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¡EL FUTURO ESTÁ EN LA VIDA!

Por Monseñor JOSÉ H. GOMEZ

Arzobispo de Los Ángeles

29 de enero de 2016

En la Iglesia siempre estamos trabajando por cumplir el hermoso proyecto de amor de Dios para la creación y para toda vida humana. En nuestros tiempos, eso significa que estamos trabajando para construir una gran fuerza para la vida y para el amor en nuestro mundo.

UnaVida LA expresa la hermosa visión evangélica de una cultura de la vida y del amor.

Celebramos nuestra segunda procesión y festival anual de la familia de UnaVida LA en Grand Park el pasado sábado 23 de enero. Fue un día de gracia y de paz para mí al ver a tantos de ustedes —más de 20,000— que vinieron desde el otro lado de Los Ángeles y del sur de California. ¡Hubo tantas familias y tantos jóvenes!, ¡tanta alegría y tanto entusiasmo!

A continuación de UnaVida LA, tuvimos la hermosa celebración de nuestra Misa anual de Réquiem por los No Nacidos. Porque, desde nuestra perspectiva, toda vida es preciosa, desde el momento de la concepción hasta la muerte natural. Y en el desempeño de mi ministerio de esta semana, he estado orando y reflexionando mucho acerca de esta verdad.

El viernes por la mañana antes de UnaVida LA, bendije una nueva capilla en el Hospital Infantil de Los Ángeles. El domingo 24 de enero, celebré la Misa y compartí un rato con los jóvenes del Centro Juvenil Barry J. Nidorf, en Sylmar. Y justo esta mañana, 26 de enero, antes de terminar esta columna, oré con los hombres sin hogar y ayudé a servirles el almuerzo en nuestro Centro Cardenal Manning, que está a cargo de la Sociedad de San Vicente de Paul.

En todos estos lugares, me llamó la atención la fuerza del Evangelio de la vida. ¡Nada nos puede separar del amor de Dios! Ni siquiera nuestra salud, nuestra riqueza o nuestro “status” en la sociedad. Toda vida es preciosa y toda vida es sagrada: la del niño en el vientre de su madre, la de la persona con discapacidades, la de los que han llegado a una edad avanzada o están enfermos, la de las personas sin hogar, la de los prisioneros, la de los inmigrantes y los refugiados.

¡El futuro está en la vida! Y la vida es el camino de la Iglesia.

Nuestra perspectiva es espiritual, no política. La causa de la vida es mayor que las limitaciones de nuestras diferencias políticas, como serían el ser “pro-vida”, el trabajar por la “justicia social”, el ser liberales o conservadores.

Ante el sufrimiento y las necesidades humanas en el mundo, no podemos separar en compartimentos nuestra compasión o dibujar líneas entre aquellos por los que nos preocuparemos y aquellos por quienes no lo haremos.

Dios es nuestro Padre y él sólo ve a sus hijos. Y cuando uno de los hijos de Dios está sufriendo o en peligro, él nos llama, al resto de nosotros, al amor y a la compasión.

En las Escrituras, Dios nos hace ver que sus prioridades siempre están del lado de aquellos miembros de la sociedad que están más indefensos, de las viudas, de los huérfanos, de los extranjeros. Por eso la Iglesia ha defendido a los niños en el seno materno desde los primeros tiempos del Imperio Romano.

Por eso, actualmente, la Iglesia sigue considerando al aborto y la eutanasia como males graves y como las injusticias más fundamentales de nuestra sociedad. Si un niño no tiene derecho a nacer, si una persona mayor no tiene derecho a ser cuidada con compasión, entonces los derechos de ninguna persona podrán ya estar seguros en nuestra sociedad.

Dios nos está llamando a completar su gran proyecto de amor, su gran plan para la creación. Dios nos está llamando a tenderle la mano, por amor, a la mujer que está embarazada y que se siente perdida y sola, al refugiado y al inmigrante; al preso, al que carece de un techo, al enfermo y al discapacitado; al anciano y al que está sufriendo e implorando ayuda.

Dondequiera que se le niega a alguien la dignidad, dondequiera que haya una injusticia, estamos llamados a defender la vida. Como católicos, tenemos el deber de acoger, de proteger y cuidar la vida; toda vida.

Por eso me complace que la Corte Suprema de Estados Unidos haya accedido a asumir los problemas de la deportación y la reforma migratoria en el caso de Estados Unidos vs. Texas.

Conozco a mucha gente buena no está de acuerdo con la reforma migratoria, y, especialmente con la manera en la que nuestro país debe actuar ante los 11 millones de personas indocumentadas que viven en nuestras comunidades.

Para mí, todo se reduce a una cuestión de justicia y de defender la vida humana, la familia y a los niños inocentes. Como pastor, todos los días veo el creciente costo humano de nuestras fallidas políticas migratorias, especialmente por lo que concierne a las familias y a los niños.

El bien común nunca podrá lograrse deportando al papá o a la mamá de alguna niña pequeña. Una sociedad justa y compasiva no debe permitir esto.

Las personas no dejan de ser nuestros hermanos y hermanas sólo porque tengan un estatus migratorio irregular. No importa cómo hayan llegado aquí, no importa lo frustrados que estemos con nuestro gobierno; no por eso podemos, sin perder nuestra propia humanidad, perder de vista la de ellos.

Así que esta semana, oremos por la gran causa de la vida de nuestros tiempos.

Y pidámosle a nuestra Santísima Madre María —que es la madre de todos nosotros— que nos ayude a ver la belleza de la vida humana, la santidad de la persona humana y el misterio del amor de Dios. VN

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El nuevo libro del Arzobispo José H. Gomez, ‘Inmigración y el futuro de Estados Unidos de América’, está disponible en la tienda de la Catedral de Nuestra Señora de los Ángeles. (www.olacathedralgifts.com).

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