LA MADRE DE JESÚS SIEMPRE ESTÁ PRESENTE    Por Monseñor JOSÉ H. GOMEZ

LA MADRE DE JESÚS SIEMPRE ESTÁ PRESENTE    Por Monseñor JOSÉ H. GOMEZ

Arzobispo de Los Ángeles

Uno de los misterios del Evangelio es que las historias de Pascua no nos hablan de lo que pasó con nuestra Santísima Madre María.

En el curso de nuestra liturgia de estas semanas de Pascua, recordamos el dramático encuentro de Nuestro Señor con María Magdalena ante el sepulcro vacío, la manera cómo se les apareció a los apóstoles que se habían encerrado en el aposento alto, y el modo en que Él se reveló a sí mismo a los discípulos por el camino de Emaús.

San Pablo escribiría más tarde que en una ocasión Jesús se apareció ante más de 500 personas antes de ascender al cielo.

Pero no contamos con ninguna narración de un encuentro pascual entre Jesús y su madre. Ella estuvo con Él al pie de la cruz, junto con San Juan y Santa María Magdalena, pero después de eso, las Escrituras guardan silencio.

Y este misterio nos maravilla y nos lleva a reflexionar acerca de los propósitos de Dios.

Nuestros hermanos y hermanas filipinos tienen una hermosa devoción popular a la que le llaman “Salubong” (“El Encuentro”). Consiste en reunirse antes del amanecer y revivir lo que se imaginan que sucedió en el encuentro de Jesús resucitado con su Santísima Madre en la primera mañana de Pascua.

Por un lado, llegan las mujeres, llevando una estatua de María que está cubierta con un velo negro. Y por el lado opuesto vienen unos hombres que llevan una estatua de Jesús resucitado.

Sus dos procesiones se encuentran frente a la iglesia. Allí, un niño vestido de ángel retira el velo de luto de María y el pueblo entra con alegría a la iglesia, para celebrar la Misa de Pascua.

Muchos santos y místicos han reflexionado sobre cómo podría haber sido este encuentro pascual y consideran que, antes de que Jesús se apareciera a los demás, quiso ver primero a su madre.

Una obra del siglo XIV, “Meditaciones sobre la vida de Cristo”, imaginaba a Jesús y a María cayendo de rodillas al encontrarse:

“Entonces se pusieron en pie, con lágrimas de alegría, y ella lo abrazó, colocó su rostro junto al de Él y lo abrazó estrechamente, cayendo en sus brazos, en tanto que Él, solícito, la sostenía. Más tarde, al sentarse uno al lado del otro, ella con amor y cuidado lo miró detenidamente, viendo su rostro y las heridas de sus manos y de todo su cuerpo… Su madre se llenó de alegría diciendo, ‘¡Bendito sea tu Padre, que te devolvió a mí!’”.

Lo que hace tan conmovedora esta escena es su realismo. María es una madre que vio morir a su Hijo, y podemos imaginarnos las emociones que habrá experimentado al descubrir que ahora Él estaba vivo.

Esto me recuerda aquella historia del Evangelio en la que Jesús se encuentra con un cortejo fúnebre que lleva a su tumba al hijo único de una viuda. Movido a compasión, Jesús toca el ataúd y el niño muerto se sienta y empieza a hablar. La historia concluye diciendo: “Jesús se lo entregó a su madre”.

En aquella primera mañana de Pascua, Jesús se entregó nuevamente a su madre.

Pero antes de eso, al pronunciar sus últimas palabras en la cruz, Él ya nos había entregado a su madre, al decirle a su discípulo: “Ahí está tu madre”.

María es la madre de todos nosotros, los que creemos en la resurrección de su Hijo, los que confiamos en las promesas que Él ha hecho a los que lo aman y siguen el camino que Él les ha marcado para su vida.

Hay una sencilla frase en el Evangelio: [hubo una boda…] “a la cual asistió la madre de Jesús”. Esto es una maravillosa verdad: dondequiera que Jesús esté, su madre no está lejos de Él.

María estuvo presente en su concepción y en su nacimiento. Ella estuvo allí a la hora de presentarlo en el Templo y ayudarlo a crecer y desarrollarse de niño a hombre durante aquellos años de vida oculta en Nazaret.

Ella estuvo presente en las bodas de Caná, en donde él dio inicio a su ministerio público, al convertir el agua en vino a petición de ella. También la encontramos en medio de la multitud, cuando su Hijo predicaba.

Y estuvo ahí presente, de pie ante la cruz de Él.

Aunque no se nos narra su encuentro con Jesús después de la resurrección de éste, los Hechos de los Apóstoles nos dicen que “María la madre de Jesús” estaba presente en el nacimiento de la Iglesia, orando con los apóstoles en el aposento alto de Jerusalén para implorar la venida del Espíritu Santo en Pentecostés.

Esta es la última vez que se menciona la figura histórica de María en el Nuevo Testamento, y nos dice todo lo que necesitábamos saber.

San Juan Pablo II dijo en alguna ocasión: “Donde está Ella, no puede faltar su Hijo”.

Ella es nuestra madre que, por una parte, siempre nos conduce a su Hijo y, por otra, siempre lo trae a nosotros. Ésta ha sido la constante enseñanza de los santos: “A Jesús siempre se va y se ‘vuelve’ por María”.

Oren por mí y yo oraré por ustedes.

En este mes de María, pidámosle a ella que sea una madre para nosotros, que nos lleve de nuevo a su Hijo, para que podamos amarlo más profundamente y vivir más fielmente la vida nueva que Él nos da por su resurrección.VN

 

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