LA GENTE TIENE ‘HAMBRE BÍBLICA’, QUIERE CONOCER EL EVANGELIO ‘PARA VIVIRLO’, DICE EL PADRE PIMENTEL

Tras evangelizar por países de África, el religioso encontró su nueva tierra de misión en el sur de Los Ángeles

A la vista de las andaduras del joven José Alberto Pimentel Guzmán, uno se imagina su vida como un viaje hecho a velocidad supersónica por medio mundo, con paradas intermedias únicamente para cargar combustible y llegar a su meta temporal en Los Ángeles hace unos ocho meses. Sólo que, en el viaje del padre José Alberto, el piloto es el Espíritu Santo y su carburante es el espíritu misionero que bulle en su pecho como buen hijo de San Daniel Comboni, apóstol de África.

Nacido en Guadalajara, Jalisco, se crió en Zapotitlán de Vadillo, también de Jalisco, donde estudió la primaria y secundaria. Fue el primero de seis hijos -cuatro hombres y dos mujeres- de Refugio y Teresa. “Mi madre -cuenta el hijo José Alberto- siempre trabajó en la Iglesia, en catequesis, administración y en lo que se ofreciera”. Otro tanto recuerda del compromiso de su padre con la parroquia. Tiene un tío sacerdote en Sacramento y otro en Mazatlán. Ni que decir tiene que apoyaron su decisión de hacerse sacerdote.

VOCACIÓN PRECOZ

“Desde los seis años de edad quería ser sacerdote”, dice con aplomo a VIDA NUEVA. Le atraía la misa y todo lo relacionado con ella. Cuando tenía unos 10 años, llegó a la escuela un sacerdote diocesano de Colima, el padre Rafael Juárez Rosales, que les habló de la necesidad de misioneros, de evangelizadores. Eso le impactó, dice, porque el padre Juárez tenía un sentido profundo de evangelización. No le importaba ir a caballo por horas y horas a visitar los ranchos de la sierra con tal de llegar a todos los fieles. “Yo, como acólito, le acompañaba y hablábamos de todo eso y de otras muchas cosas”. Tanto le influyó el padre Juárez que aún hoy “es una referencia en su trabajo sacerdotal y misionero”. A renglón seguido, comenta alabando al padre Juárez que es raro que un sacerdote diocesano impulse las vocaciones misioneras como él lo hacía.

De la secundaria en Zapotitlán pasó al seminario de los Padres Misioneros Combonianos del Corazón de Jesús, congregación fundada por San Daniel Comboni (Brescia, Italia, 1831-Jartún, Sudán, 1881) con la misión de “ser testigos del Evangelio de Jesús en actitud de colaboración y diálogo con otras culturas y religiones, así como promotores de un mundo más justo y fraterno”, como dice la página web española de la congregación.

Un padre misionero comboniano lo llevó al seminario de la congregación en Zaguayo, Michoacán. Luego siguió el estudio de la filosofía en la Universidad Pontificia de México, el noviciado en Zaguayo y teología en Chicago, Illinois. Se ordenó sacerdote en 1998 en el mismo Zaguayo, en presencia de sus padres, familiares y amigos.

ÁFRICA A LA VISTA

A partir de ahí levanta el vuelo impulsado por su vocación misionera.

Su primer destino fue Egipto, a estudiar árabe en un centro que tiene su congregación con los Padres Blancos -llamados así por el color de su hábito-, donde aprendió el árabe clásico que, como el latín de la misa moderna, sirve para leer libros, pero no para comunicarse con la gente.

De ahí va a Roma donde pasa un año y medio estudiando de nuevo el árabe y el islam, incluso el Corán. Se sentía incapaz de comunicarse con la gente, pero no se desanimó -algunos sí renunciaban a volver a África- y regresó a trabajar con los musulmanes, esta vez en Jartún, Sudán, donde laboró en una escuela y enseñó religión por cuatro años a todos los estudiantes del Comboni College. Allí estudian los hijos e hijas de sacerdotes coptos y otros musulmanes porque el Colegio ofrece cursos de informática. Las Hermanas Combonianas ayudan con la enseñanza y la pastoral con las mujeres musulmanas. En Sudán, dice, estaba aprobado enseñar el catecismo católico por no contener nada en contra del Corán ni del profeta Mahoma, como determinaron las autoridades gubernamentales.

Vuelve a Roma como secretario particular del Padre General y aprovecha el año y medio que dura su estancia en la Ciudad Eterna para digitalizar los documentos de la historia de su congregación, labor que aprovechó para conocer mejor el carisma de ésta.

A continuación regresa a Egipto, concretamente a Aswán, como misionero entre los coptos cristianos que no tenían su propia iglesia y usaban la de los combonianos. Incluso ya le dejan decir la “misa chiquita” copta, que no tiene mucha ceremonia y cantos. Al mismo tiempo trabaja en la pastoral juvenil de las cuatro diócesis del sur, pero no logra reunir más de 250 jóvenes. “Eso sí -dice- son jóvenes convencidos que dan testimonio de su fe”.

Siguiendo la norma de su congregación, al cabo de 10 años en el campo regresa a México para un año de renovación, para revisarse a sí mismo física, psicológica y espiritualmente y cargar las pilas.

Al término del año vuelve a El Cairo para trabajar con los refugiados sudaneses de la guerra civil que aquellos años estaba asolando su país. Parte de su trabajo consistía en recaudar fondos para sostener una escuela multiétnica e interreligosa de 2,800 alumnos, trabajo que incluso lo llevó a Kuwait para solicitar la ayuda de los millonarios de la zona, y reabastecer a los sudaneses refugiados que huían de nuevo por fracasar la firma de la paz entre el norte y el sur de su país.

