EL PADRE JORGE OCHOA SINTIÓ UN LLAMADO POR EL SERVICIO A LOS POBRES DESDE QUE ERA PEQUEÑO
“Nací aquí, pero crecí allá”, dice el padre Jorge Ochoa de su nacimiento en Ohio de padres inmigrantes que regresaron a su pueblo con toda la familia numerosa para convertirse en “los pochos del pueblo”.
“Soy hijo de padres inmigrantes que vinieron a Estados Unidos y se quedaron muchos años. Nací aquí y a los dos años nos regresamos a Sahuayo, Michoacán, donde la familia numerosa -5 hermanos y 3 hermanas- se convirtió en una especie de “extranjeros en su propio pueblo”.
El padre Ochoa recuerda que Sahuayo sufrió la “Guerra Cristera” en los años 20 del siglo pasado y se muestra orgulloso de que un paisano suyo -el niño-mártir y hoy beato José Luis Sánchez del Río- “dio la vida por su fe”.
EL DESPERTAR
Sobre su vocación al sacerdocio, dice, no pensó en ello durante varios años por considerar que los sacerdotes eran personas “especiales” entre los que él no cabía por creerse “persona normal”.
Sin embargo, dos eventos contribuyeron a suscitarle la vocación. El primero fue cuando, en el cuarto año de primaria le “pidieron un servicio para la Cruz Roja”, es decir que le dieron “una alcancía para pedir dinero”, pero le “daba pena pedir dinero”.
Como era bien conocido en su barrio y de familia acomodada fue a pedir a un barrio marginado.
“Ahí comencé a ver una realidad distinta. Algunos me recibían en su casa, me dejaban asiento, otros se quejaban, otros hablaban mal. Esto me quitó el estereotipo que yo tenía, que esa gente era mala. Por el contrario, era gente generosa, que me ayudaba en ese proyecto que yo tenía para la Cruz Roja”.
“Todavía tengo conmigo imágenes de esas familias. Eso me marcó, la gente, el escuchar la historia, el dolor de la gente. Esa situación me llamó a mí a hacer algo, aunque yo no entendía cómo se iba a realizar”.
Más tarde, una maestra en el Día de Reyes sugirió una actividad fuera de la escuela, visitar un barrio pobre donde confrontarían una realidad de pobreza.
“Esos niños no recibieron Reyes y no porque fueran malos sino porque eran pobres”, les dijo la señora maestra y les invitó a darles los suyos. Esto me sirvió para ver, una vez más, la realidad de la gente. Humilde, sencilla y necesitada. Otra vez brotó lo que había brotado antes”, el sentimiento de que debía hacer algo por los demás aunque no sabía qué.
“Ya en la secundaria tuvimos la visita de un padre misionero. Era una persona normal, platicaba, bromeaba. Eso me impactó, no encajaba con la idea que yo tenía del padre en la misa, allá, lejos de la gente. Eso me llamó mucho la atención. Él hizo una invitación al final; nos invitó a un retiro de jóvenes en un fin de semana para hablar de las vocaciones. En el seminario, fue la primera vez que vio que había tantos jóvenes ‘normales’”.
“Entonces esto hizo brotar en mí una semilla que no se apagó. Desde allí empecé un proceso, y más tarde recibí la invitación de un padre comboniano”.
Como tenía un carácter fuerte, no pidió permiso a sus padres: “Yo les dije que me iba, les informé. Tendría entonces unos 14 años”. Su madre creyó que no aguantaría por ser “un muchacho que le gusta hacer lo que quiere y ahí hay disciplina. A mi padre eso le convenció un poquito”.
El joven Ochoa había estado en contacto con muchas congregaciones, pero fueron los Misioneros Combonianos del Corazón de Jesús quienes lo convencieron con su carisma a unirse a ellos. “Lo que me convenció de los combonianos -orden a la que pertenece- es que no me insistieron, no me presionaron. Lo que me agradó fue el trabajo con la gente, su trabajo-misión. Donde iban, visitaban casas, jugaban con los niños, leían la palabra de Dios, en comunidades alejadas y necesitadas”.
En la secundaria estuvo con ellos, pero perdió un poco de rumbo, se salió y se vino a California donde viven dos de sus hermanos. Entonces vivió una situación singular, pues uno le decía que “empezara a vivir” y que el otro que se volviera y retomara el camino de Dios.
El joven Ochoa trató de llevar una vida normal, pero sentía que algo le faltaba. Regresó a México y de nuevo contactó a los combonianos y uno lo llevó al seminario. “Allí encontré otros mentores, tuve gente que me guío bien, formadores”.
“Lo que me reafirmó mi caminar fue el apostolado que teníamos, el ministerio que teníamos que era trabajar con comunidades alejadas de una parroquia o necesitadas. Esto fue lo que me sedujo. No sólo fueron estudios, sino el contacto hacia lo que me había llamado. La gente, la más sencilla, tuve oportunidad de trabajar con la gente indígena, con comunidades eclesiales de base”.
COMBONIANOS
“Otro momento ya en mi camino vocacional fue cuando estudiaba teología. Me enviaron de México a Chicago a estudiarla. Tuve que aprender el inglés”.
