EL SALVADOR QUIERE AGREGAR NUEVOS ATRACTIVOS A SU OFERTA TURÍSTICA, PERO LE CUESTA SACUDIRSE SU IMAGEN DE VIOLENTO

Senderismo, paseos en kayak en las aguas del golfo de Fonseca, encuentros gastronómicos, visitas a sitios históricos del tiempo del conflicto armado, museos, festivales de rock y jazz nacional. Estas son algunas de las opciones, mezcla de comunión con la naturaleza, historia, modernidad, tradición y cultura que ofrece este país a los salvadoreños del exterior.

A pesar de la contaminación, la publicidad desenfrenada, la erosión, los abusos contra el medio ambiente perpetrados por grandes y pequeños intereses, y no obstante los excesos que sitúan a El Salvador entre las naciones más violentas, el país sigue siendo destino inevitable y entrañable para los salvadoreños que se han establecido fuera.

Sin embargo, no pocos la piensan dos veces antes de traer a sus familias. El más fuerte disuasivo son los altos índices de violencia, especialmente si se lee con frecuencia los periódicos salvadoreños, cuya dieta de notas rojas y sensacionalistas alimentan un estado nacional de sicosis.

“La mayor parte de los viajeros que van a El Salvador no experimentan problemas de seguridad, pero la amenaza que representa la criminalidad es seria”, advierte la página web del Departamento de Estado (DOS). El 9 de agosto, este emitió una nota advirtiendo sobre la violencia endémica que sufre el país. Recientemente, la misma Policía Nacional Civil (PNC) informó que tan sólo entre el primero y el 17 de noviembre, se registraron 176 homicidios en El Salvador -poco más de diez al día. La mayoría de esos crímenes se atribuyen a disputas entre pandillas, estructuras surgidas originalmente en Los Ángeles que se implantaron en Centroamérica a través de personas deportadas.

Elizabeth Cañas, presidenta de la Red de Posadas Rurales de El Salvador e Iberoamérica, dice que la persistencia de la violencia hace “que la gente tenga temor de viajar”. Su percepción es que la delincuencia se ha agravado en los últimos años.

En cambio, según Luis Campos, portavoz de la PNC, la tasa de violencia se ha reducido a la mitad frente a la experimentada a finales de 2012. Cualquier persona, dice, puede movilizarse con seguridad en El Salvador, aunque, “por supuesto”, agrega, se impone tomar “las medidas de precaución que debemos tener en cualquier lugar, tanto en Centroamérica como en Estados Unidos”; entre ellas, no aventurarse en parajes u horas inadecuadas, o hacer ostentación de objetos de valor, como computadoras, relojes o joyas.

En sitios como el puerto de La Libertad, Acajutla, Ichanmichen, Los Chorros, Ataco, Atiquizaya, asegura Campos, “podés andar a cualquier hora del día sin ningún problema”. La creación de la Policía de Turismo (Politur) también ha contribuido a reforzar la seguridad en los puntos más visitados, y ciertamente, la presencia de los migrantes salvadoreños es notoria en paseos que, como el volcán de San Salvador y el Cerro Verde, era poco recomendable visitar hace más de diez años por los continuos asaltos.

“Yo le puedo dar fe que muchas veces salgo a las nueve de la noche de San Salvador para Suchitoto y nunca he tenido ningún incidente”, admite Cañas (si bien desaconseja viajar al anochecer por la carretera que comunica la carretera Troncal de Norte con Suchitoto).

Cañas y su familia son propietarios de La Bermuda, un hostal y restaurante establecido en el antiguo casco de una hacienda cañera -y primer asiento de la ciudad de San Salvador- a 15 kilómetros aproximadamente de Suchitoto. Después de la guerra, el área vivió un renacimiento como destino cultural y turístico, y la organización que ella encabeza está empeñada en reactivar el turismo rural.

La reputación de “pueblo sano” de que goza Suchitoto sin duda ha contribuido a hacer de él uno de los paseos favoritos de los visitantes que llegan a Comalapa. Pero eso no explica todo. Se trata de un lugar privilegiado que ha sabido capitalizar su riqueza histórica, natural y cultural.

Berty Rivas, administrador y encargado del área de turismo del Centro de Artes para la Paz, una organización sin fines de lucro de Suchitoto, destaca que además de los atractivos que representan las iglesias, el lago Suchitlán y los paseos naturales de los alrededores, se mantiene viva una fuerte conexión entre la historia reciente del lugar y las razones que obligaron a los salvadoreños a emigrar.

Rivas lo denomina “turismo de educación del conflicto”, y cita la ruta de Copapayo, una población en la que el Ejército llevó a cabo una matanza durante el conflicto armado, y que se encuentra a una hora en lancha.

El turismo representa una porción invaluable para la economía. Según el viceministro de Turismo, Roberto Viera, esta actividad aportó al país 771 millones de dólares en 2012, “casi el doble del café”.

La expansión de la oferta turística va más allá de lagos, playas (El Salvador, según el mismo Viera, se ubica en la décima posición en el ranking mundial de sitios ideales para surfistas) y volcanes. La misma capital, tan estridente, insegura, contaminada y plagada de carteles publicitarios, organiza visitas nocturnas al cementerio de los Ilustres, custodia policial incluida, y cuenta con museos y sitios históricos interesantes como el MUNA, el Palacio Nacional y el Museo de Antropología de la UTEC.

La vecina ciudad de Santa Tecla sobresale con una vibrante franja nocturna, el paseo El Carmen, que se ha erigido en exitosa alternativa cultural y culinaria a los lujosos hipercentros comerciales de San Salvador.

“Una de las ventajas que tiene Santa Tecla es que es un referente en términos turísticos por toda la inversión en infraestructura que se ha hecho: vida nocturna, espacios públicos habilitados, iluminación, la inversión en seguridad”, dice Delia Jovel, encargada del Distrito Cultural de la alcaldía. Esta ha logrado persuadir a los propietarios de los bares y restaurante del área para que implementen un esquema de seguridad sin armas largas. A lo largo del paseo, que se cierra al tráfico en las noches de mayor actividad, existe un sistema de cámaras de circuito cerrado.

El paseo ha preparado un apretado programa de actividades para diciembre, que van desde festivales de estatuas vivientes y una concentración de ciclistas con disfraces navideños, hasta la celebración de Hora Cero, un simulacro de despedida del año, que tiene lugar el 30 de diciembre. El año pasado, dice Jovel, el evento atrajo a 20 mil personas. VN

Share