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MEMORIAS DE PAPÁ, EL SACERDOTE

En la víspera del 10º. aniversario de la muerte del padre Tobías Romero, sus dos hijos también sacerdotes traen a la memoria cariñosos recuerdos

De entre las excepcionales “familias de sacerdotes” de la Arquidiócesis de Los Angeles, los Romero de Lincoln Heights son únicos. Ahí están los Padres Gilberto y Juan, ordenados sacerdotes para la Arquidiócesis de los Angeles en 1961 y 1964 respectivamente. Y ahí tambien está su padre, el sacerdote claretiano J. Tobías Romero, ordenado en 1975, seis años después de la muerte de su esposa.

El 4 de agosto para conmemorar el 10º aniversario del fallecimiento del Padre Toby Romero (6 de agosto de 1996), se celebrará una Misa especial a las 7:00 p.m. en la iglesia del Sagrado Corazón, que fue la parroquia de la familia, después de que se movieron aquí de Nuevo México, en los años 40. En este artículo, los Padres Gil y Juan Romero comparten memorias de su padre, el sacerdote.

GILBERTO: CORTES DE PELO, COSAS DE CASA Y EL HALLOWEEN

Apenas, después de haber pasado la etapa de la infancia, y viviendo en Taos, recuerdo que mi hermano mayor Toby, me cortó el pelo. Entonces yo tenía solamente dos años y él no sabía mucho del oficio de barbero. Imagínense la expresión de mis padres cuando ellos volvieron a la casa y vieron lo que había sucedido. Papá rápidamente se puso a minimizar la devastación.

Yo hice mi Primer grado en Alburquerque, en la escuela pública North Fourth Street, que estaba cerca de casa. Un día había un picnic de la escuela y un juego de softball en el cual jugaba papá. Cuando él le pegó a la pelota y comenzó a correr alrededor de las bases, yo sabía que había hecho un home run. Yo no me acuerdo quién jugó o el resultado final, pero recuerdo el home run de papá. Recuerdos como este permanecen en la memoria de un niño de Primer grado.

Después, en St. Mary School, era Halloween y los niños del Segundo grado estaban sentados en sus mesas con sus manos cerradas y mirando al reloj. En el tiempo de recreo –en solo media hora– todos los estudiantes iban a ponerse sus disfraces hasta la hora de salida, solo que yo no tenía disfraz.

Cuando faltaban diez minutos para el recreo, alguien llamó a la puerta. La Hermana Bernardine abrió, y desde donde yo estaba sentado pude ver a papá entregarle una bolsa café. Ella entonces me dio la bolsa. ¡Finalmente yo tenía mi disfraz de Halloween!

JUAN: PERDIDO Y ENCONTRADO

Mi primer recuerdo consciente de papá es de cuando vivíamos en Alburquerque, acompañando al sacerdote de la parroquia de la Inmaculada Concepción que vino a bendecir nuestra casa, el 16 de abril de 1943, en el octavo aniversario de mi familia. Tuvimos una gran comida y más tarde un maravilloso postre. Esto fue cuatro meses antes de mi cuarto cumpleaños.

Poco después recuerdo que jugaba a las “escondidillas” con él en la casa. Yo lo invitaba “Ahora escóndete tú papi” y él simulaba esconderse en un lugar algo obvio, como detrás de un sofá o debajo de la mesa de la cocina. Yo gritaba y reía con alboroto cuando “lo encontraba”.

Un día me di cuenta de que papá verdaderamente desapareció. Yo no recuerdo haberme despedido de él, y lo extrañaba. Finalmente supe que se había ido a California para trabajar para la fábrica de aviones Lockheed, a causa de la guerra. Cuando llegamos a Los Angeles unos meses después, papá nos saludaba con lentes de sol y agua salada pegajosa. ¡Qué California!

JUAN: MOVIÉNDOSE Y DEAMBULANDO

A pesar de que papá trabajaba en Burbank, mis padres eligieron para vivir Lincoln Hights, porque vivíamos justo a una cuadra de nuestra parroquia, el Sagrado Corazón, la cuarta parroquia más antigua en la Arquidiócesis de Los Angeles. Después de dos años, en agosto de 1945, nos cambiamos a Workman Street, una cuadra al oeste del Sagrado Corazón. Ahí tuvimos el hogar de la familia por más de 50 años.

