<!--:es-->JUSTICIA ECONÓMICA PARA TODOS<!--:-->

JUSTICIA ECONÓMICA PARA TODOS

Con motivo a la celebración del Día del Trabajo a continuación publicamos una pequeña pero importante parte de la Carta Pastoral sobre la Enseñanza Social Católica y la Economía de los Estados Unidos.

Después de la reunión general de la Conferencia Nacional Católica de Obispos en noviembre de 1980, un comité de trabajo fue nombrado para redactar una carta pastoral sobre la economía de los Estados Unidos. La primera copia de esta carta fue presentada a los obispos en noviembre de 1984 y otras redacciones fueron presentadas y debatidas en noviembre de 1985 y en junio de 1986. La aprobación final del texto por parte de todos los obispos vino durante la asamblea plenaria en Washington, D.C. en noviembre de 1986.

Temas principales de la carta pastoral

La carta pastoral no constituye una guía para la economía estadounidense. Tampoco encierra ninguna teoría sobre el funcionamiento de la economía ni intenta resolver las disputas entre las distintas corrientes de pensamiento económico. Nuestra carta vuelve a las Escrituras y a las enseñanzas sociales de la Iglesia para descubrir los propósitos a los que debe servir nuestra vida económica y las normas que ella debe satisfacer. Examinemos ahora algunos de estos principios morales fundamentales.

TODA DECISIÓN O INSTITUCIÓN ECONÓMICAS DEBERÁN SER JUZGADAS DE ACUERDO CON SU CAPACIDAD DE PROTEGER O MENOSCABAR LA DIGNIDAD DE LA PERSONA HUMANA. El punto de partida de la carta pastoral es la persona humana. Creemos que la persona es sagrada -el más claro reflejo de Dios entre nosotros. La dignidad humana no proviene de nacionalidad, raza, sexo, nivel económico o cualquier capacidad humana, sino de Dios. Juzgamos cualquier sistema económico por el criterio de lo que hace para el pueblo, cómo afecta al pueblo y hasta qué punto permite la participación popular. La economía debe servir a la gente y no al revés.

LA DIGNIDAD HUMANA SÓLO SE ALCANZA Y SE PROTEGE EN COMUNIDAD. Según nuestra enseñanza, la persona humana es a la vez sagrada y social. La manera en la que organizamos nuestra sociedad; –económica y políticamente, en el derecho y en la práctica de la administración pública- afecta directamente la dignidad humana y la capacidad de los individuos de crecer en comunidad. La obligación de amar al prójimo tiene una dimensión individual, pero también requiere un compromiso social más amplio con el bien común. Hay muchos modos parciales de medir y debatir la robustez de nuestra economía –producto interno bruto, ingreso per cápita y las cotizaciones de la bolsa de valores. La visión cristiana de la vida económica mira más allá de todas estas maneras y pregunta: la vida económica ¿enriquece o amenaza nuestra convivencia como comunidad?

TODOS TIENEN DERECHO A PARTICIPAR EN LA VIDA ECONÓMICA DE LA SOCIEDAD. La justicia fundamental exige que se garantice a la gente un nivel mínimo de participación en la economía. No es correcto que una persona o un grupo sean excluidas injustamente o que no puedan participar en la economía o hacer aportaciones. Por ejemplo, aquéllos que son capaces de trabajar y están dispuestos a hacerlo, pero no pueden encontrar trabajo, son privados de la participación que es tan esencial para el desarrollo humano, ya que es por medio del empleo como la mayoría de los individuos y las familias satisfacen sus necesidades materiales, ejercen sus dones y gozan de la oportunidad de contribuir a la comunidad. Tal participación tiene un significado especial en nuestra tradición, puesto que creemos que es un medio por el cual nos unimos al esfuerzo por llevar adelante la actividad creadora de Dios.