DE RATISBONA A SUDÁN

Ellos mismos, los misioneros, corrían peligro, pero no les molestaba porque “el misionero debe darse a conocer”, dice el padre a VIDA NUEVA, como se hizo patente cuando el papa Benedicto XVI dio una conferencia en Ratisbona, Alemania, en la que, sin hacerlo suyo, citó un insulto cristiano de la Edad Media a Mahoma.

La referencia papal causó un gran revuelo, incluso muertes cristianas, en el mundo musulmán. Una noche, mientras dormía, irrumpió en su casa un policía amenazándole de muerte si no hacía una declaración condenando lo dicho por el Papa. El padre José Alberto no tenía ni idea del caso y logró convencer al policía que le diera tiempo para pensarlo.

Siguió una reunión colegial de emergencia de obispos y sacerdotes de la zona, celebrada con un “sentido martirial”, pues todos tenían la convicción de que su vida en este mundo podría estar llegando a su fin. El obispo de más edad se ofreció para dar la vida en nombre de todos si era menester, pero los presentes respondieron ofreciéndose ellos mismos para dar el último testimonio de su fe en el Señor Jesús.

El encuentro con el policía, dice ahora, pudo causarle la diabetes que padece y por eso debió regresar a curarse en México.

Al reincorporarse a la congregación fue enviado a estudiar zulú en Sudáfrica porque sus superiores pensaban abrir una misión nueva en la zona. Sin embargo, a los siete meses regresó a Estados Unidos, a Cincinnati, Ohio, donde pasó un año y medio, tiempo que aprovechó para poner al día la página web de su congregación.

En Chicago, bajo la guía del sacerdote irlandés Michael Ivers, conoció la iglesia afroamericana y aprendió a tratar con políticos y minorías. Allí conoció también la iglesia irlandesa y trabajó en el Centro Newman de la Universidad de Ilinois donde aprendió a tratar con jóvenes y a predicar “cortito con mensajes substanciosos”, como vio que hacia el padre Ivers, quien incluso hoy día es una referencia en la labor del padre José Alberto.

Mirando hacia atrás, al largo trayecto de su vida de 42 años, el padre José Alberto Pimentel constata que existen “muchas y diversas iglesias”, pues no son iguales la iglesia mexicana, americana, irlandesa, romana, egipcia, etc., y el misionero debe saber llevar el mensaje a todas ellas de modo que todos abracen a Cristo.

EN LOS ÁNGELES

Ahora aterrizó en otro campo de misión, Los Ángeles.

Al llegar, pasó unos meses en la parroquia de Santa Cecilia, dirigida por el padre Jorge Ochoa Gracián [VIDA NUEVA publicó su perfil hace dos meses]. El objeto era conocer las varias “iglesias” que caben en una parroquia angelina como Santa Cecilia conformada por centroamericanos, mexicanos y fieles de otras procedencias, cada una de ellas con su propia personalidad y sus propias necesidades pastorales. De igual modo, debió estudiar “español” porque, como en el caso del árabe, muchas veces las mismas palabras significan algo distinto según la procedencia de quien las pronuncia.

Santa Cecilia fue la rampa de lanzamiento para llegar a la Parroquia de la Santa Cruz en el sur de Los Ángeles, donde predominan los centroamericanos de varias nacionalidades. Los pocos mexicanos son de Jalisco, dice. [En este punto, el entrevistador le comenta el video de su misa del 15 aniversario de ordenación sacerdotal en Santa Cruz con bailes, bendiciones, incienso y oraciones en lengua maya por el padre que está postrado en el suelo. Por toda la iglesia ondean banderas de los lugares donde el padre ha servido].

Es una parroquia muy activa, asegura, compuesta por unos 5 mil fieles. Están registradas unas 1,500 familias.

La conforman grupos diferentes, con ansias y necesidades espirituales diferentes, pero todos tienen “hambre bíblica” que no se quede en mera información sobre el Evangelio, sino que quieren que se les “explique cómo vivirlo”.

De momento, pues, el avión supersónico del padre Pimental está aparcado en la Calle Main de Los Ángeles, California. Ni tiempo para aburrirse. “He sido siempre muy feliz con mi vocación y trabajo”, concluye. VN

PREGUNTITAS

¿QUÉ COME? -“Lo que come la gente. El padre fundador decía que el comboniano debe tener un estómago de puerco, lomo de burro y rodilla de camello” para comer de todo y trabajar sin descanso.

¿SABE COCINAR? -“No, pero tengo la mejor cocinera de Los Ángeles, Doña Candelaria,” de la que no quiere dar el apellido para que no le quiten a “Doña Cande”.

¿IDIOMAS? –“Español, árabe, inglés, zulú, alemán, francés, italiano”.

¿DEPORTES? “No soy amante de ningún deporte. En lugar de eso, toco la guitarra, hago ‘photoshop’ y veo Netflix” [películas sin anuncios porque no tengo tiempo de ver la televisión].

¿DÍAS LIBRES? -Los lunes, pero todavía no se ha tomado ninguno. Descansa tocando la guitarra, dice.

¿CÓMO LE GUSTARÍA QUE LO RECUERDEN? -“Como un hombre que pasó haciendo el bien”.

MENSAJE A LOS JÓVENES

“Que conozcan a Cristo, a Cristo joven que no perdió tiempo en otras cosas que no tuvieran que ver con el Reino, con la voluntad de su Padre”.

Padre JOSÉ ALBERTO PIMENTEL GUZMÁN
Parroquia de la Santa Cruz
(Holy Cross Parish)
4785 South Main Street
Los Ángeles, CA 90037
(323) 234-5984

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