DESPUÉS DE LA DECISIÓN DE LA CORTE SUPREMA ACERCA DEL MATRIMONIO

Por Monseñor JOSÉ H. GOMEZ, Arzobispo de Los Ángeles

Con la decisión de la Corte Suprema la semana pasada acerca del matrimonio, nuestro país ha entrado en un nuevo momento. Estas decisiones reflejan la creciente confusión de nuestra sociedad acerca del matrimonio y la familia. Reflejan también una profunda confusión acerca de otras realidades básicas: el significado del amor y la libertad; la santidad y dignidad de la persona humana y el papel de la ley y del gobierno en nuestra democracia.

Como católicos, nuestro papel en el debate actual acerca del matrimonio tiene sus raíces en nuestra fe religiosa. Nosotros creemos que Jesucristo nos dio una manera de vivir que refleja el plan de amor de Dios para la creación y para cada una de nuestras vidas.

Creemos que el amor, el matrimonio y la sexualidad —el hecho de que hayamos nacido como hombre o mujer— son una parte profunda del plan de Dios para nuestra felicidad y para el bien de la sociedad.

Reconocemos también que vivimos en una sociedad pluralista. Sabemos que nuestros vecinos no necesariamente comparten nuestras creencias. De hecho, entendemos que nuestra sociedad se está volviendo más secularizada y menos interesada en las formas tradicionales de creencia religiosa. Conforme la sociedad se vuelve más secularizada, nuestras creencias católicas se vuelven más “contraculturales” y más difíciles de ser entendidas por las personas alrededor de nosotros.

En la medida en que Dios se va volviendo menos importante en nuestra sociedad secularizada, el individuo toma el lugar de Dios como meta y preocupación supremas de la sociedad. De manera que ahora estamos viviendo en una cultura que pone el valor más alto en la libertad que tienen las personas de seguir los caminos de su elección, para alcanzar aquello que creen que los hará felices.

Todo en la cultura estadounidense —y, de manera creciente, sus leyes y políticas públicas— es “refractado” a través de este prisma de individualismo extremo. Eso incluye nuestros pensamientos acerca del amor, del matrimonio, de la familia, de la sexualidad y del significado de la vida.

Como resultado, muchos están exigiendo el “derecho” de definir estas realidades de acuerdo a sus propias necesidades personales. Muchas de sus definiciones son radicalmente diferentes de las definiciones que Jesús y su Iglesia nos han dado. Estas definiciones son radicalmente diferentes de las que han guiado a la civilización occidental por miles de años.

Todo esto está pasando muy rápido; dentro de las últimas décadas. Y se ha vuelto una fuente creciente de debate y tensión en nuestra sociedad.

Esta es la razón por la cual las decisiones de la Corte Suprema son perturbadoras. La Corte parece no haber hecho el esfuerzo de entender a aquellos que creen en la visión tradicional del matrimonio. Las leyes y políticas que reafirman la realidad del matrimonio como la unión de un hombre y una mujer están motivadas únicamente por el deseo de “humillar”, “desacreditar y perjudicar”, de acuerdo a la opinión mayoritaria de la Corte.

Esto simplemente no es cierto. Y la Corte no presentó ninguna prueba de ello. La ley federal en cuestión fue aprobada por más de 400 senadores y representantes, y firmada por el presidente. La Proposición 8 de California fue aprobada por la mayoría de los votantes del estado. ¿Es posible que todas estas personas estén movidas por el odio y los prejuicios?

Conforme avanzamos en este debate acerca del significado del matrimonio, todos debemos tratar de respetarnos más unos a otros. Tenemos que trabajar por defender los derechos civiles y humanos de todos, sin importar sus creencias religiosas o los estilos de vida que hayan elegido. Y todos debemos respetar los derechos de aquellos que están en desacuerdo con nosotros, especialmente el derecho de expresar sus opiniones y de tratar de convencer a otros que compartan con ellos esas opiniones.

Para nosotros, como católicos, el matrimonio siempre será algo más que una relación de compromiso entre dos adultos que consienten a ella. Para nosotros, el matrimonio es una realidad en el orden de la naturaleza y del plan de Dios.

Creemos que Dios hizo a los hombres y a las mujeres con cuerpos diferentes pero con igual dignidad y valor. En el plan de Dios, las diferencias entre hombres y mujeres tienen como fin el complementarse y completar el uno al otro al originar una nueva vida. En el lenguaje bíblico, el hombre y la mujer están hechos para “ser una sola carne” en el matrimonio.

Sólo esta relación puede generar una nueva vida. Sólo esta relación puede ser llamada matrimonio. Otros tipos de relaciones —por más llenas de amor que sean— no pueden hacerlo.

Estas son nuestras creencias religiosas más profundas.

En este momento en que los tribunales, legislaturas y la opinión pública parecen ser cada vez más intolerantes a nuestras creencias, los católicos tenemos que insistir en nuestros derechos básicos: el de conservar nuestras creencias, el de expresarlas, el de invitar a otros a compartirlas, y el de regir nuestras instituciones de acuerdo a estas creencias.

Oremos por nuestro país en esta semana en que nos hemos hecho más conscientes de los cambios dramáticos que están teniendo lugar en nuestra sociedad.

Y pidámosle a nuestra Santísima Madre María y a San José, su esposo, que nos ayuden a vivir prácticamente las verdades de nuestra religión con un mayor amor, con mayor alegría y con un renovado entusiasmo. VN

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