<!--:es-->HOMILÍA – 80° PROCESIÓN ANUAL Y MISA EN HONOR A NUESTRA SEÑORA DE GUADALUPE<!--:-->

HOMILÍA – 80° PROCESIÓN ANUAL Y MISA EN HONOR A NUESTRA SEÑORA DE GUADALUPE

Por Monseñor José H. Gomez Arzobispo de Los Angeles

QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS GUADALUPANOS.

¡Qué maravillosa y gozosa celebración! Miren alrededor de ustedes, queridos hermanos y hermanas, ¿no es esto un hermoso panorama?

Somos muchos los que nos hemos reunido hoy de diferentes lugares y orígenes, jóvenes y adultos, hombres y mujeres. Aquí estamos, reunidos juntos como la familia de Dios, para alabar a nuestro Padre celestial y darle gracias a Jesucristo por el don de Su Madre, a quien nos envió en el cerro del Tepeyac hace 480 años.

La Hermosa mujer del Tepeyac es la Madre de Jesús, y es también nuestra madre. Ella es la Madre de las Américas y Madre de todos los pueblos. Ella es Madre de Nuestras Raíces.

De pequeño, cuando crecía en Monterrey, mis padres nos enseñaron a mis hermanas y a mí, a tenerle una sencilla devoción. Ellos nos ensenaron que María es nuestra madre querida Santa Maria de Guadalupe, quien siempre nos cuida.

Recuerdo que cada verano viajábamos desde Monterrey hasta la Ciudad de México para visitar a mis abuelos. Y cada vez que íbamos, realizábamos todos juntos una peregrinación familiar a la Basílica de Nuestra Señora de Guadalupe.

También recuerdo que mi padre cada ano iba con los sus compañeros de trabajo de peregrinación al santuario de Guadalupe en Monterrey. Nuestra tradición de ir en procesión, peregrinación cada ano a los Santuarios de la Virgen Maria para demostrarle nuestro amor a la Santísima Virgen.

Estas son mis raíces, hermanos y hermanas. Sé que son sus raíces también. Y hoy, bajo los ojos amorosos y misericordiosos de Nuestra Señora de Guadalupe, prometamos apoyarnos siempre unos a otros.

Necesitamos prometer que siempre vamos a alimentar nuestras raíces, a través de nuestras oraciones y devociones, de nuestros esfuerzos por llevar una buena vida y ayudar a los demás, por fortalecer nuestros vecindarios y comunidades, mediante nuestro amor por nuestra familia y nuestra Iglesia.

¡Eso es lo que significa ser Guadalupanos!

Necesitamos esforzarnos por alimentarnos y crecer desde nuestras raíces, a través de la gracia que recibimos en los sacramentos de la Iglesia. Necesitamos prometer que siempre trataremos de dar buenos frutos para Jesús en nuestras vidas.

Hoy, en esta Santa Misa, demos gracias a Dios por el don de nuestras raíces, por el don de nuestras familias y el don de nuestra herencia y tradición hispanas. Agradezcámosle por el hermoso tesoro de nuestra fe católica, por el gozo de conocer el amor de Jesucristo y las misericordias de nuestra Madre del Tepeyac.

¡Qué apropiado que celebremos esta fiesta durante el tiempo de Adviento! Este es un tiempo de espera y gozo mientras nos preparamos para la Navidad y la llegada de Jesús.

Las lecturas de las Sagradas Escrituras que acabamos de escuchar, hablan todas acerca de la preparación para la llegada de Jesús en nuestras vidas.

En la primera lectura, el profeta Isaías nos dice que necesitamos escuchar la voz que clama en el desierto: ¡“Preparen el camino del Señor”!

Y en el Evangelio de hoy nos encontramos con la figura del San Juan Bautista, quien aparece en el desierto proclamando un bello mensaje de arrepentimiento y perdón de los pecados.

¡Qué imagen sobre San Juan Bautista nos muestra el Evangelio! Él vive en el desierto cerca del río Jordán, su ropa es de piel de camello, lleva una correa de cuero a la cintura y se alimenta de saltamontes y miel silvestre. Estas son señales de que está totalmente dedicado a Dios y a cumplir su voluntad en su vida.

Necesitamos escuchar realmente el mensaje del profeta Isaías y de San Juan Bautista. Ellos nos dicen que Jesús nuestro Señor viene al mundo con su poder, como el Buen Pastor que nos reúne en su amor.

