EN MEMORIA DEL PADRE RUTILIO GRANDE, PRÓXIMO SANTO
Amanda Flores nació en el mismo cantón que el religioso, y ella espera que el Papa Francisco lo convierta muy pronto en el segundo santo salvadoreño
(fOTO: MEMORIAS– Amanda Flores compartió muchos momentos con el Padre Rutilio Grande en El Paisnal y Aguilares. A sus 87 años, ella tiene muy frescos los recuerdos de quien fuera un amigo y miembro de su familia. En la foto junto a su hija Gladys Grande. / victor alemán).
Por SILVIA GALDÁMEZ
El Padre Jesuita Rutilio Grande fue asesinado junto a dos de sus colaboradores el 12 de marzo de 1977, mientras iba de camino a celebrar Misa a su pueblo natal El Paisnal, en El Salvador. Él fue quizá el mejor amigo de San Romero y la causa del inicio de sus denuncias públicas de injusticia y violación de los derechos de los pobres.
El haber dado la vida por sus “ovejas”, al igual que Monseñor Oscar Romero, lo llevará al altar de los santos muy pronto. El Vaticano no tarda en hacer público el anuncio de su beatificación.
En este artículo, VIDA NUEVA explora el lado más humano y personal del Padre Rutilio, mejor conocido por sus amigos como el “Padre Tilo”. Y si hay alguien que conoció muy bien a este sacerdote Jesuita es Amanda Flores, de 87 años, oriunda del mismo pueblo del próximo santo salvadoreño.
Amanda tiene bien presente sus vivencias con el Padre Tilo, de quien asegura que es el hombre más bueno y justo de su pueblo natal, por eso espera que muy pronto el Papa Francisco lo ordene Beato y luego Santo.
Ella es cuatro años menor que él, pero compartieron muchos juegos alrededor del parque de su natal El Paisnal, Municipio de Aguilares, en El Salvador. También rezaron, tomaron café y cantaron juntos.
La vivencia de Amanda con el Padre Tilo también fue muy familiar, ya que era primo hermano de su primer esposo. Además, ambos tenían la misma madrina, quien los cuidó y apoyó casi como una madre.
Ella vive desde hace 25 años en Los Ángeles. La inseguridad de la Guerra Civil que vivía su país natal la obligó a emigrar como tantas otras familias salvadoreñas.
No obstante, recuerda como si fuera ayer todo lo que compartió con el Padre Tilo antes y después de que lo ordenaran sacerdote.
CONVIVENCIA JUNTOS
Cuando era muy pequeña, como de 11 años, se mudó de su natal El Paisnal para el centro de la ciudad de Aguilares, a la casa de su tía madrina Efigenia Guzmán Barrera, una señora rica pero muy caritativa.
“Vivíamos en la casa de la caridad, así le decíamos porque todos los que necesitaban alguna ayuda, especialmente alimentos y dinero, siempre pasaban por la casa de la familia Barrera”.
A esta casa se hospedaban los sacerdotes y Obispos, como Rivera Damas y Luis Chávez y González, cuando iban a hacer las Confirmaciones anuales del municipio.
A esta casa también llegaron el Padre Rutilio Grande y su hermano Alberto, cuando eran adolescentes, porque los esposos Barrera eran sus padrinos. “Recuerdo que estos niños al ver a sus padrinos hacían bendito y se arrodillaban para darles los buenos días”.
“En una ocasión, cuando el Arzobispo Luis Chávez y González estaba de visita en la casa de los Barrera, él observó el ritual del saludo de estos hermanos y su conducta humilde, entonces les preguntó a los esposos Barrera: “¿Cómo es el comportamiento de estos niños? A lo que sus interlocutores contestaron que se portaban muy bien y que uno de ellos, Rutilio, quería ser sacerdote”, sigue recordando Amanda.
Entonces, el Arzobispo le preguntó directamente a la señora Barrera si daba el consentimiento y apoyo económico para que Rutilio se fuera a estudiar al Seminario San José de la Montana, ubicado en San Salvador (19 millas de distancia).
Desde ese momento, la señora Barrera estuvo de acuerdo en apoyar a su ahijado y se hicieron los planes para llevarlo al seminario. Los esposos Barrera se hicieron cargo de pagar la cuota mensual, de comprarle la ropa necesaria y de llevarlo al seminario y visitarlo, ya que en ese tiempo los aspirantes al sacerdocio sólo salían una vez al año.
