
Una batalla tras otra: la impresionante película que los radicales seguro van a odiar
La película One Battle After Another (Una batalla tras otra), dirigida por Paul Thomas Anderson y protagonizada por Leonardo DiCaprio, no es solamente un filme más de denuncia social, es una bofetada en la cara de quienes creen que el racismo, la migración forzada, la supremacía blanca y el dolor familiar son temas “exagerados”. En ella, esas cosas están vivas, palpitantes y son escupidas sin filtro… Un escupitajo que de seguro miles de extremistas recibirán directamente en la cara y veremos pronto las campañas de desacreditación en todas partes.
DiCaprio interpreta a Bob Ferguson, un revolucionario caído, un padre que ya no puede mirar atrás sin sentirse destruido. Su hija, Willa, le hereda más que genes, le hereda miedo, abandono, memoria que no se borra. Anderson construye un escenario donde la persecución contra los latinos no es fondo de escenario, es sangre real, colocando en escena redadas migratorias arbitrarias, supremacía blanca en alta sociedad y en los pasillos del poder, racismo descartable para muchos pero letal para quienes lo viven.
La película aborda también ese racismo histórico hacia la comunidad negra, la opresión privilegiada, las sociedades secretas blancas que siguen ocultas tras discursos de ley y orden. No lo pinta como horror lejano, sino como algo cotidiano, como lo que es, como lo que estamos viendo: Militares radicalizados, “Aventureros de Navidad”, poder detrás del poder, permeabilidad entre el odio y lo institucional y ahí en medio por supuesto, la familia, sumergida en excremento: amor, culpa, traición, heridas, violencia sexual, aislamiento. En la película se pelea contra otros, sí, pero sobre todo contra uno mismo, el Bob que bebía, el Bob que huía, el Bob que pensaba que podía olvidar, que podía renunciar a la sangre que dejó atrás reflejan de manera impresionante esas guerras de la gente del común.
La violencia que se esconde bajo la comedia y los momentos absurdos no es gratuita, porque el absurdo ya es real. En este maldito mundo, la parodia y lo grotesco son más cercanos a la verdad que muchos discursos “serios”. Uno ve escenas que parecen caricaturas porque estamos viviendo en un mundo que ya es caricatura y que Estados Unidos representa perfectamente con iconos de odio que se naturalizan, leyes racistas disfrazadas de seguridad, odio al inmigrante sostenido por burocracias, supremacías que se creen invisibles. Anderson hace que lo grotesco no sea burla, sino espejo.
Y la música es una desgraciada. Late como ataque, es desesperante, monta puentes entre lo que se ve y lo que duele, acelera el pulso porque en cada nota está la impaciencia de quien no puede más. Las actuaciones no se construyeron para ser perfectas, el héroe no es héroe, la víctima no es víctima idealizada, la revolucionaria no es caricatura plana. Tienen rotura, tienen grietas, tienen violencia en lo que callan.
Muchos van a decir que la película es “política”, “radical”, “demasiado”. Y sí, es política, porque no hay neutralidad real frente al odio, es radical porque aborda cosas que otros evitan y si al verla les parece “demasiado”, puede ser porque ustedes mismos se han acostumbrado a no mirar de frente, puede ser porque de alguna manera forman parte de los ignorantes que se ofenden con la verdad.
“Una batalla tras otra” enseña que se puede abandonar el pasado pero no escaparlo. Que uno lucha contra lo que ve afuera, pero que la guerra más intensa es la que se libra al interior con uno mismo, con las heridas que no sanan, con la memoria que exige justicia aunque duela. Y no hay consuelo alto, porque el trauma no se cierra con discurso ni lágrimas, se carga como peso y se pelea como se puede.
Si esta película no incomoda, si no los rebota hasta vomitar sus privilegios e hipocresía, es porque probablemente ya sean parte del problema, porque el silencio cómodo, la resignación cobarde, la ignorancia radical se alimentan de quienes se niegan a sentir. Esta película no es para que guste, es para que duela, y para obligar a pensar que la dignidad no se logra ignorando lo que eres, sino enfrentándolo, aunque nos supere.
“Una batalla tras otra” no es cine para entender, es cine para analizar. Quien entra buscando entretenimiento se va a estrellar con una realidad que ya no es metáfora ni advertencia, sino diagnóstico. Leonardo DiCaprio, que aquí no actúa sino que implosiona, encarna la fatiga moral de un país que lleva siglos repitiendo sus mismas mentiras, vistiéndolas de democracia, progreso y libertad y que lamentablemente es el reflejo del planeta entero.

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