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EL SEÑOR CUENTA CON LA AYUDA DE MUCHOS ‘DIÁCONOS’ PARA LA SALVACIÓN DE TODOS

El colombiano Juan Bautista Cantillo VII laboró muchos años en las viñas de la Iglesia antes de llegar al diaconado permanente

Por JUAN JOSÉ GARCÍA, PH.D.

Juan Bautista Cantillo Romero ha sido diácono o ayudante toda su vida, aunque sólo haya sido ordenado como tal hace pocos años en Los Ángeles.

Nació en Barranquilla, Colombia, en una familia católica “por tradición y por práctica”, como dice a VIDA NUEVA. Sus padres, Juan Bautista Cantillo VI y Ana Dolores, tuvieron cuatro hijos: una mujer, la mayor, y tres varones, dos menores que Juan Bautista VII.

Aunque nacido en Barranquilla, estudió en Santa Marta, en cuya universidad obtuvo la licenciatura en Música. Al mismo tiempo, el duende del fútbol lo llevó a entrenarse para estar en forma e incluso a jugar profesionalmente en dos equipos rivales a muerte: el Júnior de Barranquilla y el Unión Magdalena, de Santa Marta, ambos de Segunda División. De esa manera se ganó el título de “traidor para las respectivas fanaticadas”. Más tarde jugó en el Independiente de Santa Fe, de Primera División.

Por la música a Dios

Mientras ejercía de músico en la ciudad, Cantillo sentía la necesidad de Dios y, quizá por ello, trabó amistad con el hermano Silvano, franciscano, quien le orientó en su vida espiritual. Por entonces, su grupo musical Dragones incorporó “canciones cristianas” en su repertorio como medio de hacer apostolado.

En Bogotá entró en contacto con los Padres Eudistas e inició con ellos el periodo de discernimiento o noviciado con la intención de pertenecer a la congregación como sacerdote. Con el tiempo, sin embargo, “sentí el deseo de casarme”, deseo que comunicó a su director espiritual y encontró en él una plena comprensión. “También de casado puedes servir al Señor”, me dijo, máxime cuando la congregación tiene una rama de laicos, casados y solteros, hombres y mujeres, denominados Asociados Eudistas, y son “buenos obreros del Evangelio y partícipes activos en el ejercicio de las misiones con el sello de la escuela de santidad que es la Congregación de Jesús y María’, como dice una página de Internet.

A esa misión se entregó en cuerpo y alma por toda la geografía latinoamericana y el Caribe, adonde el grupo era llamado o enviado. “Al principio iba con grupos eudistas mientras su entonces novia y hoy esposa, Alida, terminaba los estudios de dentista. Luego ella me acompañó en muchos viajes de misión”. Contrajeron matrimonio en 1992 y tuvieron el primer retoño en 1996.

“Además de dar misiones en varios lugares y países, trabajé en el Consejo Episcopal Latinoamericano (CELAM). Inclusive intervine en la preparación de algunos documentos relativos a la música para la Quinta Conferencia General del Episcopado Latinoamericano celebrada en Aparecida [en Brasil, en 2007, inaugurada por el Papa Benedicto XVI, la cual emanó un documento muy importante para la re-evangelización de Latinoamérica. El hoy Papa Francisco fue uno de los principales participantes como arzobispo de Buenos Aires].

Como enviado por el CELAM, “estuve en muchas misiones de cantón o de pueblo, aldeas no grandes, por falta de sacerdotes. A falta de sacerdotes, la idea era crear líderes para alimentar la vida cristiana, laicos al servicio de los demás, que pudieran asistir a las exequias, dar la comunión [con las hostias consagradas por el sacerdote cuando decía misa en la comunidad], bautizar, y, en pocas palabras, mantener la presencia del Evangelio en sus comunidades. Se trataba, dice, “de parroquias con unos 30 ranchos muy separados, de difícil acceso, que carecían de servicios religiosos regulares. Necesitaban ayuda”.

Cuenta que en una misión en Ecuador proclamaron la Buena Nueva a una tribu donde apenas entendían español. “Entonces echamos mano de la música, mi especialidad, y, con la ayuda de algunos intérpretes, los acercamos al Señor”. Misión cumplida.

Cumplió misiones con el CELAM en varios países y ciudades, incluida Nueva York, y el Festival Hosanna 94 en Orlando, Florida.

