MUESTRA EN WASHINGTON EXHIBE EL ROSTRO AFRICANO DE MÉXICO

Llevaron los taquitos de tripitas y el menudo a México, las palabras “chamba” y “fandango”, y el ritmo zapateado del son de Veracruz, y, sin embargo, los negros pasan inadvertidos en la historia del país, según una exposición en Washington, que intenta corregirlo.

“Hay muchísima sangre africana en todo el país, en cada familia mexicana”, dijo Cesáreo Moreno, uno de los curadores de la muestra, que se exhibe en el Museo Comunitario de Anacostia, uno de los barrios negros de Washington.

La exposición, la más amplia sobre el tema realizada hasta ahora, se vale de cuadros históricos, fotografías, ilustraciones, instrumentos musicales y máscaras para relatar el dolor y la alegría de los negros mexicanos en 500 años de historia.

Se titula “La presencia africana en México: de Yanga al presente” y pretende romper la imagen de un país formado por la mezcla únicamente de europeos e indígenas.

La “tercera raíz”, la sangre africana, es el pie perdido de la trébede, tan importante como los otros dos, pues durante el período colonial había más negros que españoles.

Lo refleja en la muestra una ilustración sobre el encuentro de Moctezuma y Hernán Cortés, la génesis del México actual, en la que está presente un asistente negro.

El periplo de los de su raza en el Nuevo Mundo hispánico fue muy diferente al de los africanos que llegaron a Estados Unidos, explica Moreno, que trabaja en el Museo Nacional de Arte Mexicano en Chicago, donde se gestó la muestra.

Al contrario que los ingleses, el contacto con los musulmanes en la península ibérica durante siglos había hecho más aceptable la mixtura de sangre para los españoles, según Moreno.

“En México había posibilidad de que los negros escaparan de la esclavitud, si no ellos, las siguientes generaciones”, algo mucho más difícil en las colonias inglesas, explicó.

Para mantener el control de la sociedad colonial, los españoles establecieron un sistema de castas, que determinaba el tipo de trabajo y el lugar de residencia de las personas de acuerdo con el color de la piel.

La muestra lo explica a partir de unos cuadros del siglo XVIII de calidad casi etnográfica, que representan el entorno apropiado de cada tipo de ciudadano.

Con la independencia, la esclavitud fue abolida en 1810 y también la sociedad de castas. De ahí en adelante todo lo africano se hizo “mexicano” y se deja de documentar quién es negro.

En comparación, en Estados Unidos los afroamericanos fueron relegados legalmente incluso después de la prohibición de la esclavitud y los matrimonios interraciales todavía se ven mal en el sur del país.

Por ello, los negros estadounidenses han mantenido una identidad muy fuerte, tanto en la música, como en el vocabulario y la forma de vestir, según Moreno, que nació en Chicago de padres mexicanos.

Paradójicamente, al recibir más derechos, los negros al sur del río Bravo añadieron su color y sus especias al perol mexicano, pero la cultura distintiva que trajeron de Nigeria y de Costa de Marfil se diluyó en él.

En Costa Chica y Veracruz es donde continúan con más fuerza algunas de sus tradiciones, como la danza de La Tortuga o El Toro de Petate, recogidas en la exposición, que inició su itinerario en Chicago en 2006, ha pasado por tres museos de México y se cerrará en Washington.

Eso ha llevado a muchos mexicanos a creer que los negros sólo llegaron a esas zonas, pero en realidad trabajaron en minas y haciendas desde el Yucatán hasta Zacatecas, explicó Moreno, y sus genes conforman el mapa biológico de la nación.

En los años 50 se pusieron de moda películas con títulos como “La maldición de mi raza” y “Negro es mi color”, cuyos carteles se exhiben en la muestra, en las cuales “las personas se volvían locas cuando descubrían su ascendencia negra”, dijo el curador.

“Es como una desgracia, es algo que no queremos saber”, añadió Moreno. Aunque la verdad turbe a algunos, la exposición pretende abrir los ojos a los mexicanos sobre su “tercera raíz”. VN

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