Hasta que papá compró un auto en 1950, él se iba al trabajo en autobús. Con frecuencia, cuando volvía a la casa, yo ya lo estaba esperando a una cuadra o algo así de la casa, para contarle lo que había pasado en el día (las travesuras que Gil había hecho durante el día) y para que me diera cinco centavos para un dulce. Cuando la “inflación” impactó mi joven vida, me daba pena pedirle seis centavos, pero papá era generoso para ayudarme con el nuevo gasto.

GILBERTO: LAS NALGADAS

Todos sabemos que a los hermanos mayores con frecuencia se les encarga que cuiden de sus hermanos menores. Papá me encomendó a mi hermano Juan a mí. Un día, una moderna motocicleta negra aceleraba a lo largo de la calle. Preocupado de mi obligación paternal, le dije a Juan que se quedara en nuestro césped del frente, mientras yo cruzaba la calle para ver mejor. Pero Juan me siguió y al cruzar la calle se resbaló y se cayó mientras pasaba un carro. Afortunadamente el chofer lo vio y con un rechinido pudo frenar.

Papá salió disparado de la casa al sonido del rechinido para ver qué estaba pasando. Cuando vio a su hijo tirado en la calle y un carro cerca de él, pensó lo peor. Ahí estaba yo, al otro lado de la calle, paralizado por lo que estaba pasando. Después de que papá y el chofer aclararon las cosas, llegó mi turno de explicar porqué yo no había sido más cuidadoso con mi hermano. La lección de esos días fue unas nalgadas. A pesar de que no fueron dolorosas, me di cuenta de que a mi papá le dolieron más que a mí.

JUAN: EXPLORANDO Y MANEJANDO

Nosotros vivimos una niñez relativamente idílica: nuestros padres verdaderamente se amaban, y los tres hijos –Toby Jr., Gil y yo– podíamos hacer cosas juntos, aun pelear de cuando en cuando (una mañana de Navidad, los chicos nos pusimos los guantes de box). Nuestra vida estaba centrada en la escuela y la iglesia, las rutas del periódico y los deportes. Los tres muchachos fuimos acólitos y Boy Scouts.

Papá nos acompañaba mucho y nos animaba en cada etapa. Cuando yo llegué a la edad de los Cub Scouts (Cachorro explorador), él comenzó una mochila de Cub en la parroquia. Gil fue mi den chief (jefe de guarida) y mamá mi den mother (madre de guarida). Los tres ganamos nuestro premio religioso de los Scouts Ad Altare Dei, y nos convertimos en Eagle Scouts (Aguilas exploradoras). Toby, quien fue durante cuatro años mi senior, fue el primer Eagle de nuestra tropa 600.

Papá me enseñó a manejar. Comenzamos a practicar tan pronto que yo cumplí 15 años y obtuve un permiso de aprendiz. Una tarde, los cinco fuimos al Auto-Cinema en Los Feliz (hace mucho desaparecido). Cuando se acabó la película, yo me ofrecí para manejar a casa. “¡No, no lo dejes conducir!” protestaban mis hermanos mayores. Mamá intervino explicando que yo había estado practicando con papá, quien valientemente estuvo de acuerdo con ella.

GILBERTO: CRIMEN Y CASTIGO

Durante mi adolescencia, por alguna razón yo estaba constantemente en problemas. En una ocasión particular, mamá estaba enojada por algo que yo había hecho. Pienso que tenía que ver con mi ruta del periódico. Mi castigo fue hincarme en la parte trasera del porche, con mis manos extendidas en alto. Periódicamente mamá me decía, “Espera a que tu papá llegue a casa”.

Cuando papá atravesó la puerta, lo primero que vio fue a mí de rodillas, con los brazos en alto como si estuviera teniendo una visión. Sin saber qué hacer frente a esta escena, simplemente dijo, “Hola, Gil” y yo contesté “Hola, papá”. La primera pregunta de papá a mamá fue, “¿Qué pasa con él?” Yo no podía ayudar pensando en lo absurdo de la situación y esperando lo que mamá iba a responder. Así que me eché a reír.

JUAN: SEMINARIO

En 1952 entré a la secundaria del Seminario en Hollywood, Toby y Gil ya estaban ahí preparándose para el sacerdocio. (Toby eventualmente lo dejó para irse a la Fuerza Aérea y retirarse como Mayor). En mi año como estudiante del segundo curso, el seminario cambió al sistema de Secundaria junto a la Misión de San Fernando, una situación que restringiría mi participación con los Scouts y, yo me temía que no me permitiría unirme a mis hermanos mayores como Eagle Scout (Águila exploradora). Algo que tuve que decirle a papá, “Creo que nunca seré un Águila”.