“La labor misionera -explica- le hizo ver la riqueza de la gente, siempre dispuestos a ayudar. Es una experiencia enriquecedora que sobrecoge, pues los ayudantes no buscan honores”.

En Los Ángeles

Estando en Nueva York, el sacerdote Josú Iriondo le invitó a dar una misión en Los Ángeles donde conoció a Noel Díaz, fundador de El Sembrador en la parroquia de Santo Tomás Apóstol, y al padre Dennis O’Neil, párroco entonces y luego segundo obispo auxiliar de San Bernardino, ya difunto, quien abrazó y facilitó la misión de Díaz para “la nueva evangelización”. Aquí descubrió que, por su preparación y experiencia en la formación de líderes, “podría ser útil en Santo Tomás y el padre provincial [de los eudistas] me permitió quedarme acá”.

La Parroquia de Santo Tomás Apóstol, ubicada en bulevar Pico, es netamente centroamericana. Cuenta con más de 11 mil fieles de los que 7 mil que acuden a misa todos los domingos. En ella Cantillo empezó siendo asistente pastoral. Es una comunidad de acogida. Las guerras de los últimos decenios obligaron a sus ciudadanos a emigrar y convirtieron a Santo Tomás en una comunidad rica en valores, problemas y esperanzas para miles de personas. Como ejemplo, Cantillo recuerda que ahí nacieron la “mara Salvatrucha”, de dolorosa memoria, y también El Sembrador, siembra de esperanza. “Pasó por una época difícil, violenta y grave. También cargada de esperanzas”. Por ello, asegura, “es campo propicio para nuevas experiencias cristianas, para aprovechar los talentos de cada uno de sus miembros para la predicación, participación en la liturgia, etc. Hay mucha gente con ganas”.

Ahí ha creado una cátedra de música para enseñar a los interesados y enriquecer la vida parroquial.

Diácono sin diaconado

Si la palabra diácono significa “ayudante” para la palabra, la liturgia y la caridad, como dice la descripción teológica del diácono del Concilio Vaticano II, Juan Bautista Cantillo VII fungió por muchos años de diácono sin estar ordenado. Ni a él ni a nadie le pasó por la cabeza que, para expandir la Buena Nueva de Jesús, necesitara el orden diaconal. Le llegó casi de chiste. Sucedió así:

Estando en Santo Tomás, ayudó en su tiempo libre al padre O’Neil, ya párroco de San Emidio en Lynwood, en la creación de una escuela de líderes. El año de 1999 organizó la ceremonia litúrgica de confirmación que presidiría el Obispo regional Joseph Martin Sartoris. Todo salió bien, incluso la confirmación individual de una niña que, por un accidente, no pudo estar en la ceremonia. “No hay problema -le dijo Sartoris al enterarse del caso-. Ven conmigo y la confirmamos en su hogar”.

“En el camino de regreso a la parroquia, Sartoris me preguntó: “¿Eres diácono? -No, le contesté. “Que Dennis -el párroco- ponga inmediatamente la solicitud. Y así lo hizo” el sacerdote.

Ese es el proceso: el párroco presenta a un candidato y la oficina arquidiocesana le habla. Pasaron tres años y nada. El año 2003, en la Convención Anual de Educación Religiosa de Anaheim, se tropezó con Sartoris: “No me han llamado”, contesté a su pregunta. El obispo debió picarse y, a su vez, picar a otros porque a la semana lo llamaron. Lo demás es historia.

Al cabo de cinco años de preparación específica fue ordenado diácono “para la palabra, no para el sacerdocio” por el cardenal Roger Mahony. Con ello dejó de depender de la Congregación de Jesús y María o Padres Eudistas.

Desde entonces sigue ejerciendo como diácono permanente su ministerio múltiple en la compleja, rica y esperanzada comunidad de Santo Tomás Apóstol de la Pequeña Centroamérica, puerto de entrada y acogida de los miles de centroamericanos que llegan con la mochila pesada por su pasado y el corazón henchido con la esperanza de una vida mejor.

Cantillo tiene un consejo para quienes estén pensando en el diaconado permanente: “Que se fijen en la necesidad que Dios les pone por delante y quieren hacer algo por remediarla con el Sacramento del orden. Que examinen bien si esa voluntad es permanente o pasajera para responder a las necesidades del pueblo de Dios”. VN

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