Este tiempo de Adviento es una excelente oportunidad para mejorar y empezar una nueva vida.

Ahora es el tiempo, este momento, hoy, para pedirle a Dios que nos conceda su gracia para nuestra conversión. Una verdadera conversión no consiste solamente en tener pensamientos piadosos y buenas intenciones, sino que implica un profundo cambio en la manera que vivimos, despojándonos de nuestra soberbia, tratando de ser menos egoístas. Esto significa tratar de enderezar todos nuestros hábitos y actitudes.

En la segunda lectura, San Pablo nos da otra hermosa promesa. Él nos dice: “(Dios) tiene mucha paciencia con ustedes, porque no quiere que nadie perezca, sino que todos se conviertan.”

Hermanos y hermanas, no hay nada que hayamos hecho en nuestras vidas que pueda impedir que recibamos Su gracia y perdón. Con la gracia de Dios, somos capaces de darle un giro a nuestras vidas, de volver a Él, de recibir su gracia y su perdón, para cambiar y mejorar nuestras vidas, de tal manera que podamos vivir con santidad y devoción.

En el Evangelio de hoy, escuchamos que todas las personas de Judea y Jerusalén, acudieron a San Juan Bautista para buscar el arrepentimiento y confesar sus pecados.

Esta es una lección para nosotros, hermanos y hermanas. Todos necesitamos pedir la gracia para ser como esos hombres y mujeres del Evangelio de hoy, para empezar de nuevo nuestro camino con Jesús.

Dios tiene un plan de amor para el mundo, y Dios tiene también un plan de amor para cada uno de nosotros. Esta es la razón por la que Jesús nació de la Virgen María hace 2000 años. Y es por ello que Él envió a su Madre al cerro del Tepeyac en diciembre de 1531.

Hermanos y hermanas, ¡Somos todos hijos de Dios! Esta es la hermosa verdad del Adviento y la Navidad. Este es el bello mensaje de la dulce Virgen del Tepeyac.

Pidamos hoy la gracia para recibir esta hermosa verdad así como lo hizo San Juan Digo.

Pensemos en él. Juan Diego era un hombre sencillo que cumplía sus responsabilidades diarias. No era poderoso ni influyente en el mundo. María lo llamó “el más pequeño de mis hijos”. Sin embargo, Dios tenía un plan para él que le era desconocido. Y así, San Juan Diego se convirtió en el primer gran evangelista del Nuevo Mundo.

Queridos hermanos y hermanas guadalupanos, cada uno de nosotros es el más pequeño de los hijos de María. Y así como lo hizo Juan Diego, Dios quiere que cada uno lleve su mensaje de perdón y amor al mundo.

Dios quiere que vivamos nuestra fe de manera natural, en nuestra vida cotidiana, empezando por las personas que tenemos más cerca.

Él quiere que compartamos nuestra fe de corazón a corazón, con una sonrisa sincera, una conversación verdadera, escuchando realmente a cada persona, ofreciendo palabras de aliento, haciendo pequeñas cosas para que la vida de los que están a nuestro alrededor sea mejor.

A través de estos pequeños actos de amor, compartimos con los demás el amor de Dios y la verdad que conocemos, que todos somos hijos de nuestra querida Madre Guadalupe, quien siempre cuida de nosotros.

Pidamos al Señor su gracia y el valor para ser bueno Guadalupanos. ¡Estemos orgullosos de donde venimos, de nuestras raíces! Pidamos la fortaleza para cumplir el Plan de Dios en nuestras vidas.

Se lo decimos una vez más, uniendo nuestras voces y nuestros corazones en un grito de alegría y de amor a la Virgen de Guadalupe, a los Santos y a Nuestro Señor Jesucristo!

Que Viva la Virgen de Guadalupe!

Que viva San Juan Diego!

Que viva San Felipe de Jesus!

Que viva San Rafael Guizar y Valencia!

Que vivan los Martires Mexicanos!

Que viva el Beato Agustin Pro!

Que viva Cristo Rey!

Que viva la Virgen de Guadalupe!

Que viva la Virgen de Guadalupe!

Que viva la Virgen de Guadalupe!

Nuestra Señora de Guadalupe, ¡ruega por nosotros! VN

East Los Angeles College Stadium
Los Angeles, California
4 de Diciembre de 2011

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