Él respondió, “Nunca, es un tiempo muy largo”. Estas fueron las palabras precisas: animándome sin presionar.

JUAN: UNA NUEVA CARRERA

No obstante que había sido algo enfermiza por algunos años, y sufrió una embolia en 1961, mamá llevó una vida normal hasta que murió, a la edad de 58 años, en la fiesta de Todos los Santos de 1969.

En el otoño de 1970, papá y yo viajamos a España, Francia e Italia con el Movimiento Familiar Cristiano, una maravillosa experiencia durante la cual tuvimos la oportunidad de unirnos más estrechamente. Él compartió conmigo lo que había estado pensando: Ir al seminario para convertirse en sacerdote. A pesar de que yo estaba muy contento, y pensaba que él sería un magnífico sacerdote, todavía tenía que preguntarle, “Papá, ¿Estás seguro de lo que estás haciendo?” Él lo sabía. Un año antes de que comenzara a recibir su pensión de la CBS, después de haber trabajado más de una década ahí como Analista de Sistemas, dejó el trabajo y se unió a la orden de los Claretianos.

Mientras trabajaba con la asociación de PADRES, con base en San Antonio, yo visitaba a mi padre de vez en cuando. Recuerdo que viendo el reporte de sus calificaciones, me daba cuenta de que eran mucho mejores que las mías. Él estudió en dos instituciones jesuitas muy buenas, la Universidad de Loyola en Los Angeles y la Universidad de San Francisco. Y aunque papá era suficientemente mayor para ser padre de la mayoría de sus compañeros de clase del seminario (y abuelo de algunos), nadie lo igualaba en las labores de la casa y en otras tareas que consumen tiempo y energía.

Suficientemente seguro, papá se graduó en 1973 de la Universidad de San Francisco, una de las mayores emociones de su vida, que rivalizan con su ordenación al sacerdocio, un par de años más tarde. No menos importante fue que su propio padre, mi tocayo, estaba cerca, justo para ver a su hijo ordenado sacerdote, antes de morir alrededor del Día de Gracias en 1975.

JUAN: ORDENACIÓN

El arzobispo Manning animó a papá cuando él decidió convertirse en sacerdote, y le indicó que le gustaría ordenarlo cuando llegara el tiempo. Yo continúe mi misión con los sacerdotes de PADRES bajo el liderazgo del obispo Patrick F. Flores, entonces auxiliar de San Antonio. El obispo Flores conoció y estimó a mi padre, y también le pidió ordenarlo.

Sintiéndose algo comprometido por la petición de los dos prelados, papá resolvió el problema teniendo al obispo Flores para su ordenación al diaconado en La Placita, la iglesia de Nuestra Señora de Los Angeles (el 12 de Dic. de 1974), y al Cardenal Manning para su ordenación al sacerdocio en la parroquia de nuestra familia, el Sagrado Corazón (en la vigilia de Pentecostés, el sábado 17 de mayo de 1975).

GILBERTO: EL SABIO COMUNICADOR

Durante muchos años papá había querido ir a Jerusalén. En el verano de 1985, yo pude arreglar un viaje para papá, Juan y yo para ir a El Cairo, Atenas y Jerusalén. Como arqueólogo por algún tiempo, yo quería visitar Arad, en Israel, cerca del Mar Muerto, pues tenía la reputación de tener la estructura de un Templo que se aproximaba a la del Templo de Jerusalén –cosa importante solamente para gente como yo–. Pero papá era un buen deportista, así que decidió venir con nosotros.

Después del almuerzo en el Huerto de los Olivos, papá se quedó atrás para refrescarse del calor del día, mientras que Juan y yo subimos la colina para visitar el lugar del templo. Cuando regresamos, vimos a papá “conversando” con el trabajador árabe encargado de cuidar el Huerto de los Olivos. Papá no sabía árabe. El trabajador no sabía ni inglés ni español. Sin embargo, aquí estaban ambos “conversando”, moviendo las manos e intercambios de sonrisas.

