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APARTEN UN TIEMPO PARA LA ORACIÓN

Por Monseñor JOSÉ H. GOMEZ, Arzobispo de Los Ángeles

8 de agosto de 2014.- En lo que escribo esto, nos estamos preparando para la fiesta de la Transfiguración.

Es una hermosa historia, uno de los “misterios luminosos” de la vida terrenal de nuestro Señor, que todos conocemos bien.

Jesús sube a una montaña elevada con tres de sus discípulos y ahí ellos lo ven transfigurarse. Su rostro brilla como el sol. Sus vestidos se vuelven blancos como la luz. Desde el cielo, la voz de Dios les dice: “Éste es mi Hijo amado, escúchenlo”.

En este breve momento, tenemos la oportunidad de ver cuál es el final de nuestro camino, el “destino” de nuestro itinerario cristiano. Jesús “transfigurado” nos manifiesta la esperanza de nuestra resurrección, cuando Él transformará nuestros cuerpos mortales para que lleguen a ser como su cuerpo glorioso.

Pero la Transfiguración también nos ofrece un panorama de lo que significa rezar.

Es interesante que cuando la transfiguración termina y la nube luminosa que apareció en el cielo se aleja, los apóstoles se quedan de pie allí, a solas con Jesús. De hecho, el Evangelio dice: “Ellos alzaron sus ojos y ya no vieron a nadie más que a Jesús solo”.

Todos queremos ver a Jesús, como los apóstoles en la montaña sagrada. Todos queremos contemplar el rostro del Dios vivo para hablar con Él, para hacerle preguntas, para escuchar su voz. Y podemos hacerlo a través de la oración.

¡Qué privilegio tenemos de poder rezar!

Piensen en lo que significa que podamos hablar con Dios y escucharlo. Dios, quien creó el universo, el sol, las estrellas y todos los planetas.

A través de la oración podemos hablar con el Dios de toda la creación, y saber que Él nos escucha y que sabe quiénes somos, dónde vivimos, y cuáles son nuestras esperanzas.

Así que todos tenemos que hacer de la oración una prioridad en nuestras vidas.

Jesús apartaba tiempo para la oración. A lo largo de los Evangelios, lo vemos alejarse de las multitudes y de sus discípulos para pasar tiempo a solas con Dios en oración. Él hacía esto para darnos el ejemplo.

Por eso nosotros también tenemos que apartar tiempo cada día para construir nuestra amistad con Dios. Los santos nos dicen que esta relación sólo crece en el silencio, cuando podemos serenar nuestros corazones y nuestras mentes para conversar con Dios y escucharlo en el silencio de nuestros corazones.

Es difícil para nosotros hacer esto, pues requiere de práctica. Nuestro mundo está lleno de agitaciones, ruido, distracciones. No es fácil para ninguno de nosotros simplemente estar “en silencio”. Pero así como lo hizo Jesús, nosotros también podemos encontrar el tiempo para estar tranquilos con Dios, aunque sólo sea por unos minutos al principio y al final de cada día.

Nuestra oración no tiene que ser complicada. No necesitamos de un lenguaje elegante o de palabras rebuscadas. Por más inteligentes que seamos, ¡Dios no quedará impresionado con nuestra teología! Lo que Él quiere es nuestra sinceridad, nuestra humildad, nuestro deseo sencillo de conocer su voluntad y de llevarla a cabo.

Jesús nos enseñó a rezar como hijos que hablan con su padre. La oración consiste, sencillamente en hablar con nuestro Padre y en dejar que Él hable con nosotros.

Todos tenemos que apartar algunos momentos de silencio durante el día para centrarnos sólo en la oración. Pero podemos rezar a lo largo de todo el día.

Podemos recorrer nuestros días teniendo a Jesús como un amigo cercano, hablando con Él, contándole lo que está en nuestras mentes y en nuestros corazones.

Cuando empiecen una nueva tarea, ofrézcansela a Dios. Cuando terminen su trabajo, denle gracias a Dios por su ayuda y por su amor. Todo lo que hacemos puede empezar y terminar con la oración.

Hablen de sus alegrías, luchas y esperanzas a Dios. No tengan miedo de hablar con Él acerca de las cosas que los preocupan o asustan. Pídanle que los ayude a tomar decisiones y a saber qué es lo correcto. Pídanle la gracia de tener una buena vida y de hacer el bien a los demás.

Podemos tener la seguridad de que Dios nos escucha siempre. ¡Él escucha todo, y quiere estar en el centro de nuestras vidas!

Nuestra relación con Él a través de la oración tiene como objetivo llegar a “transfigurarnos”. Rezar como hijos e hijas de Dios, nos permite asemejamos más y más a la imagen de Jesús, el Hijo de Dios.

Cuando rezamos, escuchamos la voz de Dios que nos llama a hacer grandes cosas con nuestra vida, a transformar este mundo en un lugar más solidario, más compasivo, más pacífico, más justo.

Entonces, esta semana, tratemos de centrarnos más en nuestra vida de oración. Pidan por mí, y sepan que yo estoy rezando por ustedes.

Y pidámosle a nuestra Santísima Madre María que ruegue por nosotros, para que podamos aprender a rezar como Ella, con nuestros corazones abiertos para conocer al Dios vivo.VN

El nuevo libro del Arzobispo José H. Gomez, “Inmigración y el futuro de Estados Unidos de América”, está disponible en la tienda de la Catedral de Nuestra Señora de los Ángeles. (www.olacathedralgifts.com).

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