HOMILÍA -MISA EN HONOR A NUESTRA SEÑORA DE GUADALUPE

Por Monseñor JOSÉ H. GOMEZ, Arzobispo de Los Ángeles

Colegio del Este de Los Ángeles
1 de diciembre de 2013

QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS GUADALUPANOS,

Es una hermosa bendición estar aquí hoy, con cada uno de ustedes y sus familias para honrar a Nuestra Madre Santísima de Guadalupe.

¡Demos gracias a Dios! ¡Agradezcámosle por el don de nuestra fe católica! ¡Démosle gracias por todas sus bendiciones en nuestra vida! ¡Démosle Gloria a Jesucristo y a su Madre, nuestra Madre, Nuestra Señora de Guadalupe!

Hermanos y hermanas, hace dos semanas estuve en la Ciudad de México, en el Santuario de la Virgen. Y ahí recibimos un mensaje de nuestro Santo Padre, el Papa Francisco. El Papa nos dijo cosas muy hermosas.

Nos recordó que Nuestra Señora de Guadalupe es un regalo especial que Dios le dio al pueblo mexicano. Ella no apareció así a ningún otro pueblo. Vino a San Juan Diego, un indígena humilde, un mexicano humilde, un trabajador ordinario, que tenía sus propias alegrías y dificultades, en el trabajo y con su familia. La Virgen se apareció a una persona normal, como cualquiera de nosotros. Un latino.

La Virgen María vino con un mensaje, con la Buena Nueva de la fe, la Buena Nueva de la misericordia y del amor de Dios. Y envolvió su mensaje en la tilma de Juan Diego, con la hermosa señal de las rosas que florecieron en invierno. ¡Nosotros sabemos que las rosas no florecen en invierno, en diciembre en la Ciudad de México!

¡Pero con Dios, todo es posible! ¡Con Dios, todo funciona por el bien de aquellos que lo aman! ¡Todo lo podemos en Él! ¡Él nos fortalecerá!
Entonces, como decía, Nuestra Señora dejó el hermoso regalo de las rosas. Pero no le dio el regalo solamente a Juan Diego. Se lo dio a él, y le dijo que lo llevara a otros, que lo llevara a la Iglesia y al Obispo. Y Ella dijo que la Iglesia necesita llevar ese regalo -el don de la Buena Nueva del amor de Dios- a todas las familias, y a todas las personas.

El regalo de Nuestra Señora de Guadalupe no fue sólo para el pueblo mexicano. Dios escogió al pueblo mexicano para que fuera su mensajero.

Esta es todavía nuestra misión, hermanos y hermanas. La Virgen nos llama a ser siervos de Dios para que llevemos la Buena Nueva a todo el mundo. ¡Somos mexicanos! ¡Somos latinoamericanos! ¡Latinos! Y eso quiere decir algo muy especial: que somos católicos, que somos los que guardamos la fe. Nosotros tenemos las rosas que Nuestra Señora le dio a San Juan Diego. Dios nos confió su mensaje: toda la verdad sobre quién es Él, sobre cuánto nos ama, sobre lo que quiere para el mundo. No confió su mensaje a cualquier otro pueblo, sino a nosotros, a cada uno de nosotros. Nosotros somos su pueblo.

Entonces, cuando escuchamos las palabras de las Sagradas Escrituras hoy, tenemos que entenderlas mejor. Estas palabras están dirigidas a nosotros. Están hablando de nosotros y se refieren a nosotros.

El profeta Isaías dice en la primera lectura:

CAMINEMOS A LA LUZ DEL SEÑOR

Y en la segunda lectura, San Pablo nos dice: Dejemos las actividades de las tinieblas. Nada de borracheras, pleitos ni envidias. Nada de seguir nuestras pasiones dondequiera que nos lleven. Necesitamos dejar las actividades de las tinieblas y revestirnos de las armas de la luz.

Y luego, en el Evangelio de hoy, Jesús nos dice:

Por eso, estén también ustedes preparados, porque la hora que menos piensen viene el Hijo del Hombre.

Estas palabras se dirigen a nosotros, hermanos y hermanas. Tenemos que ser hijos de la luz. Tenemos que vivir como católicos, como pueblo de Dios.

Nuestra fe es como las rosas en la tilma de San Juan Diego. Nuestra fe es un don que Dios ha envuelto en la “tilma” de nuestras propias vidas, la “tilma” de nuestro propio corazón.

