
SOBRE LA INMIGRACIÓN, EN BUSCA DEL EQUILIBRIO ENTRE EL AMOR Y LA LEY
Por Monseñor JOSÉ H. GOMEZ
Arzobispo de Los Ángeles
17 de marzo, 2017
(Nota del editor: El 8 de marzo, el Arzobispo Gómez pronunció un discurso ante una reunión de católicos y otros líderes políticos y empresariales en un simposio organizado por el Instituto Napa en Washington D.C. El texto que aparece a continuación es una adaptación de su discurso. Para leer su charla completa: “¿A dónde vamos a partir de aquí? Por qué no podemos esperar a la reforma migratoria”, visiten su sitio web: ArchbishopGomez.com.)
Hace mucho tiempo que debimos haber abordado el asunto de los 11 millones de indocumentados que viven dentro de nuestras fronteras. Quiero proponer una solución para eso hoy.
Por nuestra inacción e indiferencia hemos creado una callada tragedia en el área de los derechos humanos.
Una vasta subclase ha crecido a los márgenes de nuestra sociedad. Y parece que lo hemos aceptado. Millones de hombres y mujeres viven como nuestros siervos perpetuos, trabajando por salarios bajos en nuestros restaurantes y en nuestro campo; en nuestras fábricas, jardines, casas y hoteles.
En este momento, lo único que tenemos que se asemeje a una “política” de inmigración nacional es algo que está completamente enfocado a deportar a estas personas. Y deportamos a cerca de 3 millones en la década pasada.
Y, ¿cuál es la triste realidad? Que la mayoría de aquellos a los que estamos deportando no son criminales violentos. De hecho, hasta una cuarta parte de aquellos a quienes nuestro gobierno está capturando y sacando de hogares ordinarios son madres y padres de familia.
Nadie discute el hecho de que deberíamos estar deportando a los criminales violentos. Pero, ¿qué propósito de la política pública se está atendiendo al privar de su papá a una pequeña, o al despojar de su mamá a un pequeño?
La mayoría de los 11 millones de indocumentados han estado viviendo en este país durante 5 años o más. Dos tercios han estado aquí durante una década por lo menos. Casi la mitad están viviendo en sus hogares, con su cónyuge y sus hijos.
Esto significa que una política centrada en la deportación, que no conlleve una reforma del sistema subyacente de inmigración, sólo llevará a castigar a los niños y a romper familias.
Como pastor, no creo que sea una respuesta moral aceptable el decir, “Se lo merecen. Esto es lo que les pasa por infringir nuestras leyes”
Ellos siguen siendo personas, siguen siendo hijos de Dios, a pesar de lo que hayan hecho mal.
Jesús nos dice que seremos juzgados por nuestro amor y por nuestra misericordia. Él dijo: “Yo fui un extranjero”, un inmigrante. Él no hizo distinciones entre lo legal y lo ilegal.
Entonces, ¿cómo podemos avanzar?
Estos 11 millones de indocumentados no llegaron de la noche a la mañana. Es más bien algo que sucedió a lo largo de los últimos 20 años. Y sucedió porque nuestro gobierno —en todos sus niveles— falló en su obligación de hacer cumplir nuestras leyes de inmigración.
Esta es una verdad difícil pero que tenemos que aceptar. Somos una nación fundamentada en sus leyes, pero durante muchos años, el gobierno y los funcionarios encargados de hacer cumplir la ley estuvieron evitando abordar el problema porque las empresas estadounidenses exigen mano de obra “barata” y abundante.
Eso no justifica que la gente rompa estas leyes, pero explica por qué las cosas llegaron a este nivel.
Ahora bien, yo creo firmemente en la responsabilidad personal y en que hay que rendir cuentas. Pero tengo que preguntar por qué a los únicos a quienes estamos castigando es a los trabajadores indocumentados mismos, a padres y madres de familia ordinarios que llegaron aquí buscando una vida mejor para sus hijos.
¿Por qué no estamos castigando a los negocios que los contrataron, o a los funcionarios del gobierno que no hicieron cumplir nuestras leyes? Eso no me parece correcto.
¿Y nosotros qué? ¿No compartimos también alguna responsabilidad en esto? Nosotros “nos beneficiamos” todos los días de una economía construida sobre mano de obra indocumentada.
Desde mi punto de vista de pastor, hay mucha culpa qué asumir. Y eso significa que hay muchas oportunidades para mostrar misericordia.
La misericordia no es la negación de la justicia. La misericordia es la cualidad con la cual demostramos nuestra justicia. La misericordia es la manera en la que podemos avanzar.
No estoy proponiendo que “perdonemos y olvidemos”. Si lo que manda la ley debe ser respetado, debe haber consecuencias para quienes rompen nuestras leyes.
Actualmente, hemos hecho de la deportación una especie de “sentencia obligatoria” para cualquier persona que sea encontrada sin los documentos adecuados. No estamos interesados en las circunstancias involucradas o en tener en cuenta los “casos difíciles”.
La inmigración ilegal es tal vez el único crimen para el cual no toleramos acuerdos con la fiscalía o sentencias menores. Eso tampoco parece correcto.
Una simple propuesta: ¿Por qué no exigimos que los indocumentados paguen una pequeña multa, o que presten servicio a la comunidad? ¿Por qué no pedirles que demuestren que tienen un trabajo, que están pagando impuestos y que están aprendiendo inglés?
Esto me parece que sería un castigo justo y proporcionado.
Pero además del castigo, tenemos que ofrecerle a esta gente alguna certeza acerca de cuál es su estatus al vivir en este país.
La mayoría de los 11 millones que son padres y madres de familia tienen hijos que son ciudadanos de este país. Deberían poder criar a sus hijos en paz, sin el temor de que un día cambiemos de opinión y los deportemos. Por lo tanto, necesitamos establecer para ellos alguna forma de “normalizar” su estatus. En lo personal, creo que debemos darles la oportunidad de convertirse algún día en ciudadanos estadounidenses.
Actualmente se está experimentando mucho miedo y frustración en este país. Puedo entender por qué parte de esto se ha enfocado en personas desconocidas que han llegado a causa de un sistema de inmigración defectuoso.
Pero podemos alcanzar un equilibrio entre la ley y el amor.
Esta semana, tengámonos presentes los unos a los otros en la oración. Y oremos por nuestros hermanos y hermanas, tanto los que son refugiados, como los que son indocumentados.
Y ofrezcamos oraciones especiales esta semana por nuestros líderes.
Que nuestra Santísima Madre María los guíe para encontrar un camino para progresar en la reforma migratoria, que es algo tan crucial para nuestras familias y para nuestro país. VN
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El nuevo libro del Arzobispo José H. Gomez, ‘Inmigración y el futuro de Estados Unidos de América’, está disponible en la tienda de la Catedral de Nuestra Señora de los Ángeles. (www.olacathedralgifts.com).
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