INMIGRACIÓN BAJO EL LENTE

Los pueblos migran: esa ha sido la pauta desde los orígenes de la humanidad, y ningún país le debe tanto a las migraciones como Estados Unidos

Entre los argumentos invocados por quienes se oponen a la aprobación de una reforma integral a las leyes de inmigración del país, destaca -a veces abierta, a veces veladamente- el temor a que el país se desamericanice. Con ello quieren decir: que deje de ser blanco, que se diluya su identidad europea. Según esa lógica, la continua llegada de mexicanos, centroamericanos, coreanos e indios, contamina la sociedad estadounidense, corrompiendo su carácter y su esencia.

Mark Krikorian, director del Centro de Estudios de Inmigración, organización opuesta a la inmigración -autorizada o no- alegaba hace un tiempo durante un debate promovido por el Miller Center (Universidad de Virginia), que las políticas para reformar las leyes de inmigración persiguen “que los Estados Unidos sea menos blanco”.

“¿Por qué vamos a adoptar una política que persigue cambiar la composición étnica de este país? No me interesa tener una política de inmigración para hacer reingeniería social”, declaró.

Lo cierto es que los países y las sociedades cambian, incluso los Estados Unidos. Este mes, según una proyección del Departamento de Finanzas, los hispanos pasan a ser mayoría en California (39.9%), desplazando a los blancos de origen europeo al segundo lugar (38.8%). Esa tendencia se mantendrá en los años por venir, según los demógrafos del estado: en 2020, dicen, los residentes de origen latinoamericano serán el 41% de los californianos, y los blancos, el 37%.

Estas tendencias no son el producto de un esquema de reingeniería social. Son la realidad, producto de la evolución histórica y de las corrientes de migración actuales. Porque lo cierto es que los pueblos migran: esa ha sido la pauta desde los orígenes de la humanidad, y ningún país le debe tanto a las migraciones como los Estados Unidos. Los propietarios que pelearon por la independencia de Inglaterra y fundaron la nación estadounidense en 1776 eran descendientes de colonizadores europeos. A su llegada al continente en el siglo XVI, Norteamérica estaba poblada por una población de decenas de millones, cada una con su cultura. Pero desde la fundación de los Estados Unidos, esos pueblos quedaron reducidos a extranjeros en su propio país.

Por otro lado, los que hoy conocemos como afroamericanos empezaron a arribar a principios del siglo XVI. No llegaron libremente en busca de tierras para cultivar o mejores oportunidades: fueron traídos a la fuerza como esclavos, primero por colonizadores españoles, y a partir del siglo XIX, por traficantes holandeses. En 1860, al estallar la Guerra Civil, se contabilizaban cuatro millones de esclavos en los Estados Unidos, casi el 90% de la población de color.

Actualmente, la población de Estados Unidos ronda los 315 millones, de los cuales aproximadamente 55 millones son de origen hispano. Se estima que la población de personas sin permiso de trabajo anda por los 11 millones, los cuales son mayoritariamente hispanos (mexicanos, centroamericanos, etcétera). Muchos han formado hogares, incluso con ciudadanos estadounidenses, y tienen hijos nacidos en este país. Por eso, cuando se habla de “indocumentados” o “ilegales” o “sin papeles”, se habla de familias enteras. Lo que los motivó a migrar al Norte fue la búsqueda de un futuro mejor para sus hijos. Algunos, como los salvadoreños, se refugiaron en Estados Unidos para ponerse a salvo de las matanzas que eran perpetradas por un ejército financiado, armado y entrenado por el Gobierno estadounidense.

A pesar de las retóricas antiinmigrantes, la mayoría de la sociedad estadounidense acepta y reconoce las contribuciones económicas y culturales de los inmigrantes, y como varios sondeos indican, considera justo que se haga una reforma que abra las puertas a la regularización de la población indocumentada. Esto lo comprende incluso la derecha política, que se siente apremiada a apoyar la causa de la regularización antes de las próximas elecciones para no concitar la furia de los votantes hispanos y asiáticos. El ala moderada del Partido Republicano votó en junio en favor de un plan de regularización el año pasado, pero la iniciativa pro reforma se ha estancado en la Cámara de Representantes, donde prevalecen el Tea Party y otros radicales de derecha republicanos.

Pero eventualmente, el peso de la opinión pública ha de imponerse. En la primera semana de marzo, la Cámara de Comercio de Estados Unidos hizo llegar más de 600 cartas de grupos empresariales dirigidas al speaker (presidente) de la Cámara de Representantes, John Boehner, y uno de los principales líderes republicanos, pidiéndole adoptar este año la reforma de inmigración. Las Iglesias de varias denominaciones también se pronuncian en el mismo sentido.

Pero por encima de cualquier consideración económica o política, adaptar las leyes de inmigración a los tiempos, es sobre todo un problema humanitario de grandes proporciones. Once millones de inmigrantes viven como personas de segunda categoría, y sus hijos pagan las consecuencias. Así lo reconoció a inicios de año la directora de Human Rights Watch en los Estados Unidos, Alison Parker. “La reforma de inmigración”, dijo en el informe más reciente de la organización, “tiene que ser una prioridad para los legisladores en 2014”. VN

Share