EL ‘AMERICAN DREAM’, CADA VEZ MÁS LEJOS

Casi el 40% de los niños latinos y afroamericanos viven con grandes carencias en Los Ángeles y con pocas posibilidades de romper el círculo de pobreza, según Manuel Pastor, sociólogo de la Universidad del Sur de California

La brecha socioeconómica, es decir, la que separa los ingresos de los más pudientes y los más pobres, ocurre en muchas regiones del planeta; pero resulta más escandalosa e injustificable en Estados Unidos, la nación más rica.

En Los Ángeles, donde se rinde culto a la fama y la fortuna, y anida una de las mayores concentraciones de multimillonarios de la nación, esa brecha ha crecido hasta adquirir los niveles de desigualdad de las regiones del Tercer Mundo. Peor aún, las diferencias tienden a aumentar, como puso de relieve recientemente Manuel Pastor, sociólogo de la Universidad del Sur de California (USC), en una entrevista con KPCC. Pastor es director del programa de Equidad Regional del Medio Ambiente de esa casa de estudios.

En algunas partes de Los Ángeles, señala, más de la mitad de la población tiene ingresos inferiores al nivel oficial de pobreza ($23,559 al año en California para una familia de cuatro).

“Aquí ha aparecido una de las nuevas formas de pobreza: personas que tienen un empleo pero que no ingresan lo suficiente para mantenerse a sí mismos o a sus familias por encima del nivel de pobreza”, dijo Pastor en la entrevista, que salió al aire poco antes de que el presidente Obama largara su más reciente informe sobre el estado de la Unión.

En los años 50, la diferencia entre el salario de un trabajador y el director ejecutivo (CEO) de una corporación era de 20 a uno. Actualmente, dijo Pastor, esa proporción es de 200 a uno.

En otras palabras, si un trabajador devenga 10 dólares la hora, los ingresos de un alto ejecutivo o banquero rondarán los dos mil dólares la hora.

Lo que hace tan corrosivo este modelo es que tiende a reproducirse, pasando la pobreza y la desesperanza de padres a hijos como ocurre en las economías más rezagadas y desiguales de Latinoamérica.

En Estados Unidos se espera que los hijos de un campesino o un albañil o un obrero vayan a la universidad, que se conviertan en profesionales, y a larga, que vivan mejor que sus padres. Esa es la expectativa, la esencia del “American Dream”, pero cada vez ocurre con menos frecuencia.

Pastor mencionó en el programa radial que casi el 40% de los niños latinos y afroamericanos viven en condiciones subestándar en Los Ángeles. Una gran porcentaje de ellos son indocumentados, o hijos de padres indocumentados.

Según Pastor, la miseria social no es tan visible en estos días -a diferencia de los tiempos de la Gran Recesión, donde la miseria y el hambre rebalsaron en las calles del país- por estar confinada a ciertas áreas de la ciudad. En la actualidad puede hablarse de una Gran Depresión focalizada. Basta tomar un tren de la línea Azul del Metro, que corre entre Los Ángeles y Long Beach, para apreciar los contrastes entre la opulencia y la sobrevivencia.

La segregación típica de la urbe angelina (barrios de blancos en ciertas áreas de la urbe y los de minorías en otros) sin duda contribuye a ocultar los cuadros de pobreza.

Pero no del todo. Un punto en el que se entrecruzan los extremos -sin tocarse, casi sin mirarse, como si se movieran en planos distintos de existencia-, es el downtown de Los Ángeles. Especialmente ahora que se ha convertido en nuevo espacio privilegiado residencial, con condominios y estudios que se cotizan alto. La llegada de residentes al centro, la mayoría de ellos estudiantes privilegiados o profesionales con altos ingresos, ha sido sin duda un factor positivo en términos de reactivación urbanística. La proliferación de condominios y estudios, y la apertura de galerías y restaurantes han generado empleos y aportado recursos. Pero la ciudadanía pobre no ha mejorado mucho. Lo mejor que se ha logrado es la coexistencia.

“Los salarios de las clases medias se achican, las filas de los pobres crecen, casi todas las ganancias van hacia las capas más altas y el gran capital corrompe la democracia; entonces ¿por qué no estamos levantando un escándalo?”, se preguntaba la semana pasada en su blog el exsecretario del Trabajo, Robert Reich.

En septiembre, California aprobó un plan para incrementar gradualmente el salario a 10 dólares la hora en dos años. El presidente Obama declaró en su discurso que apoyará una iniciativa para aumentar el salario mínimo federal de 7.25 a 10.10 dólares. En Los Ángeles existe desde hace una década un movimiento que ha logrado institucionalizar el “salario digno”. Se trata de un modelo probado -al contrario del argumento conservador, nadie ha ido a la quiebra por su culpa. Pero esas alzas no bastan: parecen ir siempre a la zaga, porque la acumulación de la riqueza en manos de unos pocos (aunque en algunos casos se trate del diez por ciento), corre por un carril más rápido.

La desigualdad en el ingreso de la que hablan Pastor y Reich es el resultado de una matriz económica que favorece a esos pocos. Sin embargo, a ningún país le conviene que esa brecha se siga ensanchando. Está comprobado, dice el sociólogo angelino, que las sociedades en las que la riqueza se acumula en pocas manos, crecen menos.

Pero además se vuelven inestables: donde la mayoría no tiene nada que perder la existencia se puede volver muy riesgosa. VN

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