JUAN: “TOBY, EL BAUTISTA”

La primera asignación de papá fue a La Placita, donde hay aproximadamente 10 mil personas que vienen a la Misa cada domingo. Papá había servido en La Placita como diácono, donde lo conocían como “Toby, el Bautista” (cerca de 200 niños por semana se bautizaban ahí), y continuó ahí por 12 años. Su maravilloso mentor y amigo la mayoría de ese tiempo, fue el Padre Claretiano Al Vásquez. Ellos trabajaron muy bien juntos, y papá logró usar sus habilidades ejecutivas, financieras y de organización.

GILBERTO: EL CONOCEDOR

La última asignación de papá como sacerdote, fue la de Pastor Asociado en la Misión de San Gabriel, a sólo 20 minutos de mi rectoría. Los domingos por la tarde, después de que terminábamos nuestros deberes pastorales, a menudo íbamos a alguno de los muchos restaurantes en el Valle de San Gabriel.

Un domingo, entramos a un restaurante asiático y nos dimos cuenta que éramos los únicos no asiáticos presentes. Descubrimos que los menús estaban escritos en chino, sin traducción en inglés. Papá me miró y me preguntó, “¿Cómo dices sopa y sándwich en chino?”. Como yo no tenía idea, nos fuimos en busca de un restaurante donde pudiéramos decir “sopa y sándwich” en inglés o en español.

JUAN: SORPRESA Y ALEGRÍA

Como sacerdotes, papá, Gil y yo éramos vecinos. Después de La Placita, fue asignado a Nuestra Señora de la Soledad en el Este de Los Angeles, y más tarde a la Misión de San Gabriel. Ningún lugar era muy distante de Gilberto o de mí, y así nos podíamos ver con frecuencia. Cuando estábamos fuera, en alguna reunión del clero, yo siempre disfrutaba de la sorpresa de la gente y de su alegría cuando descubrían que éramos padre e hijo, así como compañeros sacerdotes. Yo estoy seguro que papá también lo disfrutaba.

GILBERTO: PELÍCULAS Y “RECUERDOS”

De vez en cuando, papá, Juan y yo íbamos al cine. Teníamos la costumbre de que el primero que llegara a la taquilla, normalmente pagaba los boletos de todos. En una ocasión, los tres llegamos a la taquilla simultáneamente. Papá sonrió con picardía, y mientras todos buscábamos el dinero en nuestras billeteras, dijo, “Bueno, vamos a ver quién lo encuentra primero”.

Cuando papá se fue haciendo más viejo, también comenzó a volverse más olvidadizo. En grandes reuniones donde estaban presentes sacerdotes y laicos, alguno venía a él recordando cuando se encontraron por primera vez y las cosas que hicieron juntos. Se intercambiaban sonrisas y atenciones. Cuando la

persona se iba, papá me preguntaba, “¿Quién era?”

JUAN: EL BUEN PASTOR

Como laico, papá había hecho una donación a la parroquia del Sagrado Corazón pidiendo que se escribiera “Familia Romero” bajo la gran estatua de la Quinta Estación (“Simón ayuda a Jesús a llevar la Cruz”). Para papá, Simón simbolizaba el apóstol laico.

En verano, cuando era un joven muchacho y andaba en las montañas del norte de Nuevo México, papá fue un pastor para el rebaño de ovejas de la familia: en preparación de su futura llamada. Después de su muerte, hicimos otra donación a la parroquia, en nombre de mi padre, con la petición de que en el vitral del Buen Pastor en la parte trasera de la iglesia, se escribiera “Rev. J. Tobías Romero C.M.F”. El Buen Pastor es una antigua imagen cristiana que lleva el mismo mensaje que el Sagrado Corazón: El amor providente y el sustento de Dios nos acompañan.

Ahora de nuevo, igual que cuando yo tenía tres años y jugaba a las escondidillas, extraño a mi padre. Pero ahora, finalmente yo sé donde está, ¡Y ahí será pura alegría cuando otra vez “me lo encuentre” en la gloria del Señor!

GILBERTO: FELICIDAD Y PAZ

Los recuerdos son una manera de hacer que los eventos pasados se hagan presentes. Ellos son también una manera de unirnos a ese sentido de la historia que nos da continuidad cultural. Los recuerdos de mi papá, junto con los de mi madre, me hacen darme cuenta de la felicidad y la paz de haber tenido padres tan maravillosos. Definitivamente me siento feliz de haber sido su hijo. VN

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