
¡HAGAN LO MISMO QUE YO HICE CON USTEDES!
¡DÉNLES DE COMER!
Reflexión sobre el contexto actual del ministerio diaconal, nueve años después de la carta pastoral
24 julio de 2009
En el año dos mil, presenté a la Iglesia de Los Angeles la carta pastoral sobre el ministerio: ¡Hagan lo Mismo que Yo hice con ustedes! Escrita con la ayuda del clero de nuestra Iglesia local, fue una reflexión sobre el ministerio y las vocaciones bautismales en la realidad social y eclesial que enfrentábamos en ese momento. Para concretizar los cambios desde el tiempo antes del Concilio Vaticano II, dibujé la vida de la parroquia imaginaria, San León en el año 1955 y la comparé a lo que sería su vida en el año 2005. Durante esos cincuenta años, la parroquia “devocional” donde los sacerdotes eran los únicos encargados del ministerio, se transformó en una iglesia multicultural donde el ministerio se ejercía por todos los bautizados en conjunto con sus sacerdotes, diáconos permanentes y religiosas/os. La Iglesia de 2005, según nuestras esperanzas sería una Iglesia donde los laicos fueran empoderados para poner sus talentos y sus carismas a la disposición de la comunidad tanto eclesial como social.
Aunque hubo problemas, y todavía los hay, se ha realizado esta visión. Hemos abrazado la diversidad de culturas, fruto de la migración de los pueblos. Dios, por medio de esos pueblos, ha suscitado el florecimiento de ministerios ricos en diversidad y en realismo. En el año 2005, gracias a Dios, pudimos decir que el estudio y la celebración de la Palabra de Dios y de la Cena del Señor nos guiaban por el camino hacia el futuro. Como los discípulos de Emmaús, se nos abrieron los ojos y reconocimos a Jesús en el Pan compartido durante la Liturgia. También, al oír la Palabra de Dios proclamada durante la Misa y estudiada en pequeños grupos, sentíamos arder “nuestro corazón cuando nos hablaba en el camino y nos explicaba las Escrituras.” (Lc. 24:32) Con entusiasmo, vitalidad y esperanza esperábamos ya en 2005 continuar nuestro camino hacia al encuentro del Señor en la construcción de su Reino.
Lo que hemos logrado en Los Angeles se ha visto repetido en la gran mayoría de las diócesis de los Estados Unidos. Por lo tanto, estos resultados no son como flores crecidas en un invernadero. Al contrario, hemos pasado por momentos históricos que nos han afectado seriamente como Iglesia local y nacional. Si el ambiente social era más o menos estable en el año 2000 cuando nos pusimos a reflexionar sobre el ministerio en la Iglesia, solo un año después (2001), este mismo ambiente social cambió y hasta hoy mismo es muy diferente. En estos días, si deseamos comenzar una reflexión sobre el ministerio del diaconado o sobre cualquier otro ministerio en la Iglesia, creo firmemente que hay tres eventos que tenemos que tomar en cuenta. Estos eventos han cambiado radicalmente el contexto de nuestras vidas como Pueblo de Dios y afectan seriamente el ministerio de todos los bautizados:
1. Los eventos del 11 de septiembre del 2001 cambiaron para siempre nuestra manera de considerar al extranjero y al inmigrante en los Estados Unidos. El racismo que siempre nos amenaza en una nación multi-racial y cultural, se amplificó y tomó como forma el temor del extranjero. Este temor tomó (y todavía toma) como blanco a nuestra gente indocumentada, padres y madres en búsqueda de un mejor ambiente socio-económico para sus familias. Esta gente contribuye con su trabajo y con el pago de impuestos al desarrollo de nuestro país y son culpables solamente de buscar una vida mejor para sus hijos siguiendo el antiguo camino de la migración.
