
LA VIRGEN DE GUADALUPE NOS REVELA QUIÉN ES EL VERDADERO DIOS QUE NOS DA LA VIDA
Cada año celebramos con mucha alegría a Nuestra Madre de Guadalupe. Los hispanos expresamos nuestra devoción mariana con mariachis, convivencia, comida y un sentido de fiesta que nadie nos iguala. En la fiesta de Guadalupe tiramos la casa por la ventana.
Con nuestra devoción guadalupana construimos lazos de fraternidad, fortalecemos los vínculos que nos hacen sentirnos pueblo, familia. En la fiesta superamos el aislamiento en el que la rutina nos arrincona. Muchos de nosotros no tenemos tiempo para los amigos, para la familia, porque todo es trabajar y producir. La crisis económica nos metió en un callejón sin salida en el que trabajamos mucho pero sin ver el fruto de nuestros esfuerzos. Ganamos dinero pero apenas nos alcanza para pagar deudas y sobrevivir.
La fiesta de Guadalupe rompe ese círculo cruel y despiadado que nos impide ser felices. Pero hay algo más, la fiesta nos permite salir de nosotros mismos, del ensimismamiento de ver sólo nuestros problemas, o nuestras alegrías, la fiesta nos humaniza, nos hace personas y orienta nuestra mirada hacia nuevos horizontes. Abre caminos nuevos de esperanza porque nos ubica en la verdad de lo que somos con la certeza de que como familia podemos crecer, progresar y mostrar que de verdad somos Hijos de Dios.
La fiesta de Guadalupe es y ha sido desde los orígenes una experiencia que adelanta lo que anunciamos en nuestra fe, que ante Dios todos somos iguales, todos somos sus hijos. En la fiesta convivimos ricos y pobres, jóvenes y viejos, inmigrantes y nativos y aunque no alcanzamos a realizar la unidad probamos un poquito de lo que será la plenitud de la eternidad.
Pero todavía hay algo más profundo, la fiesta de Guadalupe es una oportunidad de conocer a Dios tal cual es. En la narración de las apariciones de la Virgen de Guadalupe, Antonio Valeriano, autor de las narraciones nos dice al inicio del texto con palabras propias de la cultura azteca, que el pueblo está listo para conocer a Dios.
“Así como brotó, ya macolla, ya revienta sus yemas la adquisición de la verdad, el conocimiento de Quien es causa de toda vida: el verdadero Dios”.
Para muchos de los que hemos nacido y crecido en el bullicio de las ciudades, el lenguaje de los campesinos nos puede parecer incomprensible, pero para los habitantes del valle de México en el siglo XVI, como para los judíos de tiempos de Jesús, las parábolas agrícolas eran el mejor modo de comunicar un mensaje importante. Por ejemplo hablar del conocimiento de Dios, es hablar de algo que tiene raíz, que tiene un fundamento. Para los campesinos, las flores son una expresión de lo que es importante porque no puede haber una flor hermosa si la planta no tiene una raíz sana. No nos debe sorprender que en torno a la fiesta de Guadalupe abunden las flores, especialmente las rosas, porque las rosas requieren que la planta tenga más de un año para dar sus primeras flores. Podemos observar que todo el lenguaje: “macolla, revienta sus yemas” está tomado de la vida del campo, de lo que observa un campesino al cultivar sus campos. Y todo este lenguaje campesino es el que vamos a encontrar en las narraciones guadalupanas para descubrir la presencia de Dios.
Un aspecto importante que nos ayuda a comprender el mensaje revelador de la fiesta de Guadalupe es la fecha misma de las apariciones. Los códices más antiguos nos dicen que fue el 12 de diciembre la fecha de la aparición de la Virgen en la tilma de Juan Diego, en realidad fue hacia el 22 de diciembre, pues el calendario de entonces estaba equivocado por 10 días y sabemos que el error fue corregido a finales del mismo siglo XVI. Esto significa mucho para la cultura campesina, pues hacia el 22 de diciembre empieza el solsticio de invierno con lo que los días empiezan a ser más largos y las noches más cortas. El sol empieza a expandir su poder generador de vida.