TODOS LOS MIEMBROS DE LA SOCIEDAD TIENEN UNA OBLIGACIÓN ESPECIAL PARA CON LOS POBRES Y LOS DÉBILES. En las Escrituras y el magisterio de la Iglesia hemos aprendido que la justicia de una sociedad se mide por la forma cómo trata a los pobres. La justicia como signo de la alianza de Dios con Israel se medía por el trato a los pobres y desamparados –la viuda, el huérfano y el extranjero. El reino que Jesús proclamó en su palabra y su ministerio no excluye a nadie. Los pobres son agentes del poder transformador de Dios a lo largo de la historia de Israel y en el cristianismo primitivo. “El Espíritu del Señor está sobre mí, porque él me ha ungido para predicar la Buena Nueva a los pobres”. Esta fue la primera declaración pública de Jesús. Jesús toma partido por los más necesitados. En el juicio final, pintado tan dramáticamente en el Evangelio de San Mateo, se nos dice que seremos juzgados según nuestra respuesta a los hambrientos, los sedientos, los desnudos, el extranjero. Como seguidores de Cristo, somos llamados a tomar “una opción fundamental por los pobres”, es decir, hablar por los que no tienen voz, defender a los que no tienen defensa, evaluar los modos de vida, las prácticas políticas y las instituciones sociales en términos de su impacto sobre los pobres. Dicha “opción por los pobres” no significa colocar un grupo en contra de otro, sino fortalecer a toda la comunidad, ayudando a los más vulnerables. Como cristianos somos llamados a responder a todos nuestros hermanos y hermanas, pero son los más necesitados los que exigen la mayor respuesta.

LOS DERECHOS HUMANOS SON LAS CONDICIONES MÍNIMAS PARA QUE EXISTA LA VIDA EN COMUNIDAD. Según la enseñanza católica los derechos humanos abarcan no sólo derechos civiles y políticos, sino también derechos económicos. Como declaró el Papa Juan XXIII, todas las personas tienen derecho a la vida, alimentación, techo, descanso, atención médica, educación y empleo. Cuando se priva a las personas de la oportunidad de ganarse la vida, de modo que andan hambrientos y sin techo, se les está negando derechos básicos. La sociedad debe garantizar que dichos derechos sean protegidos; sólo así se pueden satisfacer las condiciones mínimas de justicia económica para nuestras hermanas y nuestros hermanos.

LA SOCIEDAD EN SU CONJUNTO, POR MEDIO DE SUS INSTITUCIONES PÚBLICAS Y PRIVADAS, TIENE LA RESPONSABILIDAD MORAL DE REALZAR LA DIGNIDAD HUMANA Y PROTEGER LOS DERECHOS HUMANOS. Además de la responsabilidad evidente de las instituciones privadas, el gobierno tiene una responsabilidad esencial en este campo, lo cual no significa que el papel del gobierno sea primario o exclusivo, sino que le incumbe una responsabilidad moral positiva de salvaguardar los derechos humanos y garantizar que las condiciones mínimas de dignidad sean cumplidas para todos. En una democracia el gobierno es un medio por el cual podemos actuar conjuntamente para proteger lo que consideramos valioso y promover nuestros valores comunes.

Los seis principios morales mencionados no son los únicos que se encuentran en la carta pastoral, pero bastan para ofrecer un panorama de la visión moral que quisiéramos compartir. Esta visión de la vida económica no puede existir en un vacío, sino que debe traducirse en medidas concretas. Nuestra carta pastoral propone una serie de aplicaciones específicas de los principios morales católicos. Reclamamos un nuevo compromiso nacional con la meta de empleo para todos; declaramos que el hecho de que uno de cada siete estadounidenses sea pobre es un escándalo social moral, y pedimos que se emprendan esfuerzos intensivos y colectivos para eliminar la pobreza. La satisfacción de las necesidades básicas de los pobres es de la más alta prioridad.

Instamos a que todas las políticas económicas sean evaluadas a la luz de su impacto sobre la vida y la estabilidad en la familia. Apoyamos las medidas destinadas a detener la pérdida de propiedades agrícolas operadas por familias y a frenar la creciente concentración de la propiedad de los recursos agrícolas. Ofrecemos sugerencias específicas sobre la forma en que los Estados Unidos pueden incrementar sus acciones destinadas a aliviar la pobreza de países pobres y cooperar con su desarrollo. También reafirmamos la enseñanza de la Iglesia sobre derecho laboral, contrato colectivo, propiedad privada, subsidiaridad e igualdad de acceso al trabajo sin prácticas discriminatorias.