Fue una historia un poco “al revés”, pues volvió a su historia de inmigrante y tenía un documento legal, pero sin hablar el idioma. “Esta fase como inmigrante que me tocó en mi caminar es parecida a la de tantos jóvenes que sufren una crisis de identidad por no ser de aquí ni de allá del todo”, explica a VIDA NUEVA.
El padre Ochoa en un principio quiso trabajar con una comunidad angloamericana para entender algo la realidad americana, aprender el idioma y comprender la cultura. Pero también tenía en la cabeza el deseo de tener una experiencia de vida con los nativos americanos de este país.
“Para ello me fui a vivir en una reservación india de los Sioux, los lakotas en Dakota del Sur”.
Ahí vivió dos experiencias muy interesantes.
“Fue en un momento de mi vida en que yo tenía una crisis vocacional. Estudiar Historia de la Iglesia me metió en una crisis. Vi una historia no tan buena de la Iglesia, la parte de imponer la religión en muchos pueblos”.
“Llegué a una misión de los jesuitas donde estuve sólo unas semanas, pero vi lo difícil que había sido evangelizar, cortando la identidad de los pueblos (cortándoles el pelo, poniéndolos en escuelas donde les quitaban su identidad). Allí confirmé mi teoría de lo que había estudiado, vi cómo la Iglesia sigue lejos del pueblo, estamos haciendo un Cristo dividido. Era un pueblo como un rostro dividido de Cristo.
Luego me fui a vivir con el sacerdote lakota del pueblo. Él sabía que yo iba a una experiencia de conocer su cultura, sus ritos, su pueblo. Hacía actividades y trabajaba con ellos. El sacerdote lakota había sido sacerdote presbiteriano, pero lo había dejado para volver a su raíz”.
“Yo interpretaba esto como que Dios me estaba diciendo que cuando termine esta experiencia yo dejo este camino y tomo otro, pero un día me subió a una montaña sagrada para ellos y llevó tabaco, bailó. Cuando estábamos arriba de la montaña hizo una oración, puso el tabaco como círculo y una cruz en el centro y cantó, oró en su dialecto y yo oré en mi forma. Al final de la oración me dijo: ‘Jorge, acabo de pedirle al Gran Espíritu por ti’. Yo le di las gracias y él agregó: ‘¿Quieres saber qué le pedí? Le acabo de pedir que tú seas un buen sacerdote misionero”.
“Esto me cayó como un balde de agua fría. Le dije que yo había comprobado cómo la Iglesia no había hecho bien su trabajo. Él me calló y dijo: ‘Ahora sí podemos conversar. Hablemos de Cristo. Tú has venido con mi gente, te hemos observado y tú nos ha respetado y eso ha hablado mucho de lo que es el cristianismo”.
“Fue una experiencia significante porque de allí surgió mi decisión de seguir adelante”, dice el padre Ochoa.
Se ordenó (“aunque sigo desordenado”, dice en broma) en 1996. “Mi madre estuvo presente”, pero meses antes había fallecido el padre.
SANTA CECILIA
Fue misionero en Zambia, África, antes de llegar a Santa Cecilia del sur de Los Ángeles, una comunidad hispana creciente: oaxaqueños, guatemaltecos, salvadoreños. Antes era una Iglesia afro, pero ahora los afroamericanos, incluidos los nigerianos, son minoría.
“Estamos evangelizando con la religiosidad popular”, dice. Hay seis misas, cinco en español y una en inglés para dos sacerdotes.
“Yo sigo entusiasmando a los jóvenes. Creo que como sacerdote tenemos que decir a la comunidad que somos humanos. Somos personas como tú, como yo, que hemos respondido a un llamado, que alguna gente tiene también ese llamado pero a veces tenemos miedo a responder”, expresa explicando la misión sacerdotal.
“Si alguno se presenta y me dice que quiere ser sacerdote, dependiendo de la persona y sus motivaciones, le invitaría a que fuera activo en su parroquia porque en nuestras comunidades surge ese servicio y así puede alimentar ese llamado. También sería bueno que tuviera alguien que fuera su promotor vocacional y que fuera a un retiro para ir clarificando sus ideas”, concluye el religioso. VN
PREGUNTITAS
¿QUÉ COMIDA LE GUSTA?- “Me gusta probar de todo. Me gusta mucho el mole; un poco la [comida] china, la coreana…”
¿SABE COCINAR?- “Cuando tengo que cocinar lo hago. Si no, no”.
¿QUÉ IDIOMAS HABLA? –“Hablo español, inglés más o menos, italiano un poco y una lengua africana (chichewa) de Malawi, Zambia, África (de ahí el chichewa)”.
¿QUÉ NO HA HECHO QUE LE GUSTARÍA HACER? – “Me gustaría hacer el Camino de Santiago. Es algo que tengo en mi cabeza. Me gustaría hacer el recorrido caminando”.
¿QUÉ QUIEREN QUE DIGAN DE USTED CUANDO YA NO ESTÉ? – Que simplemente fue una persona sencilla que ama a Dios, que ama la vida y a través de mi vida quiero que la gente sea positiva, que sea optimista. Que digan que fue alguien que nos dio esperanza, una luz”.
PARROQUIA DE SANTA CECILIA
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Teléfono: (323) 294-6628
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