Después de los actos de terrorismo inhumano de 9/11, nuestra nación quedó traumada al ver destrozadas las vidas de gente inocente, ciudadanos e inmigrantes, documentados e indocumentados. Enseguida, nos fue imposible llevar a cabo como nación un diálogo tranquilo sobre los derechos y los deberes del inmigrante. Lo único que nos quedaba hacer era tratar de unir a todos los feligreses (ciudadanos, documentados e indocumentados clandestinos) alrededor de la Cena del Señor para celebrar el hecho que en Jesucristo “ya no son extranjeros ni huéspedes, sino ciudadanos de la ciudad de los santos; ustedes son de la casa de Dios.” (Efesios 2: 19) De esa celebración salimos como hermanos y hermanas para poner en práctica la doctrina de Cristo que se encuentra en la doctrina social de la Iglesia. No fue fácil. Por lo tanto, nunca es fácil poner en práctica y sin distinción los mandatos del Señor: “Ámense los unos a los otros como yo los he amado”. (Jn. 13:34) “Hagan lo mismo que yo hice con ustedes”. (Jn. 13:15).
2. En la misma asamblea eucarística donde habíamos escuchado ese anuncio fuerte de salir al encuentro de nuestros hermanos y hermanas los más vulnerables, era también donde oímos con sorpresa y con una tristeza profunda las razones de la desaparición de sacerdotes que, hasta ese momento, habíamos respetado y amado. El escándalo del abuso sexual por los que habían sido nuestros guías espirituales y los celebrantes de los misterios más sagrados de nuestra religión, llegó a proporciones increíbles y puso a prueba la fe de nuestro pueblo.
Los errores cometidos durante este tiempo fueron grandes, pero lo que nació de esta prueba fue un pueblo con el deseo y el empeño de tomar el liderazgo en la protección de los niños contra toda clase de abuso, sea en la iglesia, la escuela o en la familia. Con la ayuda de todo el pueblo de Dios, la Conferencia Episcopal de los Estados Unidos puso en marcha un proceso que protegiera a los niños y enseñara a todo el Pueblo de Dios (voluntarios y ministros profesionales) cómo evitar que la tragedia del abuso sexual se repitiera.
3. El tercer evento que ha afectado el contexto donde se ejerce el ministerio es la tragedia de las múltiples crisis financieras que se han dado en la presente recesión. ¿Cuántas familias que conocemos no están sufriendo? Ha habido un aumento en el número de familias sin hogares, de padres e hijos buscando comida, ropa y ayuda en las líneas de las oficinas de las Caridades Católicas, del San Vicente de Paulo y de las iglesias que ofrecen ayuda a los pobres. Las escuelas católicas que antes daban una educación elemental y segundaria a los niños los más pobres, o están cerrando las puertas o están limitando su enseñanza a los que pueden pagar porque no hay otra solución.
En este ambiente, los primeros a sufrir son los indocumentados que, muchas veces ya están explotados por los que les habían anteriormente ofrecido trabajo. En este momento, algunos empleadores los dejan ir sin pensar en lo que les va a pasar; los que sí quieren ayudarles, no lo pueden sin perder todo lo poco que tienen ellos mismos. La cuestión en la mente de todos (ciudadanos, documentados e indocumentados) es la misma: ¿Vamos a sobrevivir esta crisis? ¿Se va a aumentar el racismo y la intolerancia a causa de la escasez? ¿Habrá violencia un día por causa de esta crisis? Si hay manifestaciones violentas, ¿contra quiénes van a dirigirse?
Es en este contexto que nosotros los obispos, los sacerdotes, los religiosos/as, los laicos y especialmente los diáconos y sus esposas a quienes me dirijo hoy, tenemos que obrar en la Viña del Señor. ¿Dónde debemos pues poner nuestros esfuerzos?
EN TRES LUGARES:
1. Primeramente en toda obra nueva y creativa que pueda mejorar la comprensión mutua entre las varias comunidades culturales, raciales y étnicas en las que servimos. Apoyar todo esfuerzo que se está haciendo, o sea dentro de la Iglesia, o por otras iglesias o por otros grupos que obran para una legislación inmigratoria justa. Les ofrezco esta pregunta para su reflexión: ¿De qué manera puede tomar el diaconado permanente un rol de liderazgo en esta área? ¿Qué puede hacer a nivel local y diocesano?