Creemos que las recomendaciones de nuestra carta son razonables y equilibradas. En nuestro análisis de la economía rechazamos los extremos ideológicos y tomamos como punto de partida el hecho de que la nuestra es una economía “mixta”, producto de una larga historia de reformas y ajustes. Estamos conscientes de que algunas de nuestras recomendaciones concretas son debatibles. Como obispos no pretendemos dar a esos juicios el mismo tipo de autoridad que caracteriza nuestras afirmaciones de principio. Sin embargo, sentimos la obligación de demostrar con nuestro ejemplo la manera en que otros cristianos pueden hacer análisis y juicios concretos sobre cuestiones económicas. Las enseñanzas de la Iglesia no se pueden quedar a un nivel de generalidades interesantes.

En la carta pastoral sugerimos que ha llegado la hora de emprender un “Nuevo Experimento Estadounidense” –para implementar los derechos económicos, compartir el poder económico más ampliamente y lograr que la toma de decisiones económicas responda al bien común. Dicho experimento nuevo podrá crear nuevas estructuras de colaboración económica y participación dentro de las empresas, a nivel regional y nacional, y más allá de las fronteras nacionales.

Desde luego la carta no toca muchos aspectos de la economía y deja algunas cuestiones básicas abiertas a ser exploradas más ampliamente. Hay además muchos puntos específicos sobre los cuales muchos hombres y mujeres de buena voluntad pudieran estar en desacuerdo, y esperamos que haya un intercambio fructífero entre los distintos puntos de vista. Nuestro único deseo es que todos tomen a pecho la urgencia de nuestras preocupaciones, que juntos probemos nuestros puntos de vista por el criterio del Evangelio y la enseñanza de la Iglesia y que escuchemos otras voces en un espíritu de respeto mutuo y apertura al diálogo.

UN LLAMADO A LA CONVERSIÓN Y A LA ACCIÓN

No nos debe extrañar el descubrir que la enseñanza social católica sea exigente, ya que el mismo Evangelio es exigente. Siempre necesitamos convertirnos, cambiar nuestro corazón. Somos objeto de ricas bendiciones, y como afirma San Pablo, nuestro destino es la gloria. No es menos cierto, sin embargo, que somos pecadores, que no siempre somos sabios ni amorosos ni justos y que a pesar de nuestras maravillosas potencialidades, nacimos incompletos, desconfiados ante la vida, y encerrados por temores y rutinas sin sentido. Incapaces de entregarnos por completo al Dios viviente, buscamos formas sustitutas de seguridad: en cosas materiales, en el poder, en la indiferencia, en la popularidad, en el placer. Las Escrituras nos advierten que tales cosas pueden volverse formas de idolatría. Sabemos que a veces para seguir siendo verdaderamente una comunidad de discípulos de Jesús, tendremos que decir “no” a ciertos aspectos de nuestra cultura, a ciertas tendencias y modos de actuar que se oponen a la vida de fe, caridad y justicia. Los cambios en nuestros corazones llevan lógicamente a un deseo de cambiar nuestro modo de actuar. ¿Con qué tipo de delicadeza, amabilidad y justicia me comporto en el trabajo? ¿Cómo servirán a la dignidad humana y al bien común mis decisiones económicas sobre las compras, ventas, inversiones, retiro de fondos, empleo o desempleo de trabajadores? ¿En qué carrera puedo activar mejor mis dones de tal manera que el mundo se llene del Espíritu de Cristo? ¿Cómo contribuyen mis opciones económicas a la solidez de mi familia y comunidad, a los valores de mis hijos, y a que aumente en la sociedad la preocupación por los necesitados? En esta sociedad de consumo, ¿cómo puedo cultivar un sano desprendimiento y evitar la tentación de saber quién soy según lo que tengo? ¿Cómo logro un equilibrio entre trabajo y ocio que amplíe mi capacidad para cultivar amistades, vida familiar y participacipación en la comunidad? ¿Cuáles políticas gubernamentales debo apoyar para lograr el bienestar de todos, especialmente de los pobres y los débiles?

