FEMINICIDIO, UNA REALIDAD COTIDIANA DE EL SALVADOR

FEMINICIDIO, UNA REALIDAD COTIDIANA DE EL SALVADOR

El país centroamericano ocupa la primera posición en el mundo por su alta tasa de homicidios contra mujeres

Por RÓGER LINDO

El diccionario de la RAE define el feminicidio como “el asesinato de una mujer por razón de su sexo”. Se trata de un vocablo que empezó a ser utilizado en la década de los setenta del siglo XX, pero que se ha vuelto lugar común en los titulares y noticieros de este país.

De acuerdo con el Observatorio de Violencia de la Organización de Mujeres Salvadoreñas por la Paz (Ormusa), entre enero y abril de este año se registraron 155 feminicidios en El Salvador. Esta cifra representa un incremento del 20% en relación al año pasado, y marca el nuevo repunte de una curva que ha venido trepando desde los años noventa del siglo XX. Tan sólo en febrero -menciona en su sitio de internet la ONG de mujeres-, se produjeron aquí alrededor de dos feminicidios diarios.

El Salvador ocupa la primera posición en el mundo por su alta tasa de homicidios contra mujeres (12.0 por cada 100 mil personas), seguido por Jamaica (10.9), Guatemala (9.7) y Sudáfrica (9.6), afirma la organización sin fines de lucro Small Arms Survey en su reporte “Feminicidio: un problema global”.

Se dice que en el feminicidio, el atacante casi siempre es persona allegada a la víctima.

“Los casos que más han impactado a la sociedad son los de mujeres que han sido asesinadas por su pareja”, se lee en una nota reciente de la prensa salvadoreña.

Diez de los 155 casos mencionados por Ormusa fueron cometidos por el compañero de la víctima. Cita esta organización como casos emblemáticos el de la agente Lorena Beatriz Marenco (muerta a manos de su novio, también policía), y el de la periodista Karla Turcios, de cuyo asesinato se culpa a su conyugue. Cuando lo interrogaron, éste intentó hacer pasar el crimen como un caso de secuestro cometido por extraños, pero las autoridades lograron reconstruir el crimen a partir del registro de llamadas del móvil de la periodista.

Según la Fiscalía, en estos feminicidios es común que el atacante sea un desempleado que vive a costillas de su mujer. También resulta revelador que casi la mitad de las víctimas son mujeres jóvenes, de 30 años o menos.

En el 78% de los casos de ataques a mujeres reportados en El Salvador el primer trimestre de 2018, el homicida empleó un arma de fuego. Hay que hacer notar que, en El Salvador, la cantidad de estas en manos de civiles ronda los 450 mil, según datos de GunPolicy.org, lo que representa una tasa de 9.7 por cada 100 personas. “Tener armas de fuego en el hogar incrementa el riesgo para las mujeres, puesto que aumenta la probabilidad de que sean usadas para amenazar y causar daño a miembros de la familia, en lugar de servir para protegerlos de intrusos”, afirma Small Arms Survey en un estudio aparte.

Pero la sola posesión de armas no lo explica todo. En Costa Rica, que tiene una población de cinco millones de habitantes (comparada con poco más de seis millones en El Salvador), hay 400 mil armas de fuego (una tasa de 8.6) en manos de civiles nos dice Gun Policy. Pero los niveles de feminicidios en el país tico distan mucho de alcanzar los de sus vecinos del Triángulo Norte. Ni siquiera figuran en esta tabla.

Hoy en día, y en todo el mundo, la violencia contra el sexo femenino -que es, por muchas razones, de naturaleza muy distinta a la violencia contra los hombres- es un tema de moda en los seriales de televisión y en incontables novelas policiacas. Aunque en El Salvador estas violencias son una realidad cotidiana, hay casos en que guardan un parecido asombroso con las tramas detectivescas. Tal es el misterio que ha rodeado la suerte de Carla Ayala, una agente de la Policía Nacional Civil (PNC) que desapareció después de la fiesta de despedida de año del Grupo de Reacción Policial (GRP), unidad élite de la PNC. Según la versión oficial, Ayala fue herida por uno de sus compañeros -conocido como “Samurai”- en la cabina del radio patrulla que la conducía a casa, estando tres policías presentes.

El motivo no está claro, como casi nada en esta historia sórdida, y el asesino sigue prófugo.

Las pandillas y el crimen organizado tienen mucho que ver con el trato y los desmanes contra las mujeres. En el contexto de las maras, muchas jovencitas se convierten en botín de guerra, en prendas sexuales desechables, intercambiables o destruibles con lujo de violencia, y en cuerpos sobre los cuales se puede escribir un mensaje de terror y de muerte para los rivales.

Llama la atención que el ensañamiento contra las mujeres, y la constante de abusos que ellas sufren en este país -y van desde el acoso en la calle o el transporte colectivo hasta la misoginia y la violación- se produce a pesar de la proliferación de políticas y discursos y lemas oficiales de empoderamiento. Muchas instituciones de las distintas ramas de Gobierno suelen tener “unidades de género”, encargadas de monitorear abusos en los lugares de trabajo. Asimismo,  campañas que circulan por los distintos medios y formas de comunicación, incluido el llamado “teatro social”, están encaminados a contrarrestar, denunciar y condenar la cultura machista y la violencia de género.

Los estudios indican que los países con mayor incidencia de feminicidios son aquellos donde las cifras de asesinatos de hombres y jóvenes son las más altas, y El Salvador es uno de los países donde más se mata. Sin embargo, no todos pagan por su crimen.

Sorprendentemente, el juez que seguía la causa de la agente Carla Ayala recalificó el proceso como feminicidio agravado y lo envío a un juzgado especializado en Vida Libre de Violencia para las Mujeres. Esto parece ser lo más indicado, pero aún falta por ver cuál será el resultado de este giro, y preguntarse si el Estado salvadoreño perseguirá implacablemente a los verdugos de niñas y mujeres en el futuro.

Muchos en El Salvador han terminado por comprender que viven en un país con una cultura violenta, tan arraigada que la propia existencia de esta colectividad está en peligro. Esto obliga a la sociedad -y lo mismo en todas partes donde el respeto a la vida y los valores de la dignidad humana se han deteriorado- a hacer una reflexión acerca del rumbo qué quieren seguir. VN

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