<!--:es-->HACER LUGAR.- Mensaje de Cuaresma del Cardenal Rogelio Mahony<!--:-->

HACER LUGAR.- Mensaje de Cuaresma del Cardenal Rogelio Mahony

La proclamación del Evangelio para el Primer Domingo de Cuaresma (Marcos 1, 12-15), habla de los cuarenta días que Jesús pasó en el desierto preparándose para su ministerio de anunciar las buenas noticias del Reino de Dios. Al comenzar nuestra observancia de la Cuaresma este año, haríamos bien en fijar nuestros ojos en Jesús para entrar con él en el espíritu de esos cuarenta días de preparación para la celebración de los misterios de Pascua.

Al terminar los cuarenta días, Jesús se va del desierto a Galilea. De ahí en adelante parece que está casi siempre rodeado de gente. Las multitudes se reúnen en torno a él. Lo aprietan. Podríamos decir que la gente estaba siempre “invadiendo su espacio personal”. Nosotros también sabemos por los Evangelios, que Jesús tomaba tiempo para él mismo, lejos de las multitudes, para orar. Pero los evangelios presentan a Jesús la mayoría de las veces, con otros.

Esos cuarenta días en el desierto, estuvieron dedicados a orar, ayunar y a experimentar las más severas tentaciones. Pero los cuarenta días también pueden entenderse como un período de intensa preparación, un tiempo que toma Jesús para hacer lugar en sí mismo para todos aquéllos que encontraría a lo largo de su ministerio público, para todos aquéllos que iban a acercarse a él, que iban a venir a él, que iban a implorarle, a pedirle misericordia, sanación y ayuda.

Nuestras prácticas de Cuaresma, cualesquiera que sean, son más que devociones piadosas. Ya sea que nuestra práctica tome la forma de “abandonar” el desierto durante la Cuaresma, redoblando nuestros esfuerzos de oración, incrementando nuestra contribución de ayudar a quienes están en necesidad, ayunando o absteniéndonos de comer carne, todas ellas deben ser entendidas como esfuerzos asistidos por el Espíritu para vaciarnos de todo aquello que podría obstaculizar el camino para llenarnos hasta el borde con la luz, la vida y el amor de Dios. ¿Realmente tenemos suficiente espacio para Dios?

Muchos de nosotros vivimos en medio de demasiado desorden, demasiado ruido. Viajamos a través de la vida a velocidad vertiginosa. La Cuaresma es el tiempo para vaciarnos no solamente de las cosas que nunca terminan, del ruido y la velocidad en nuestras vidas, sino también de nuestra mezquindad, nuestros prejuicios, nuestra ansiedad, nuestro miedo. Esta es una oportunidad de hacer lugar, no sólo para Dios, sino para aquéllos que vienen en nuestro camino. ¿Qué tan abierta está nuestra puerta a aquéllos que vienen a nosotros? ¿Hay suficiente lugar en nuestros corazones y en nuestros hogares para los que están en necesidad?

Para comenzar nuestra práctica de Cuaresma este año en el espíritu de Jesucristo, enfrentamos un único desafío en este llamado a hacer lugar para Dios. En los últimos meses y en diferentes partes del mundo, hemos visto una fuerte escalada de sentimientos contra los inmigrantes. Esos sentimientos parecen estar siendo montados también en nuestro propio país. ¿Cómo pueden nuestras diferentes prácticas de Cuaresma, -tales como la oración, el ayuno y nuestras limosnas, nuestro esfuerzo de vaciarnos de nosotros mismos para hacer lugar para Dios- relacionarse con la compleja realidad de la inmigración, especialmente frente a la creciente hostilidad hacia los inmigrantes? El Papa Benedicto XVI, en su encíclica Deus Caritas Est (“Dios es Amor”) nos ayuda aquí. Escribiendo sobre el amor como el corazón de la fe cristiana, nuestro Santo Padre dice:

“…si en mi vida omito del todo la atención al otro, queriendo ser sólo ‘piadoso’ y cumplir con mis ‘deberes religiosos’, se marchita también la relación con Dios. Será únicamente una relación ‘correcta’ pero sin amor. Sólo mi disponibilidad para ayudar al prójimo, para manifestarle amor, me hace sensible también ante Dios. Sólo el servicio al prójimo abre mis ojos a lo que Dios hace por mí y a lo mucho que me ama… Amor a Dios y amor al prójimo son inseparables, son un único mandamiento… Así pues, no se trata ya de un ‘mandamiento’ externo, que nos impone lo imposible, sino… de un amor, que por su propia naturaleza, ha de ser ulteriormente comunicado a otros”. (Deus Caritas Est no. 18).

A la pregunta, “¿Quién es mi prójimo?” la respuesta de Jesús es clara. Como discípulos suyos, estamos llamados a atender a los más pequeños, a los que ocupan los lugares más bajos y últimos en la sociedad y en la Iglesia. En este tiempo de Cuaresma, únanse a mí en comprometernos mediante nuestras prácticas de Cuaresma, en hacer lugar al extranjero, orando para tener el valor y la fortaleza para ofrecer nuestro ministerio espiritual y pastoral a todos los que vienen a nosotros, ofreciendo nuestra oración y apoyo a los que en nuestra sociedad, al igual que Jesús, no tienen lugar donde descansar sus cabezas, (Mateo 8, 20). VN

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