“Recuerdo que fui con mi madrina a San Salvador a comprar todo lo que necesitaría el joven en el seminario. Luego lo fuimos a dejar y allí pasó muchos años hasta que se ordenó Sacerdote Jesuita en la capilla del seminario”, afirma Amanda.
Ella recuerda que desde que lo ordenaron sacerdote, el Padre Rutilio siempre anduvo de un lado para el otro. “Una vez que llegó a la casa de los padrinos, me dijo que se iba de viaje al otro mundo, un lugar lejano donde era de noche mientras en Aguilares era de día. Iba para España”.
Cuando el Padre Tilo regresó de Europa, estuvo un tiempo en el seminario y luego fue rector del Externado San José.
En este período como rector, Gladys Grande, hija de Amanda, recuerda que una vez que fueron de su escuela, del Colegio la Asunción, al Externado, encontró al Padre Rutilio orando enfrente a la gruta de ese colegio y se pusieron a conversar.
En esta conversación, el Padre Tilo le dijo a Gladys: “Éste no es mi lugar, quiero estar en el pueblo”, así le llamaba al municipio de Aguilares. Cuando al fin lo ordenaron párroco de este lugar, él fue muy feliz.
Amalia y Gladys recuerdan que el Padre Tilo iba a menudo a la casa de la tía Mere, abuela de Amanda, a tomar su café favorito, el puzunga, hecho de granos de maicillo tostado y endulzado con dulce de panela. Cabe destacar que el Padre Tilo lloró mucho la muerte de esta tía, a quien le llevó la Comunión todos los domingos, hasta que ella murió a los 113 años.
GUSTOS Y JUSTICIA
A él le gustaba salir a caminar solo. Desde que lo hicieron párroco, iba casi siempre caminando a diferentes cantones y caseríos del municipio. Siempre cargaba un morral y un maletín lleno de silabarios y biblias, para enseñarles a los niños a leer y a escribir y para darles clase de Biblia.
Cabe mencionar que en este tiempo era el inicio de la Guerra civil salvadoreña, y que en esta época tener y usar la Biblia era prohibido, ya que los gobiernos de turno lo consideraban como un libro de tendencia guerrillera (es decir, de oposición al gobierno y al régimen militar).
También solía llevar muchas medicinas y libros, porque le gustaba visitar a los campesinos y enseñarles cómo mejorar la producción de granos.
Gladys recuerda que, durante las fiestas patronales de El Paisnal, cuando llegaban las ruedas y el circo, al Padre Tilo le gustaba mandar a poner sus canciones favoritas, las cuales se escuchaban por parlantes en todos los rincones del lugar. Éstas eran sus canciones predilectas: “La vida sigue igual” y “Las casas de cartón”.
Además, para las Misas, no podía faltar su canto de siempre, “Vamos todos al banquete”.
Otra anécdota del Padre Rutilio es que le gustaba visitar los mercados y plazas de comercio, para medir las balanzas y básculas con las que los ricos pesaban las cosas que les vendían a los pobres. Él les insistía a los propietarios que no fueran ladrones, que pesaran correctamente los productos que vendían.
Por éstas y otras posturas a favor de los pobres y explotados, especialmente los campesinos que trabajaban para los dueños de los cañales, las personas a quienes denunciaba lo acusaban con el gobierno de turno, hasta que lo asesinaron.
El Padre Rutilio sirvió en la Parroquia de Aguilares de 1967 a 1977. Fue responsable, junto con muchos otros Jesuitas, de promover las Comunidades Eclesiales de Base (CEBs) y de capacitar a los “Delegados de la Palabra” para que guiaran a estos grupos.
Él habló en contra de las injusticias cometidas por el gobierno opresivo y dedicó el trabajo de su vida a organizar a los campesinos rurales pobres y marginados de El Salvador, ya que exigían respeto por sus derechos.
También se pronunció en contra del asesinato de sacerdotes y el intento del gobierno de silenciar su causa en favor de los pobres. Los terratenientes locales vieron la organización de los campesinos como una amenaza a su poder y lo mandaron a matar. Pero su legado sigue vivo en el pueblo salvadoreño.
El proceso de beatificación del Padre Rutilio Grande ha concluido y se espera que el Papa Francisco anuncie su beatificación antes que termine 2019. VN
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