EL SECRETO DE CONFESIÓN

EL SECRETO DE CONFESIÓN

Por DR. J. ANTONIO MEDINA

Los católicos consideramos que nuestra espiritualidad está centrada en la práctica de los sacramentos. Ellos por voluntad de Dios, revelada en Jesucristo nos ofrecen las gracias y la orientación necesarias para vivir lo que creemos y alcanzar la salvación.

Los siete sacramentos están divididos en tres grupos, los Sacramentos de iniciación: Bautismo, Confirmación y Eucaristía. Los Sacramentos de sanación: Reconciliación y Unción de los enfermos. Y los Sacramentos de servicio: Matrimonio y Orden Sacerdotal.

El Sacramento de la Reconciliación es un de los sacramentos de sanación y como su nombre indica tiene como objetivo sanarnos de las consecuencias negativas que nos acarrea alejarnos de nuestra vocación bautismal. El Sacramento de la Reconciliación, según el Padre Bernard Hearing, es el sacramento de la alegría, pues nos reconecta con la gracia divina a la que nos cerramos cuando actuamos consciente y libremente en contra del proyecto de Dios para nosotros, para nuestra familia y sociedad. Hay acciones que dañan gravemente nuestras relaciones con nosotros mismos, con nuestros hermanos y con Dios. A estas acciones les llamamos pecados graves o mortales, que por su naturaleza necesitan para nosotros y para los demás un signo visible que nos haga conscientes del arrepentimiento real por el mal causado y también de la gracia del perdón que Dios nos otorga. En este hermoso proceso de reconciliación intervienen Dios, la Iglesia y el penitente. El primero otorgando su perdón al mostrarnos su misericordia infinita que siempre ofrece al pecador arrepentido; la Iglesia que visibiliza la misericordia divina en virtud del encargo de Jesucristo, y el penitente, quien es el beneficiario de este proceso reconciliador de Dios.

A lo largo de su historia, la Iglesia ha ofrecido a los bautizados variadas formas de reconciliación y penitencia, una de ellas que ha atravesado la historia es la Cuaresma. Desde la Edad Media la Iglesia adoptó el modelo de confesión delante de un confesor con absolución individual como la forma ordinaria de celebrar el Sacramento de la Reconciliación o Penitencia. El actual ritual de los sacramentos ofrece también la opción de la celebración comunitaria de la penitencia con confesión y absolución individual.

DIÁLOGO ENTRE PENITENTE Y DIOS

La práctica de la confesión individual empezó como una costumbre de los cristianos que buscaban una mayor perfección en sus vidas y acudían a maestros espirituales, usualmente monjes, quienes ofrecían una bendición al final de la confesión a aquellos que los visitaban con el fin de buscar la reconciliación con Dios. La Iglesia iluminada por el Espíritu Santo y consciente de la misión que Jesús le encomendó de ofrecer el perdón de parte de Dios (el poder “de las llaves” o el poder de “atar y desatar”) lo estableció como una forma ordinaria y dictó  una serie de regulaciones para proteger el Sacramento, pero especialmente para proteger el diálogo íntimo entre el penitente y Dios que se da en la conciencia de cada persona.

La intimidad de esta relación entre Dios y el penitente que se dan en el sacramento debía ser protegida. Lo que sucede en la conciencia de la persona y su proceso de discernimiento para reconocer el mal y obrar el bien y que es narrado al confesor debe quedar protegido por el más absoluto secreto. Al secreto de confesión se le llama “sigilo sacramental”. El Código de Derecho Canónico que regulala disciplina de los sacramentos dice que el ministro ordinario de este sacramento es el presbítero (por supuesto también el obispo), están excluidos los diáconos y los religiosos y religiosas, a menos que el religioso sea un presbítero. La intención del secreto o sigilo sacramental no está en función de encubrir a nadie, o de proteger a criminales, sino en función del respeto que la conciencia de cada individuo merece. Canónicamente está legislado que el sacerdote u obispo que rompe el secreto de confesión queda automáticamente excomulgado. No hay disculpas o justificaciones para romper el sigilo, incluso si el sacerdote no otorga la absolución, lo dicho bajo el sacramento de la confesión es absoluto secreto. Puede llegar el caso en el que el penitente a quien se le negó la absolución esté delante del sacerdote que está dando la Comunión. Si el sacerdote sólo tiene como información lo oído en confesión no puede negar la Comunión, pues rompería el sigilo sacramental que en este caso es más grave que dar la Comunión a alguien que no es digno.

Parte esencial del sacramento es justamente el secreto que a lo largo de la historia y aún en muchas situaciones de hoy ha sido extremadamente valorado. Un capellán militar católico nos compartía hace unos días, que los soldados y oficiales valoran confesarse con un sacerdote católico precisamente por la absoluta discreción que ellos guardan,  que no siempre es respetada por otros ministros no católicos.

PROPUESTA DE LEY

Actualmente existe una propuesta de ley en California que pretende que el secreto de confesión se rompa en casos de abuso de menores, no ayuda a proteger a los menores, y sí pone en riesgo el respeto a la conciencia de los fieles. Además, irrumpe en un aspecto importante de la práctica religiosa de los católicos asentada en la tradición y en la doctrina actual de la Iglesia, con lo que se viola el principio de libertad religiosa garantizado por la Constitución.

Es muy importante que los obispos y las estructuras de la Iglesia muestren con hechos que la Iglesia no encubre los crímenes de nadie, sean sacerdotes o no, y que cumplimos la ley de reportar cualquier abuso del que tengamos conocimiento. La Iglesia lo está haciendo.
Proponer como ley que se rompa el secreto de confesión es una intromisión en la práctica religiosa de los católicos. A ningún otro grupo u organización religiosa afecta esta propuesta de ley, sólo a los católicos.

Por todas estas razones los obispos de California se oponen a esta propuesta de ley. Ellos son los primeros en defender a los niños y a toda persona vulnerable de cualquier abuso físico, mental o espiritual. Se han establecido programas de entrenamiento para todos los empleados y voluntarios de las instituciones católicas, incluyendo los sacerdotes, para reportar cualquier forma de abuso. Pero pedir que se rompa el sigilo sacramental es algo que no protege a los menores.

Ojalá los legisladores entiendan las razones de nuestro rechazo y se abstengan de apoyar esta iniciativa. Y que los católicos aprovechemos esta oportunidad para entender y valorar la profunda riqueza de nuestros sacramentos. VN

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