No debemos pasar por alto que esto coincide increíblemente con la fecha que los primeros cristianos atribuyeron al nacimiento de Jesús, y no olvidemos que fue por la misma razón, los romanos celebraban la fiesta del sol el 24 de diciembre. Los aztecas y los romanos eran pueblos que atribuían al sol una función especial en la organización de su vida, no sólo por cuestiones mágicas sino ecológicas, el sol marcaba el ritmo de la preparación de la tierra para la siembra, para el cultivo y para la cosecha. La vida del campo marcaba el ritmo de toda la sociedad.
Otro elemento a considerar en la revelación de Dios es el mismo San Juan Diego como persona. Él representa a todos los que buscan con un sincero corazón a Dios. Antonio Valeriano nos dice de él:
Era sábado, muy de madrugada, lo movía –a Juan Diego– su interés por Dios, respondiendo a su insistente llamada. Y al llegar al costado del cerrito, en el sitio llamado Tepeyac, despuntaba ya el alba. Oyó claramente sobre el cerrito cantar, como cantan diversos pájaros preciosos. Al interrumpir su gorjeo, como que les coreaba el cerro, era extremadamente suave y muy agradable, su trino sobrepujaba al del coyoltótotl y del tzinitzcan y al de otras preciosas aves cantoras.
Juan Diego iba de camino a Misa, que ya dice mucho de alguien que estaba empezando su proceso de conversión. Y en esa procesión hacia el altar de la Eucaristía vive una experiencia mística, semejante a la de los grandes maestros de la vida espiritual como Santa Teresa, San Juan de la Cruz o San Ignacio de Loyola. La única diferencia es que este encuentro espiritual está descrito desde una cultura aún no occidentalizada y coincide tremendamente con las experiencias místicas narradas en la Sagrada Escritura. Se da en lo alto del cerro como fue la manifestación de Dios a Moisés, o el Sermón de la Montaña en Mateo, y se expresa en un lenguaje que rebasa las categorías del tiempo y del espacio. De alguna manera está describiendo la vida eterna. No olvidemos que cuando los nativos mexicas unían en sus relatos las flores junto a la música de los pajarillos en realidad estaban hablando del cielo. Eso quiere decir “flor y canto”, es como experimentar de manera única la presencia de Dios.
Pero quizás el punto más llamativo y en cierto modo más escandaloso de la narración de las operaciones de la Virgen de Guadalupe es la descripción que ella hace de Dios mismo. Leamos con atención el siguiente pasaje del Nican Mopohua traducido del original Náhuatl por el Padre José Luís Guerrero, el teólogo mejor capacitado para escribir sobre la Virgen de Guadalupe.
“Acto continuo dialoga con él, le hace el favor de descubrirle su preciosa y santa voluntad, le comunica: “-Ten la bondad de enterarte, por favor pon en tu corazón, hijito mío el más amado, que yo soy la perfecta siempre Virgen Santa María, y tengo el privilegio de ser Madre del verdaderísimo Dios, de Ipalnemohuani, (Aquel por quien se vive), de Teyocoyani (del Creador de las personas), de Tloque Nahuaque (del Dueño del estar junto a todo y del abarcarlo todo), de Ilhuicahua Tlaltipaque (del Señor del Cielo y de la Tierra). Mucho quiero, ardo en deseos de que aquí tengan la bondad de construirme mi templecito, para allí mostrárselo a ustedes, engrandecerlo, entregarles a Él, a Él que es todo mi amor, a Él que es mi mirada compasiva, a Él que es mi auxilio, a Él que es mi salvación”.
El P. Guerrero no tiene problema en afirmar que algunos de los grupos asentados en el valle de México eran monoteístas, y que los nombres de sus deidades no eran más que diferentes aspectos del único Dios. El punto sobresaliente de la narración del Nican Mopohua es que María dice que ella es la madre del único Dios al que ellos le habían dado aquellos nombres: Ipalnemohuani, Teyocoyani, Tloque Nahuaque, Ilhuicahua Tlaltipaque. En términos teológicos esto significa que el acontecimiento de Guadalupe es una manera maravillosa de encarnar el mensaje del evangelio en el lenguaje de los pueblos asentados en América. La Virgen de Guadalupe asume y purifica esta búsqueda ansiosa de Dios del pueblo americano en el siglo XVI.