No es siempre fácil contestar a tales preguntas ni vivir conforme a las respuestas. La conversión es un proceso que dura toda la vida, y uno no se convierte en aislamiento sino con el apoyo de toda la comunidad creyente, por medio del bautismo, la oración en común y nuestros esfuerzos diarios, grandes y pequeños, a favor de la justicia. Como Iglesia debemos ser un pueblo según el mismo corazón de Dios, vinculados en el Espíritu, apoyándonos mutuamente en el amor, orientando nuestros corazones hacia el Reino de Dios, comprometiéndonos a la solidaridad con los que sufren, trabajando por la paz y la justicia y actuando como signo del amor y la justicia de Cristo en el mundo. La Iglesia no puede redimir al mundo de los efectos mortíferos del pecado y la injusticia, a no ser que esté empeñada en eliminar el pecado y la injusticia en su propia vida y en sus instituciones. Todos debemos ayudar a la Iglesia para que practique en su propia vida lo que predica a otros sobre la justicia económica y la colaboración.

La presente carta pastoral nos desafía no sólo a pensar de manera diferente, sino a actuar de manera diferente. Una renovación de la vida económica dependerá de las opciones y compromisos conscientes de los creyentes particulares que practican su fe en el mundo. Para la mayoría de nosotros el camino a la santidad se encuentra en nuestras vocaciones seculares y, por lo tanto, nos hace falta una espiritualidad que invite y apoye las iniciativas y el testimonio laicos, no solamente en nuestros templos sino en el mundo de los negocios, en el movimiento sindical, en las profesiones, en la educación y en la vida pública. Nuestra fe no se limita a una obligación de fin de semana, a un misterio que se celebra los domingos en torno al altar. Es más bien una realidad omnipresente que ha de ponerse en práctica todos los días en los hogares, oficinas, fábricas, colegios y negocios a lo largo de nuestro país. No podemos separar nuestras creencias de nuestra práctica en la vida pública y en la comunidad en su sentido más amplio, ya que es precisamente ahí donde hacemos nuestro aporte principal a los esfuerzos por la justicia económica.

Pedimos a cada uno de ustedes que lean la carta pastoral, la estudien, oren en torno a ella y la compaginen con su propia experiencia. Les rogamos que se unan a nosotros para servir a los necesitados. Salgamos de nosotros mismos para ir a los hambrientos y a los que no tienen techo, a los pobres e impotentes, a los angustiados y vulnerables. Al servirles a ellos servimos a Cristo. Nuestros esfuerzos por servir no pueden sustituir las políticas públicas justas y compasivas, pero sí nos ayudan a practicar lo que predicamos con respecto a la vida y la dignidad humana.

La lucha por la justicia económica lleva a los creyentes al escenario público en donde se evalúan las políticas gubernamentales por medio de los principios de nuestra enseñanza. Les pedimos a ustedes creyentes que como ciudadanos estén bien informados y sean más activos, utilizando su voz y su voto para hablar por los que no tienen voz, para defender a los pobres y a los débiles y promover el bien común. Hemos sido llamados a formar una conciencia crítica capaz de evaluar las políticas económicas públicas y privadas por la forma en que afectan a los más pequeños, los extraviados y los marginados de nuestra sociedad. La presente carta nos invita a la conversión y a la acción en común, a nuevas formas de administración, servicio y actividad cívica.

La publicación de una carta como la presente no es sino el comienzo de un largo proceso de educación, diálogo y acción. Por medio de la fe y el bautismo nos volvemos criaturas nuevas, llenas del Espíritu Santo y de un amor que nos impulsa a procurar una relación nueva y profunda con Dios, con la familia y con todos los seres creados. Jesús se ha adentrado en nuestra historia como el hijo ungido de Dios que anuncia el advenimiento del Reino de Dios, un reino de justicia, paz y libertad. Jesús encarna lo que ha proclamado en su acción. Su ministerio revela que el reinado de Dios es una realidad más poderosa que el mal, la injusticia y la dureza de los corazones. Por medio de su crucifixión y resurrección Jesús nos revela que en último término el amor de Dios vence todos los dolores, todos los horrores, todo lo sin sentido, y hasta el misterio de la muerte. Por lo tanto, proclamamos palabras de esperanza y consuelo para quienes sufren dolor y necesidad.

Creemos que la visión cristiana de la vida, incluyendo la vida económica, es capaz de transformar la vida de individuos, familias, escuelas y toda nuestra cultura. Creemos que con las oraciones, la reflexión, el servicio y la acción de ustedes, nuestra economía puede ser configurada de tal forma que la dignidad humana florezca y la persona humana sea servida. Hé ahí la obra incompleta de nuestra nación. Hé ahí el desafío de nuestra fe. VN

Fuente: Nacional Conference of Catholic Bishops

Share