LA ALEGRÍA DEL EVANGELIO DEL PAPA FRANCISCO

‘EVANGELII GAUDIUM’

La Iglesia entera salta de alegría porque Dios en su infinita misericordia nos ha regalado al Papa Francisco. Todos los días nos sorprende con gestos y palabras que ponen a la Iglesia en el centro de la atención mundial. Y esos gestos y palabras son luz para los cristianos porque encarnan el Evangelio en la vida ordinaria de cualquier persona retándola a vivir de acuerdo a la fe. Ahora nos ha regalado una carta, que en términos eclesiales se le llama “Exhortación apostólica”, es decir, el Papa como sucesor del apóstol Pedro nos motiva a través de este escrito a evangelizar, pero lo hace desde su verdadera personalidad, la personalidad de un hombre de Dios, de un hombre de Iglesia, de un ser humano con sentimientos, emociones, pasiones, entregado totalmente a una causa, la de nuestro señor Jesucristo.

El título de la Exhortación apostólica es Evangelii Gaudium que en español significa “La alegría del Evangelio”. Estas son las palabras con las que empieza su carta, y que sintetiza la intención de su contenido: encontrar la verdadera felicidad viviendo y proclamando el Evangelio.

En este artículo no pretendo sintetizar una carta de 220 páginas, mi intención es muy clara, invitarlos a que la lean. La pueden leer en la página del Vaticano www.vatican.va. En este breve artículo sólo señalo algunas de las más notables intuiciones con las que nuestro Pastor universal nos motiva a la evangelización, pero con la certeza de que cada uno de los que lean este artículo leerán también la carta.

Todo el primer capítulo está dedicado a recordarnos que ser cristiano es una gran alegría porque es producto de un encuentro con Jesucristo vivo, que sostiene nuestra vida. Nos invita a releer la Sagrada Escritura tanto el Antiguo como el Nuevo Testamento en clave de esperanza para que seamos conscientes de la cantidad de textos de que nos motivan a estar alegres. La alegría, la felicidad verdadera son el primer fruto de encontrarnos con Jesús. El Papa hace la distinción al interpretar estos textos entre el placer que ofrece el mundo y la felicidad que sólo se encuentra en Dios. Nos exhorta a no permitir que nos arranquen nuestra alegría y nos da su testimonio señalando que las personas más alegres que ha conocido son las más pobres, aquellas que no tienen seguridades mundanas de las cuales agarrarse.

Después conecta su reflexión sobre la felicidad con la tarea evangelizadora. No hay fuente de mayor alegría que compartir a Dios porque la bondad por su propia naturaleza debe comunicarse. A Dios sólo lo podemos comunicar con nuestra vida, con nuestra vida de servicio porque Dios es amor y sólo el que se da y se entrega a los demás en amor desarrolla lo mejor de sí mismo, pues cada uno de nosotros es imagen de Dios. Así queda claro que servir es la única manera de crecer, de madurar.

Pareciera un discurso viejo, pero esta es la novedad del Evangelio: Dios está haciendo su obra, antes que nosotros, con nosotros y después de nosotros y esta obra se adapta a cada persona, cultura, situación. Pero sin olvidar, como nunca lo olvidaron los apóstoles, que el punto de partida es la experiencia de Dios, la certeza de que Dios ha tocado nuestro corazón.

La obra evangelizadora tiene que involucrarnos y llegar a todos, a los bautizados que participan de la vida ordinaria de la comunidad eclesial, pero sobre todo a todos aquellos que han perdido el sentido de su fe, y a todos aquellos que por algún motivo se han alejado de la comunidad eclesial. Por supuesto también debe incluir a los millones de personas a las que nunca se les ha presentado a Cristo con el lenguaje adecuado para invitarlos a una experiencia de fe.

Más adelante el Papa señala que para que la Iglesia cumpla esta tarea evangelizadora tiene que renovarse. Todos tenemos que renovarnos, desde la Curia Vaticana, hasta las oficinas de las parroquias pasando por supuesto por las estructuras diocesanas. La conversión tiene que empezar por dentro porque la mejor manera de evangelizar es el testimonio. El Papa repite en esta carta lo que ya ha mencionado en sus discursos, la Iglesia debe ser pobre y para los pobres. La Iglesia tiene que mostrarle al mundo que la idolatría del dinero destruye, crea desigualdades y pisotea la dignidad humana. La Iglesia desde su propia experiencia de pobreza tiene que denunciar los nocivos efectos de una sociedad organizada sobre las bases del lucro y la ganancia. El poder del dinero excluye. La Iglesia no puede excluir a nadie porque su misión es llevar el amor de Dios a todos, pero de modo especial a los más pobres.

De esta manera el Papa nos introduce suavemente en la dimensión social del Evangelio, donde la justa distribución de los bienes se convierte en tema central de la evangelización, la búsqueda del bien común, la paz unida a la justicia, el diálogo social como elemento substancial de la paz. De modo muy iluminador el Papa toca el tema de la teología de la ciudad, menciona la comunidad urbana con sus lenguajes, culturas, luces y sombras como un espacio privilegiado para la evangelización y en esa misma sintonía menciona la religiosidad popular, las tradiciones religiosas de los pueblos y las naciones como un elemento de cohesión y encarnación del Evangelio.
Parte esencial de todo este proceso evangelizador es aprender a dialogar, dialogar con los intelectuales. El Evangelio no es irracional, la Iglesia ha ofrecido a lo largo de la historia elementos para el crecimiento intelectual y cultural de los pueblos y las naciones, el diálogo con las otras religiones, la defensa de la libertad religiosa como condición básica de verdadera evangelización. La lucha de todos los cristianos para apoyar a los cristianos perseguidos en muchos lugares del mundo.

Y en el último capítulo el Papa vuelve al punto de partida: el encuentro personal con Jesucristo, la acción poderosa del Espíritu Santo como guía de la Iglesia y la presencia de María como Madre de la obra evangelizadora. Todos esos elementos le dan unidad a la acción evangelizadora de la Iglesia.

No estamos perdidos, tenemos un Papa que nos lleva a la unidad invitándonos a una verdadera conversión. El Papa es un gran teólogo, pero nos presenta su programa, lo que él quiere para nuestra Iglesia en un lenguaje sencillo, que todo el mundo puede entender. El Papa quiere que todos abramos nuestro corazón a esta primavera del Espíritu Santo, a esta santa obra misionera de la Iglesia. Que miremos con entusiasmo el futuro, porque Dios está de nuestro lado, que nos llenemos de alegría, de una santa alegría a la que sólo Dios nos puede dar, y que agradecidos con este Dios de amor, mostremos misericordia, ternura, caridad, tal como Él lo está haciendo, tal como nos lo enseñó.

Bendito sea Dios que nos regaló al Papa Francisco como Pastor de la unidad para nuestra Iglesia hoy. VN

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