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LA VIRGEN DE GUADALUPE, MADRE DE LOS MIGRANTES

Mucho se ha escrito sobre los misterios que encierra la milagrosa imagen que tiene su Santuario en la Ciudad de México, y mucho se ha escrito también sobre el aspecto maternal que muestra su preferencia por los pobres, desde aquel indígena Juan Diego que fue el primer elegido para convertirse ahora en un símbolo sin fronteras que extiende su manto sin distinción de razas, países ni colores. Es madre universal de los pobres.

Diez vietnamitas habían llegado al aeropuerto de la Ciudad de México. La aventura de estos hombres asiáticos había empezado meses atrás cuando en su país se habían enfrentado a las situaciones duras de la postguerra, un espantoso desempleo, problemas de salud, poblaciones destruidas y escasas oportunidades para sustentar un desarrollo, más difícil aún, fincar las bases para un bienestar familiar.

En la desesperación por llevar el alimento a sus pequeños hijos, visitaron una pequeña misión en su pueblo que era atendida por unos misioneros mexicanos que habían llegado primero a compartir su pobreza y poco a poco a sembrar entre los habitantes de la pequeña aldea una semilla de esperanza. Rompieron el temor los habitantes nativos y la visita a la misión fue haciéndose más familiar cada día. Sintieron que los tres misioneros que ya aprendían su lengua, eran más que visitantes y que en verdad, estar en aquel pueblo era la oportunidad de acercarse a nuevas esperanzas de vida y desarrollo.

Entendieron que a partir de un mensaje evangélico, se participaba en un cambio de vida que los hermanaba y aprendieron a vivir la solidaridad aún en las limitaciones que les marcaba su pobreza.

La misión fue más frecuentada y se volvió parte de los centros de reunión. Allí aprendieron los primeros cantos y grabaron en su mente las primeras oraciones de un cristiano. Así supieron que el concepto de una Madre en la familia cristiana tiene un sentido profundo y que da a la religión el aspecto tierno, sencillo y humano del mensaje de Cristo. Allí conocieron la imagen de Nuestra Señora de Guadalupe y tan semejante en color a su piel también morena, la sintieron cercana.

El padre Jesús García recuerda en su plática aquellos momentos de encuentro en Viet-Nam y revive los rostros de los diez hombres vietnamitas que decidieron emprender la aventura para salir a buscar mejores condiciones de vida en California. Se alegraron cuando unos días antes de partir, recibieron cada uno la imagen de la Guadalupana en una pequeña medalla para colgarla en su cuello y recordar siempre el cuidado que la Virgen morena tiene siempre por sus hijos más pequeños.

“Sentí que la confianza de aquellos hombres se había redoblado. Lo vi en los abrazos tan apretados y cariñosos que dieron a sus hijos, prometiendo que muy pronto estarían probando los frutos de su trabajo en un país que mucho habían soñado”. Añade el sacerdote, ahora en México, que cuando de una manera espontánea brotó en el grupo una oración con cantos y peticiones a Dios por intercesión de la Virgen de Guadalupe, se vieron correr lágrimas pero éstas eran de alegría, se dieron abrazos, pero eran de contento, porque se vivieron momentos de esperanza y se prometieron todos hacer juntos su mejor esfuerzo para lograr el éxito que habían soñado.

Con ese entusiasmo llegaron a México y aunque el frío de diciembre los hacía temblar, no les impidió llegar hasta el santuario para visitar a la Virgen que un día en su país lejano les había hecho sentir como a Juan Diego el calor y el afecto con las sencillas palabras: ¿no estoy yo aquí que soy tu madre?

Una misa en el Santuario de Guadalupe entre miles de mexicanos y también de visitantes de otros muchos países, fue su despedida. Desde ese momento sabían que en la aventura no irían solos. Los obstáculos se veían pequeños y la distancia a California parecía acortarse. Los días se hicieron menos y de nuevo el avión hasta la frontera con Estados Unidos, los ponía a unos pasos del futuro que soñaron.

Irían a cruzar la frontera más densa del mundo, el paso por donde atraviesan hombres y mujeres cargados de ilusiones y también donde otros quedan derrotados. Pasarían por donde un muro se ha vestido de cruces por quienes allí han muerto. Tendrían la entrada a un país que niega oportunidades a unos y a otros les pide vivir en el desprecio y ocupados en los trabajos que muchos nacionales desprecian.

En esa frontera volvieron a mirar las medallas que les había entregado y bendecido aquel misionero de Guadalupe que conocieron en su país de Oriente. Allí volvieron a visitar en la catedral de Tijuana a la Virgen Morena que les había dejado sentir el calor de su manto. Se tomaron los diez en un abrazo, rezaron un Ave María, de tal modo que los que en ese momento visitaban el templo quedaron sorprendidos por la amistad que mostraban, la alegría de sentirse juntos y por el fervor de sus rezos.

Los días se hicieron largos y el dinero más corto. No llegó la persona que tenían contactada para cruzarlos en la frontera. Ni las llamadas en el teléfono de contacto eran contestadas. Sin nadie a quien acudir y poco a poco los iba ganando el hambre. Pensaron en sus familias ahora tan lejanas y vivieron la tristeza por sentirse lejos.

Las calles les llenaron de espanto y miedo. Sólo cuando alguien los guió hasta la Casa del Migrante, comenzaron a ver que no todo estaba perdido. Allí sintieron renacer su esperanza y con la atención que les dieron, aún desconociendo el lenguaje, trajeron a su memoria las imágenes de los misioneros que iniciaron en su corazón el afecto por María de Guadalupe. Allí comprobaron que la predilección de la Guadalupana por los pobres y más por los que se sienten abandonados en país lejano, no era sólo experiencia suya, vieron a mexicanos, sudamericanos con igual confianza en María y se unían todos en la misma devoción. Porque creyentes y cristianos, sentían más cercana la intercesión de María y las peticiones a Dios todos las hacían confiados por aquella frase que parecía dirigida a cada uno de ellos: ¿no estoy yo aquí que soy tu madre? Y en todos renacía la esperanza.

A este grupo se unió Antioco Casillas, hombre recién llegado de Nayarit, pero también creyente firme y devoto de la Virgen de Guadalupe. Él les confió los favores que había recibido de la Virgen del Tepeyac y les transmitió todo su fervor y confianza. Seguro que en pocos días estarían ya en lugar seguro, trabajando y enviando a sus familias aquel recurso que tanta falta les hacía.

Oraron juntos, fortalecieron una amistad que aún perdura y se enfrentaron juntos a los peligros y vejaciones que son comunes para los que se arriesgan por alcanzar un lugar en este país.

En un departamento que hicieron hogar provisional de todos, vietnamitas, el mexicano Antioco y otros cinco sudamericanos, reflexionaron sobre los peligros que pasaron juntos y también se emocionaron cuando todos comprobaron la importancia de contar todos con el mismo apoyo: la Virgen de Guadalupe, que seguro es que hace suyos los problemas del pobre y con gran cariño extiende su manto sobre los que la invocan. Virgen Reina de los Pobres, Virgen madre de migrantes. Virgen y poderosa mediadora ante Dios. Una virgen sin patria y preocupada por cuidar los pasos de sus hijos “los más pequeños y queridos”. VN

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