DESDE EL JARDÍN DE LOS REYES

Para esta pareja de inmigrantes mexicanos, cultivar flores y frutas es una demostración de amor y respeto, y además la mejor de las terapias

Vivir en el campo es tener las estrellas a la mano con la tierra acariciando los pies mientras todos los días nacen plantas, frutos y flores. Eso lo saben muy bien Ramón y Ramona Reyes que han emigrado desde Jalisco, México, junto con el respeto a la naturaleza y la tradición de ver a su hogar rodeado de árboles frutales y flores multicolores. A pesar de estar atrapados en la urbanización de Los Ángeles, administran espacio y agua para que su jardín sea la mejor herencia de sus hijos y nietos.

Ramón y Ramona Reyes son originarios de El Rodeo, Municipio de Gómez Farías, Jalisco, y a pesar de que no emigraron juntos, se encontraron en California en 1974, uniéndose y procreando cuatro hijos: Verónica, Samuel, Juanita y Ramón.

Hombre de campo, Ramón mantenía su hogar trabajando como hábil zapatero de calzado fino de piel hasta que en 1988 un accidente de trabajo le provocó la inmovilidad de su mano izquierda.

“Eso le causó una gran depresión que lo llevó a beber todos los días”, dice Ramona que durante más de 20 años trabajó en una famosa industria de chocolates para mantener a su familia mientras ayudaba a su esposo a salir de una terrible crisis.

El jardín fue su mejor terapeuta, asegura Ramona sosteniendo que la oración, ayuno y devoción a Jesucristo la ayudó a salir adelante con sus hijos y en su momento alejar a su esposo de todos los vicios.

“Su recuperación fue milagrosa. Después de sufrir tanto, con los años llegó una paz en mi interior que me ayudó a cuidar a mis hijos y a comprender a mi esposo”.

Los Reyes viven por la avenida Mansfield en la parte oeste de Los Ángeles; una calle tranquilla pero desapercibida en la inmensa urbe metálica del Sur de California. No obstante, la fachada de su casa es inconfundible: una enorme buganvilia de color rosa intenso contrasta con un enorme nopal y juntos dan la bienvenida a los visitantes de los Reyes.

“Este nopal no es igual a los otros que hay por aquí -dice Ramona-, es más dulce y tierno que todos los demás”, asegura apuntando una diminuta penca del majestuoso arbusto a la vez que explica que “cuando lo traje de México estaba de este tamañito”.

En esta casa han vivido desde principios de los 1990. Ramón trata de aferrarse a sus plantas luchando con otro mal que lo aqueja desde años recientes: principios de Alzheimer, enfermedad progresiva que destruye la memoria y otras importantes funciones mentales.

“¿Cómo dejé el alcohol?”, repite la pregunta de VIDA NUEVA. “Cuando fui a ver al doctor y me dijo ‘si quieres conservar tu vida, está en ti que lo hagas. Para lo que tú tienes, no hay medicina’. Entendí que estaba en mí seguir viviendo y pensé en mis hijos que estaban chiquitos y decidí curarme yo solo para verlos crecer”, responde Ramón, admitiendo que fue un gran sufrimiento cuando de la noche a la mañana “ya no pude trabajar… yo estaba muy contento porque trabajaba todos los días y tan solo en sábado y domingo ganaba $200 con lo que compraba el mandado y con mi otro salario quería comprar una casa con un jardín grande grande”.

Como punto de referencia, regresa la charla al jardín, el lugar en donde Ramona ha cultivado rosas, begonia, lirios, helechos, gallos, gardenias, hortensias, orquídeas y una que otra noche buena junto a la enorme buganvilia.

Ramón a su vez, aprovecha cualquier espacio de tierra para sembrar frutas y legumbres: desde cañas, mandarinas, fresas y guayabas, hasta tomate, chiles, elotes y nopales, todo un manjar de sabores naturales a unos cuantos pasos de la mesa familiar.

Actualmente, preocupados por su salud, la sequía y la falta de espacio para hacer crecer su jardín, los Reyes buscan opciones para mantenerse cerca de la naturaleza.

Ramón quiere contar con la ayuda de sus hijos y amigos para mantener sus plantas frutales produciendo, mientras que Ramona además de las flores naturales, ha encontrado un pasatiempo para hacer arreglos florales de papel y de seda con los que adorna el templo de la Iglesia de Santa Ágata cada vez que hay una ocasión especial.

“Desde que me acuerdo, allá en Jalisco, el jardín con flores, árboles de frutas y los surcos para las legumbres, son parte de cada hogar, de cada familia. Me lo enseñó mi mamá, y a ella se lo enseñó mi abuelo. Ahora me toca a mí enseñarle a mis hijos y nietos lo importante que es nuestra naturaleza. En donde yo esté, habrá de florecer un rosal y hasta un gigante nopal. Mi jardín es parte de mi familia, de mi hogar, y la mayor herencia que le dejaremos a nuestros hijos y a nuestros nietos”, concluye Ramona.

Mientras tanto, Ramón hace un mayor esfuerzo cuando mira a su esposa y recuerda que con ella ha llegado a la etapa de su vida en donde la paciencia es vital para sobrellevar los altibajos que se van presentando en el camino, y que el poder de la oración ha sido el terreno fértil para mantener a su familia unida en un huerto de amor y comprensión. VN

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