<!--:es-->MENSAJE DE NAVIDAD 2010<!--:-->

MENSAJE DE NAVIDAD 2010

Por el Cardenal ROGELIO M. MAHONY, Arzobispo de Los Angeles

Como niños con ojos abiertos como platos esperando la llegada de San Nicolás, este año muchos de sus padres están todavía luchando para pagar la deuda de lo que “Santa” trajo por la chimenea la Navidad pasada. La crisis financiera que sacude nuestra nación ha afectado a nuestros compañeros de trabajo, familiares y amigos, y ha puesto un incalculable número de personas en los países en desarrollo alrededor del mundo, en convulsiones económicas.

En cada calle, detrás de cada puerta vive alguien que está profundamente descorazonado, si no es que desesperado. Esto puede ser originado por lúgubres predicciones económicas; el inicio temprano de una enfermedad o la pérdida de un ser querido. Especialmente en un tiempo como este podemos encontrar solaz y fortaleza en las escrituras de la liturgia de Navidad.

El deber de un centinela es esperar, estar alerta, estar al acecho para anticipar la luz y después difundir la noticia de lo que está llegando. Los centinelas de Isaías gritaron de gozo porque ellos “vieron delante de sus ojos al Señor restaurando Sión”. Ellos vieron el cumplimiento de los deseos y los sueños de Israel.

En el evangelio de la Misa de media noche está el ángel que anuncia lo que está por venir. El ángel es como un centinela, uno que está rebosante con la expectación de lo que está llegando. Él es precursor y heraldo.

Lo que el centinela y el ángel tienen en común, es esperanza. Una esperanza en la luz de lo que brilla en las tinieblas, una luz que las tinieblas no pueden extinguir. Es en esta misma luz que podemos ver lo que otros ven y escuchar solamente “de manera parcial”. Nosotros nos convertimos en centinelas de lo que hemos visto, de lo que hemos escuchado, de lo que hemos tocado. Nos convertimos en portadores de luz, de esperanza, centinelas de la presencia de Dios que ha venido y está llegando. Pero, se nos recuerda, el mundo no lo conoce, no lo ve, no puede escucharlo. Por la “gloria de nuestro gran Dios” se manifiesta al mundo de manera silenciosa y oculta, en carne humana frágil.

La apariencia del gran Dios cambia nuestras expectativas. Jesús ofrece una perspectiva diferente del Reino, señalando no el juicio, sino la esperanza para los hambrientos, para los ciegos, para los que están fatigados. ¿Podemos permitir que esta Navidad nuestras propias expectativas sean desafiadas para dejar que nuestras esperanzas se conviertan en una esperanza más profunda?

Esperanza de la más profunda, ciertamente no es la misma cosa que optimismo en que las cosas irán según nuestro deseo, o que se convertirán en lo que esperamos. En lugar de la esperanza está la seguridad de que algo vale su costo, no importa cómo pueda esto resultar. La esperanza es un sentido de lo posible. Se esfuerza hacia delante buscando un camino por delante y por detrás. Mientras menos prometedora sea la situación en la cual ponemos nuestra esperanza, más profunda es esta. La esperanza es una apertura hacia algo posible que sólo puede venir como un don, permitiendo que lo que viene a la vida no es algo hecho por nosotros. la esperanza es precisamente que tenemos que dar cuando venimos con las manos vacías, como el niño de Belén.

La Palabra hecha carne en la encarnación celebrada en Navidad, no es hechura nuestra. Si lo hubiera sido, habríamos hecho que Dios entrara al mundo como un divino Superman, que hubiera borrado todo nuestro sufrimiento de una vez, quitando toda lágrima de inmediato, cubriendo nuestras crisis personales y colectivas en un minuto de Nueva York.

Pero el que es el “resplandor” de la gloria de Dios, viene en formas inesperadas. A través de la encarnación, Dios está con nosotros en todas nuestras debilidades y quebrantos, toda nuestra incertidumbre e inseguridad. El misterio de Navidad no es solamente que Dios viene en carne humana. La Navidad es precisamente la celebración de cómo Dios se hace carne. Cristo entra en el mundo de los últimos, los más pequeños, los perdidos y los más insignificantes. He aquí que Dios mora entre nosotros, es aquí que la Palabra de Dios se habla de una manera encarnada. Cristo se rehúsa a identificarse con la realización humana, resistiendo la necesidad de poder y éxito. Este Dios no llena simplemente un hueco, o lo borra. Si no que en Cristo, Dios está presente con nosotros en medio de nuestros anhelos y nuestra necesidad. El único don verdadero en Navidad, es el conocimiento de que Dios se hace uno con nosotros en las circunstancias concretas de nuestras vidas, cualesquiera que ellas sean y sin importar cuán desesperadas parezcan.

Como centinelas que permanecen firmes en una hora que verdaderamente es muy oscura, esperamos el amanecer de una luz que ninguna tiniebla puede extinguir nunca. Después de ver con nuestros propios ojos la esperanza del mundo en los brazos abiertos de un niño, podemos unirnos a los Angeles en ofrecer una palabra de aliento a quienes están en más necesidad: “No tengan miedo, yo les anuncio buenas noticias de gran alegría para toda la gente”. VN

Share