y, si bien confiesa que la vida sacerdotal es diferente a la que él esperaba, también reconoce que es algo que cada día se disfruta más.
Ahora como sacerdote, la actividad que más complace al padre Gustavo Castillo es la confesión, la forma especial de reconciliar a las personas, de ayudarlas a recibir la paz, la misericordia de Dios.
“Yo creo que pasamos muchas veces la mayor parte del tiempo aparentando, poniéndonos máscaras para impresionar, para quedar bien con los demás. Y, cuando estamos en confesión se presenta uno tal y como es. Ahí se ve la ternura, la bondad, el deseo de las personas de vivir una vida mejor y al acercarse al sacramento reciben esa gracia. Eso es lo que más me llena”, confiesa.
Por otro lado, reconoce que “algunas veces hay cosas que tal vez uno no disfrute hacer o que le cueste a uno un poco más, pero vemos la mano de Dios en eso. En lo que teme uno hacer en lo que a uno le cuesta, Dios nos bendice. Es algo que se disfruta mucho. Es bueno compartir los gozos, las tristezas de las personas. Uno no se aburre para nada”, dice y habla de la necesidad de tener más sacerdotes en general e hispanos en particular.
AÑO DEL SACERDOTE
“Dios poco a poco va respondiendo a las necesidades que tenemos y claro que el Espíritu Santo sigue trabajando en la Iglesia. Creo que este Año del Sacerdote que comenzamos es algo providencial, porque necesitamos enfocarnos en las alegrías del sacerdocio. Ese espíritu de sacrificio, de servicio.
Dios nos ha puesto aquí para sanar un poco las necesidades de los demás y qué alegría siente uno al ver sonreír a alguien a quien se le pudo hacer la vida más liviana, más llevadera”, responde el padre Castillo e indica que el Cardenal Mahony invita a través de una carta a todos los laicos a involucrarse más en la parroquia y con ello aliviar un tanto las responsabilidades del sacerdote para que éste pueda estar más presente en la comunidad.
VOCACIONES
Cuando los jóvenes están considerando las opciones hacia el futuro, dedicarse al sacerdocio ni siquiera pasa por la mente, a diferencia de otras “carreras” que se anuncian en promociones. Este año se va a tener oportunidad de hablar de ese servicio a la comunidad y de los gozos de las alegrías que se viven siendo sacerdote. “Uno se siente muy amado por la comunidad. Si tú muestras un poco de amor a la gente, ellos te van a dar el 101%’, y eso yo lo he visto. Claro, uno tiene sus momentos de soledad, pero no es algo que diga uno ¡pobrecito de mí! Uno se siente rodeado del apoyo y el cariño de la gente”, dice el párroco Castillo para concluir. VN
DETALLES
Padre Gustavo Castillo
Párroco de Santa Francisca de Roma
Azusa
* EDAD: 34 años
* COMIDA FAVORITA: italiana. Hoy en día no la puede comer mucho por problemas estomacales.
* ACTIVIDAD: “Hago ejercicio cada tres días. Antes corría, pero con el paso del tiempo mis rodillas se estaban deteriorando, ahora sólo camino y nado”.
* DEPORTE FAVORITO: No soy mucho de deportes, siempre he sido más intelectual, pero crecí con el “soccer”, aunque hoy en día me he estado metiendo más en el basketball. Los padres jubilados no se pierden un partido de los Lakers, así que yo también en los ratitos libres ahí estoy, aunque sea viendo el marcador”.
*PAÍS QUE LE GUSTARÍA VISITAR: “Me gustaría ir a Tierra Santa, estoy planeando una peregrinación para el próximo año. Me gustaría ir al continente de Asia, quizás a Vietnam. Perú también, nuestra patrona en México es Santa Rosa de Lima, hay una gran devoción a ella y también a San Martín de Porres.
* INSTRUMENTO MUSICAL: “Nunca aprendí estoy tratando de hacer un poco más de tiempo para la creatividad y estoy tratando de tocar el piano”.
* SI NO HUBIERA SIDO SACERDOTE: “Habría sido psicólogo, me ha gustado siempre el servicio a la gente, veo que la psicología (que incluso como sacerdote hay que practicarla un poco) sirve mucho”.
PADRE GUSTAVO CASTILLO:
“Nos encomendamos a sus oraciones. Yo creo que con las cosas que han pasado con los escándalos de la Iglesia es muy fácil a veces juzgar al sacerdote. Creo que hay que recordar primeramente la humanidad del sacerdote, que somos seres humanos que fallamos como cualquier otra persona. Les pedimos oraciones y también les pedimos que incluso en sus hijos los motiven a pensar en servirle a la Iglesia porque es un gozo que no se puede comparar con ninguna otra cosa”. VN
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