Pero hay algo más sorprendente, es María la Virgen de Guadalupe la que les va a mostrar a todos los moradores de estas tierras quién es el verdadero Dios, porque ella arde en deseo de mostrar a su Hijo, para que Él sea lo que siempre ha sido en toda la historia de la salvación: “auxilio” y “salvación”. La Virgen de Guadalupe es la mejor evangelizadora, su presencia propició el mayor número de conversiones entre los nativos del valle de México y su obra evangelizadora se ha extendido por todo el Continente de manera constante desde que se apareció en el cerro del Tepeyac. María no se presenta a sí misma, ella viene a mostrarnos a su Hijo, nuestro Salvador.
A pesar de la originalidad de esta forma de evangelización, el acontecimiento guadalupano cumple con todos los requisitos que podríamos pedirle a un proyecto de evangelización verdaderamente cristiano católico. En primer lugar nos remite a una honesta lectura bíblica, pues como ya anticipamos hay muchas semejanzas entre personajes y relatos bíblicos con la narración de las apariciones. En segundo lugar nos conecta con la tradición de la Iglesia, pues las verdades que la Iglesia ha defendido acerca de María se realizan plenamente en el acontecimiento guadalupano. Lo que la Iglesia confiesa de María como Madre de Dios, lo podemos decir de la advocación de la Virgen de Guadalupe. Tercero, la evangelización guadalupana se somete al Magisterio de la Iglesia. La Virgen de Guadalupe no le ordena a Juan Diego que le pida a sus paisanos que le construyan un templo, que hubiese sido destruido por ser un templo indígena, le pide que lleve la noticia al Obispo Zumárraga, quien era el primer obispo de México, ella sabe que sin el respaldo del pastor, el templo sólo hubiera creado división en la Iglesia. Y finalmente el acontecimiento guadalupano responde a los más profundos anhelos de todos los habitantes tanto de los españoles, inmigrantes, conquistadores, como de los indígenas, nativos y explotados. Todos ven en María a la mensajera de Dios.
Y quiero concluir este artículo con el aspecto más visible de la evangelización gudalupana, me refiero a la misma imagen. No hay nada más sorprendente en la historia de la evangelización del Continente que la imagen de la Virgen de Guadalupe, pues su sola presencia comunica vida y salvación a todo aquél que la mira con fe y devoción. No importa la cultura, o el nivel de educación de quien le ofrece devoción, pues la imagen es elocuente: habla de la virginidad y la maternidad, habla de las preocupaciones de españoles e indígenas, muestra el rostro de una joven indígena sin perder de vista que es la misma que caminó por los senderos de Galilea, contiene los signos religiosos de la cultura indígena pero al mismo tiempo los signos cristianos acuñados en el desarrollo de la cultura occidental europea. Por eso Santa María de Guadalupe es la mejor evangelizadora de todos.
Lo que vemos en el acontecimiento guadalupano es la revelación de Dios y la tarea evangelizadora de la Iglesia. Ambos aspectos se unen en la fiesta del doce de diciembre y ambos aspectos nos convocan a realizar nuestro compromiso bautismal, que consiste en profundizar en nuestro encuentro con Dios y en darlo a conocer, es decir volvernos místicos-misioneros. Esta es nuestra identidad y esta es el ejemplo que nos dio Santa María de Guadalupe.
Quiera Dios que esta reflexión guadalupana nos anime a construir una sociedad fraterna entre todos los que la formamos, todos somos hijos de María. Que bajo su inspiración superemos la barreras que nos impiden ser hermanos para que juntos trabajemos para que haya justicia y pan para todos. Que la Virgen de Guadalupe sea nuestro consuelo y nuestra ayuda en estos momentos de incertidumbre y que el doce de diciembre podamos celebrar que no estamos solos, que somos una familia unida bajo el manto protector de Nuestra Madre de Guadalupe. VN
Para profundizar en este tema, recomendamos el libro “Conozca a la Virgen de Guadalupe”, del P. José Luís Guerrero, publicado por Libros Liguori. Búsquelo en su librería católica o llame al 1800 325 9521.
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