CUANDO LOS SERES QUERIDOS ESTÁN TRAS LAS REJAS

CUANDO LOS SERES QUERIDOS ESTÁN TRAS LAS REJAS

Conozca a quienes quedan atrás cuando un miembro de la familia es enviado a prisión

POR R. W. DELLINGER / ANGELUS

“Me siento mejor con este nuevo ministerio”, dice Angelina (que quiere permanecer en el anonimato). “Me están apoyando en mis necesidades ahora. Y deseo que quienes tengan la misma experiencia con un hijo en prisión conozcan este lugar”. Ella se refiere al Ministerio de asistencia a familias de encarcelados (Ministry of Assistance to Families of the Incarcerated).

La conversación tiene lugar en el Centro de Servicios de Holy Family, frente a la Iglesia St. Charles Borromeo en North Hollywood. Por medio de su Oficina de Vida, Justicia y Paz, la Arquidiócesis de Los Ángeles ofrece este ministerio y pone a su disposición el centro.

Junto a Angelina está el diácono Paulino Juárez, que fue capellán católico en la Cárcel Central de Hombres de Los Ángeles durante 19 años, y comenta que los padres sienten una gran angustia cuando un hijo está encarcelado, y luego viene la soledad cuando se enteran los compañeros de trabajo e incluso otros miembros de la familia.

“Mi vida ha cambiado desde que mi hijo se fue. Él estuvo conmigo todo el tiempo. Ahora estoy sola. No hay forma de protegerlo dentro de la prisión. Como madre, me siento tan mal”. Y Angelina agrega que ahora su fe es más fuerte “porque puedo sentir la presencia de Dios en mi vida. Es la única forma en que puedo sobrevivir en esta situación”.

La misión del nuevo ministerio es apoyar a las familias, especialmente a las de inmigrantes, con un miembro en la cárcel o prisión estatal. Se enfrentan a una serie de barreras: el idioma, la cultura, educación, vivienda, atención médica y quizás la peor, que apenas tienen conocimiento de los sistemas legales y de justicia de Estados Unidos.

El objetivo es que estas familias experimenten la presencia de Dios durante su viaje de tristeza, dolor y aislamiento, y así poder cambiar la desesperación en esperanza, como Angelina.

Las familias de los encarcelados se llaman las “víctimas ocultas” del sistema de justicia penal de Estados Unidos, según el Instituto Nacional de Justicia. Si bien las víctimas de crímenes a veces pueden recibir una compensación financiera y otras medidas de apoyo, estas familias suelen soportarlo todo en silencio.

Los niños a menudo sufren más. Del 50 al 75 por ciento de los reclusos tienen un hijo menor de edad. Y estos niños enfrentan grandes riesgos, que incluyen estrés psicológico, suspensión o expulsión de la escuela, dificultades económicas, comportamiento antisocial y actividad delictiva.

ROMPIENDO EL CICLO

 Romper este terrible ciclo familiar con un apoyo práctico es la razón por la cual la Arquidiócesis comenzó el ministerio. El Diácono Juárez vio de primera mano los problemas que enfrentan las familias de los reclusos sin un apoyo. Algunos no tenían para comer. A otros los desalojaron. La mayoría eran latinos que hablaban poco o nada de inglés. La mayoría no conocía sus derechos legales o los servicios para los que calificaban.

El diácono de St. Genevieve Church en Panorama City habló con su diácono Louis Roche, quien ya tenía un ministerio para indigentes en la Iglesia St. Charles Borromeo en North Hollywood. Recientemente, los dos se convirtieron en coordinadores de ese ministerio.

“Estas familias han sido rechazadas, a veces por su propia parroquia”, dice. “Se sienten aislados en su propia comunidad. Por lo tanto, creo que lo más importante es crear un lugar donde puedan compartir, liberar sus preocupaciones y orar. Además, si necesitan comida, ropa o ayuda financiera, los vamos a ayudar”.

El ministerio está funcionando. Se están realizando derivaciones para asistencia psicológica, médica y legal. Se ha enviado un mensaje por correo electrónico a otros diáconos y pastores que explican lo que el centro tiene para ofrecer.