Tenemos que abrir nuestros corazones y nuestras vidas a los demás, como hizo San Juan Diego. Tenemos que abrir nuestro corazón y nuestras vidas para mostrar el amor que hay adentro. Tenemos que mostrar a la gente el amor de Dios, la hermosa promesa de Jesucristo.

Esto es lo que la Virgen quiere de nosotros. Esto es lo que significa compartir nuestra fe: amar a los demás, cuidarlos, mostrarles misericordia y especialmente, perdón.

¡No perdonamos lo suficiente, hermanos y hermanas! Esto es lo que muchas veces les hace daño a nuestras familias, a nuestras trato con los demás… cuando nos cuesta perdonar. De modo que necesitamos perdonar a los demás de la misma manera como Dios nos perdona a nosotros. ¡Todas las veces, todo el tiempo!

Y necesitamos rezar más, hermanos y hermanas. ¡Nuestras oraciones sencillas son tan poderosas! El Padre Nuestro, el Ave María, el Gloria. Récenlas siempre, cuando estén trabajando, cuando estén ayudando a sus hijos, cuando estén esperando el autobús. ¡Es mejor que estar mirando nuestros teléfonos celulares! ¡Aprovechemos el poco tiempo que tenemos para rezar, para tener una pequeña conversación con Dios!

Hermanos y hermanas, ¡nuestras familias son lo más importante! ¡Necesitamos fortalecerlas!

Sé que muchas de nuestras familias están sufriendo por causa del sistema de inmigración. Esta semana que paso me uní a varios líderes en un “ayuno por las familias”, un ayuno por la Reforma Migratoria. Tenemos que seguir con nuestros esfuerzos, y tenemos que recordar a los políticos que no podemos dejar que otro año pase, sin que se haya hecho nada.

Pero todas las cosas buenas empiezan en Dios, y con nuestro amor, nuestras oraciones y nuestro sacrificio. De modo que tenemos que trabajar por nuestras familias, para que nuestro amor crezca. ¡Hagamos que nuestras familias sean más católicas, como la Virgen quiere! Vayamos más a misa, recemos más. Enseñen a sus hijos todas las oraciones y hermosas promesas de la fe católica. ¡Amemos como la Virgen quiere que amemos!

Hermanos y hermanas, en el mensaje especial que el Papa Francisco nos dio en la Basílica de Nuestra Señora de Guadalupe, nos dijo:

“Queridos hermanos y hermanas… Les ruego, como padre y hermano en Jesucristo, que se hagan cargo de la fe que recibieron en el Bautismo. Y, como lo hicieron la mamá y la abuela de Timoteo, transmitan la fe a sus hijos y nietos, y no sólo a ellos. Este tesoro de la fe no es para uso personal. Es para darlo, para transmitirlo, y así va a crecer. Hagan conocer el nombre de Jesús. Y si hacen esto, no se extrañen de que en pleno invierno florezcan rosas de Castilla. Porque saben, tanto Jesús como nosotros, tenemos la misma Madre”.

Este es un lindo mensaje, muy personal, para cada uno de nosotros.

Hermanos y hermanas, este es el primer domingo de Adviento. Es un buen momento para comenzar otra vez, mientras nos preparamos para la Navidad y la llegada del Niño Jesús.

Vivamos nuestra fe con amor, seamos hijos buenos, buenos guadalupanos. ¡Confiemos en Jesús, quien nos dio a Su Madre para que fuera nuestra Madre!

¡Hagamos conocer Su nombre! El Papa tiene razón, si creemos en Él, las rosas florecerán en nuestra vida. Veremos señales del amor de Dios en todo en nuestra vida. ¡En los lugares y en los momentos en que menos esperamos!

Y amemos a nuestra Madre con un amor cada vez más tierno. Pidámosle que cuide a nuestras familias y que nos proteja. Y pidámosle a Ella, que es Su Madre y nuestra Madre, que haga que un nuevo amor por Jesús crezca como rosas en nuestro corazón.

¡Que Viva la Virgen de Guadalupe!

¡Que viva San Juan Diego!

¡Que vivan los Mártires Mexicanos!

¡Que viva Cristo Rey!

Nuestra Señora de Guadalupe, ¡ruega por nosotros!VN________________________________________
[i] Lecturas (Primer Domingo de Adviento): Is 2,1-5; Sal 122,1-9; Rom 13,11-14; Mt 24,37-44.

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