2. En segundo lugar, ponerse al servicio de programas que promueven la protección de los niños, los jóvenes menores de edad y los más vulnerables en la sociedad es absolutamente importante. Pero eso no quiere decir que tenemos que limitarnos a esta pastoral. Nuestra juventud (niños, jóvenes y jóvenes adultos) merece más que esto. Es decir, programas que les ayudarán a crecer en la fe y donde recibirán una imagen verdadera de lo que debe ser la relación sana entre jóvenes y adultos. La pastoral de habla hispana y especialmente bilingüe a los niños, a la juventud y a los jóvenes adultos necesita más y más la ayuda y el apoyo efectivo del diaconado permanente. ¿Cómo se involucrarán las familias diaconales en esta lucha para el respeto y el alma de nuestra juventud?
3. En tercer lugar, y especialmente en la situación crítica por la cual pasan nuestras familias durante este tiempo de escasez y de incertidumbre en cuanto al trabajo, es absolutamente esencial que la Iglesia, y en principal las familias diaconales, recuerden que la pastoral a los pobres forma parte fundamental de su vocación. Recordemos que desde la re-institución del diaconado permanente, el servicio ha sido descrito como “el servicio sacramentado de la Iglesia”. Así lo describió en 1987, el Santo Padre, Juan Pablo II en su primera visita a los Estados Unidos. También nos recordó que si tomamos en cuenta la natura espiritual del diaconado, “entonces podemos mejor apreciar la interrelación de las tres áreas del ministerio tradicionalmente asociadas con el diaconado, es decir, el ministerio de la Palabra, el ministerio del altar, y el ministerio de la caridad. Dependiendo de las circunstancias, uno u otro de estos (ministerios) podrá ser en particular enfatizado en el trabajo individual del diácono, pero estos tres ministerios están inseparablemente unidos en el servicio del plan redentor de Dios”.
Creo que las circunstancias de hoy requieren que los diáconos y sus esposas, sus formadores y los encargados de las Oficinas del Diaconado Permanente en sus diócesis respectivas, estudien con urgencia la manera que el diaconado puede meterse al servicio de los más necesitados, los que han o están perdiendo su trabajo, su hogar y hasta sus familias; también a los que sufren del aumento de las tensiones en sus familias a causa de estas situaciones y que están al bordo de, o ya viven, la violencia doméstica.
CONCLUSIÓN:
Pues aquí les he presentado los lugares donde el trabajo en conjunto entre ministerios diocesanos y parroquias, entre parroquias individuales y finalmente entre diáconos, religiosos/as, laicos y sacerdotes tiene que tomar realidad. No podemos ser ministros de la Palabra o del altar sin ser al mismo tiempo ministros de la caridad en toda su variedad. Hermanos y hermanas, recordemos lo que dijo el Señor al momento que vio que la gente lo escuchaba y que tenía hambre: ¡Dénles ustedes de comer!” (Mt. 14:16). Fue solamente después de decirles esto a sus principales ayudantes que “mandó a la gente que se sentara en el pasto. Tomó los cinco panes y los dos pescados, levantó los ojos al cielo, pronunció la bendición, partió los panes y los entregó a los discípulos. Y los discípulos los daban a la gente. Todos comieron y se saciaron, y se recogieron los pedazos que sobraron: ¡doce canastos llenos! Los que habían comido eran unos cinco mil hombres sin contar mujeres y niños”.
El Señor nos dio Él mismo el mandato de servir a nuestros hermanos y hermanas, a darles de comer, y no solamente el Pan de Vida, pero también el Pan de cada día que recibimos del Padre, y finalmente el Pan de la Justicia, de la Compasión y de la Paz. Él nos ha “ordenado” para servir a nuestros hermanos y hermanas. ¿Por qué? Porque nos amó tanto que dio su vida por nosotros. Por eso, hoy les recuerdo lo que el Señor nos dijo cuando nos llamó a servir: “¡Hagan lo mismo que Yo hice con ustedes!”. VN
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