Debido a la combinación de trauma, vergüenza y estigma, informa el Centro Nacional de Recursos sobre Niños y Familias de Encarcelados, Tener un padre en prisión aumenta el riesgo de que los niños vivan en la pobreza y en hogares inestables. Pero la consecuencia más común es “comportamientos antisociales”, que van desde la deshonestidad persistente a actos delictivos.

“¿Cómo le explicas a un niño de 5 años cuando va a visitar a su padre en prisión que no puede abrazarlo por la ventana de vidrio? ¿Y usted solamente tiene unos minutos antes de tener que irse?”, pregunta el diácono Juárez. “Eso crea mucho dolor y tristeza en los niños y también en sus padres”.

Tener a un padre encarcelado a menudo ha sido visto por los educadores como un factor importante para que tengan problemas en la escuela.

Un estudio encontró que estos hijos e hijas son más propensos a ser suspendidos y expulsados. Y en lo que respecta al bienestar económico, “la abrumadora mayoría de los niños con padres encarcelados tienen pocos recursos”, informó el Instituto Nacional de Justicia el año pasado.

Pero tal vez el hallazgo más sorprendente citado por el instituto es que en promedio, son seis veces más propensos que otros a terminar en la cárcel.

RABIA OCULTA

 Cuando Gigi Breland entró en prisión por asesinato en segundo grado, su hija tenía sólo 6 años. Veintinueve años después, cuando salió en libertad condicional del Instituto de California para Mujeres, Quinta tenía 32 años, tres hijos y una carrera en la Fuerza Aérea.

Habían mantenido una relación, primero a través de visitas nocturnas y diurnas junto con llamadas telefónicas diarias de 15 minutos, el tiempo máximo permitido. Pero las visitas y las llamadas se volvieron más esporádicas durante los años de secundaria de su hija. Y cuando se unió a la Fuerza Aérea a la edad de 20 años, la comunicación directa se volvió ocasional.

“Supe del enojo que tuvo cuando salí en 2009. Ya sabes, por no haber estado presente todos esos años, yo no estaba allí”, recuerda Breland, que vive en Alexandria House, un hogar de transición en Koreatown.

Lo único positivo fue que ella y Quinta se reconciliaron antes de que su hija muriera en 2017 a los 37 años de un coágulo de sangre que le llegó al corazón.

“Creo que es muy importante que los padres sean parte de la vida de sus hijos pase lo que pase”, explica. “Algunos creen que los niños no deberían estar en lugares como las cárceles, pero necesitamos esa conexión”.

El Instituto Urbano está de acuerdo en la importancia de mantener la relación cuando un padre va a prisión.

“Muchos expertos creen que las visitas realizadas en ambientes seguros y amigables para los niños son probablemente la mejor opción para ayudar a las familias a mitigar los efectos nocivos del encarcelamiento de los padres”, señala el instituto en un informe.

“Pasar tiempo juntos como familia a través del juego, la conversación o compartir una comida también puede ayudar a aliviar los sentimientos de abandono y ansiedad de los niños”.

Una serie de estudios también han encontrado que los reclusos que mantienen una relación cercana con los miembros de la familia tienen mejores resultados posteriores a la liberación y tasas de reincidencia más bajas. Uno encontró que una sola visita redujo el riesgo de reincidencia en un 13 por ciento.

Desafortunadamente, la Iniciativa de Políticas Penitenciarias descubrió que las visitas a las cárceles estatales, incluso en California, son la excepción en lugar de la regla, en gran parte porque la mayoría de las prisiones se construyeron en áreas aisladas a las que no se puede acceder en autobuses o trenes. Además, el papeleo y la documentación necesarios para ingresar a una prisión estatal, más el ambiente militarizado pueden desalentar las visitas de los miembros de la familia.

En 2000 se inició “Get On The Bus” (GOTB) que cada año para el Día de la Madre y el Padre, en colaboración con el programa “Center for Restorative Justice Works”, transporta a miles de menores a las prisiones para ver a sus padres. VN

DE INTERÉS

Para obtener más información sobre el Ministerio de asistencia a las familias de los encarcelados, llame y deje un mensaje para el Diácono Paulino Juárez al (213) 278-2069 (celular) o al (213) 637-7532 (oficina). O escriba a: dcnpaulino@la-archdiocese.org.

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