HOMILÍA DEL PRIMER DOMINGO DE ADVIENTO

Monseñor José H. Gomez, Arzobispo de Los Ángeles

Catedral de Nuestra Señora de los Ángeles
30 de noviembre de 2014

Queridos hermanos y hermanas en Cristo,

Empezamos un nuevo año litúrgico en la Iglesia. El Adviento es un tiempo para que nos preparemos para la venida de Jesús. Es un tiempo de renovación, ¡un tiempo para renovar nuestra relación con Jesús! ¡Un tiempo para estar en vela! ¡Un tiempo para estar preparados!

Hoy es también el comienzo del Año de la Vida Consagrada que ha sido convocado por el Papa Francisco.

Él está pidiendo que “todo el pueblo cristiano sea cada vez más consciente del don tan grande que es la presencia en medio de nosotros de esa gran cantidad de hombres y mujeres consagrados, herederos de los grandes Santos que escribieron la historia de la cristiandad”.

De manera que hoy hemos de orar por todos los religiosos, los hermanos y las hermanas que prestan sus servicios en la Arquidiócesis, y hemos de pedirle a Dios que atraiga a muchos más hombres y mujeres a seguir este camino especial de discipulado. Y, para todos nosotros, pidamos un renovado amor por la vida consagrada.

Entonces el Adviento es un tiempo de espera de la venida de Jesús. Estamos tan ocupados en nuestras vidas que necesitamos cada año este tiempo de gracia para ayudarnos a reflexionar acerca de cómo podemos ser más conscientes de la presencia de Jesús en nuestra vida.

A veces es difícil recordar que nuestras vidas son parte de algo más grande, de algo aún más hermoso.

Para eso sirve el Adviento. En el pasaje del Evangelio de este primer domingo de Adviento, Jesús nos dice:

¡Velen y estén preparados!

Porque no saben cuándo llegará el momento. […]
No vaya a suceder que llegue de repente y los halle durmiendo.

Queridos hermanos y hermanas, ¡que no nos encuentren durmiendo a lo largo de nuestras vidas! Hemos de asegurarnos de percibir todos los signos de la presencia de Dios en el mundo. Hemos de asegurarnos de que estamos prestando atención a lo que Dios nos está pidiendo en nuestra vida cotidiana.

¡Todo empieza en Dios! Eso es lo que el profeta Isaías nos dice en la primera lectura que escuchamos hoy.

Isaías nos dice dos cosas importantes acerca de Dios. En primer lugar, nos dice que Dios es nuestro Padre. Escuchamos esas hermosas y sencillas palabras: Señor, tú eres nuestro Padre.

Ahora bien, la segunda cosa que el Profeta nos dice hoy es que Dios nos hizo con un propósito en mente. Del mismo modo que un artista elabora una pintura o una escultura.

Isaías dice:

Señor nosotros somos el barro y tú el alfarero;
todos somos hechura de tus manos.
Qué hermosa imagen de nuestras vidas. Somos la obra de Dios, el proyecto de Dios. Cada uno de nosotros es como una obra de arte personal de Dios.

Así que, hermanos y hermanas míos, el punto central aquí es esta sencilla y poderosa verdad: Somos importantes para Dios. Cada uno de nosotros es “alguien especial” para Dios.

Dios quiere que seamos felices. Él quiere que conozcamos su amor, que tengamos una relación tierna y amorosa con Él.

Y de la misma manera como sabemos que somos “alguien especial” para Dios, Él quiere que difundamos esta verdad a los demás. Dios quiere que seamos “alguien especial para alguien”, como solía decir la Beata Madre Teresa, para que las personas que nos rodean experimenten el amor y la misericordia de Dios; ¡para que puedan sentir que son realmente una obra de arte de Dios!

Hay una historia que leí recientemente sobre una de nuestras Santas locales, la Venerable Madre Luisita, y que trata de este tema. Como probablemente saben, ella vino de México a Los Ángeles en la década de 1920 y fundó a las Hermanas Carmelitas del Sagrado Corazón, que están todavía muy activas en la Arquidiócesis.

Ahora bien, la Madre Luisita creció en Jalisco. Su familia tenía un rancho muy grande y su padre la llevaba con él cuando iba a supervisar el trabajo que se hacía en el rancho. Esto lo hacían a caballo.

Su padre era un buen hombre. Trataba a las personas que trabajaban para él con respeto y amabilidad. Pero la joven Luisita nunca quería ni siquiera mirar a estas personas o hablar con ellas.

Un día, su padre se cansó de esta situación y le dijo: “Hijita, ¿se te desgastará la lengua sólo por saludar a estas personas?” .

Ese momento cambió la vida de Luisita. Fue un momento que le dio una lección sobre la dignidad humana y sobre la ternura y la compasión. Ella nunca olvidó las palabras de su padre. Y estoy seguro de que su padre, en ese momento, no sabía que la estaba ayudando a convertirse en Santa.

Me gusta esta historia porque nos enseña qué tan importantes pueden ser nuestras pequeñas acciones. Simplemente decir una palabra amable, o prestarle atención a alguien. Estos pequeños actos de bondad pueden mostrar a las personas que son importantes para Dios, que son “alguien especial”.

Entonces, queridos hermanos y hermanas, en esta primera semana de Adviento, tratemos de reflexionar sobre el hecho de que Dios es nuestro Padre y de que somos su obra de arte.

Tenemos que experimentar una cierta urgencia por progresar en nuestra vida espiritual. El Adviento es un momento adecuado para que nos demos cuenta de las cosas que nos separan de Dios y para que tengamos un profundo deseo de conformar nuestros corazones, nuestras mentes y nuestra voluntad con la imagen de Jesucristo.

Y cada día de esta semana, tratemos de desvivirnos por hacer que otras personas, especialmente nuestros familiares, experimenten el amor y la misericordia de Dios con nuestros pequeños actos de servicio.

¡Qué mundo tan diferente -un mundo mejor- tendríamos si todos tratáramos de practicar esto todos los días!

Entonces, pidámosle a nuestra Santísima Madre María que nos ayude a vivir cada vez más como hijos de Dios, haciendo una diferencia en la vida de nuestros hermanos y hermanas, en tanto que durante este tiempo de Adviento esperamos con alegría el nacimiento de Jesús. VN

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