NUESTRO MOMENTO GUADALUPANO

NUESTRO MOMENTO GUADALUPANO

(fOTO: El Arzobispo Gomez medita enfrente a la imagen de Nuestra Señora de Guadalupe durante una misa celebrada en la Catedral de Los Ángeles. /  victor alemán).

Por MONSEÑOR JOSÉ H. GOMEZ

ARZOBISPO DE LOS ÁNGELES

La historia del Tepeyac es una historia para nuestros tiempos.

Nuestra Señora de Guadalupe llegó en un momento de confusión y discordia, en un momento de inmensa crueldad y sufrimiento, de corrupción e infidelidad.

En 1531, la Iglesia del Continente europeo enfrentaba la decadencia, la corrupción, la necesidad de renovación y de reforma.

Muchos teólogos y personas comunes y corrientes ni siquiera podían reconocer la humanidad de los pueblos indígenas del continente americano. En el Viejo Mundo los eruditos, de hecho, llegaron a sostener debates académicos acerca de si los nativos eran personas con un alma.

Al mismo tiempo empezaba a surgir en el Nuevo Mundo una nueva economía global, basada en la esclavitud y la desigualdad. La codicia y la ambición de los colonizadores españoles dieron como resultado horrores indescriptibles, la destrucción de millones de vidas y la ruina de los entornos ambientales y de las costumbres nativas.

Y este es el mundo que la Virgen María vino a visitar.

Nuestra Señora no sólo se apareció para el pueblo mexicano. Su misión era continental y universal.

Ella vino como madre, como la “nueva Eva”, como la madre de todos los vivos. Ella le dijo a San Juan Diego: “Yo soy la siempre Virgen, Santa María, Madre del verdadero Dios por quien se vive, el Creador cabe quien está todo: Señor del Cielo y de la Tierra”.

Cuando observamos el auto-retrato que la Virgen de Guadalupe dejó impreso en la tilma de Juan Diego, notamos que ella es una joven de piel morena, una mujer “mestiza”, el resultado de la mezcla de los pueblos europeos y los indígenas. Lleva puesto el vestuario de los pueblos indígenas y le habló a Juan Diego en su propia lengua indígena.

Nuestra Señora de Guadalupe nos recuerda que la Iglesia fue establecida como la vanguardia de una nueva humanidad. Ella nos recuerda que más allá del color de nuestra piel o de los países de los que provenimos, todos somos hermanos y hermanas. Todos, cada uno de nosotros, sin excepción, somos hijos de un Padre celestial y tenemos a la Madre de Dios como nuestra madre.

Ella es, pues, un ícono significativo de la unidad de la humanidad y de la misión que la Iglesia tiene de crear una familia de Dios constituida por personas de todas las naciones y razas, pueblos e idiomas del mundo.

Santa María de Guadalupe se apareció también como un ícono de una nueva vida, como una mujer que lleva un niño en su seno. Un Niño en el que vemos la esperanza de la humanidad.

Hoy nos enfrentamos a muchos problemas, tanto en el mundo como en la Iglesia.

Existen formas totalmente nuevas de crueldad e inhumanidad, de racismo y esclavitud. Hay egoísmo y codicia que provoca sufrimiento a escala global. Existen categorías completas de personas -desde el niño que está en el seno materno y las personas con discapacidades, hasta las minorías étnicas y religiosas- que son despojadas de su dignidad y derechos por los poderes que rigen este mundo.

Y como en la época de Juan Diego, en la Iglesia de hoy enfrentamos nuevos desafíos -tanto personales como institucionales- para conservar nuestra fidelidad a Jesucristo.

En este momento, Nuestra Señora de Guadalupe viene a nosotros, diciéndonos palabras de compasión y consuelo.

Ella le dijo a San Juan Diego: “No temas esa enfermedad, ni ninguna otra enfermedad y angustia. ¿No estoy yo aquí, que soy tu Madre?, ¿no estás bajo mi sombra?, ¿no soy yo vida y salud?, ¿no estás por ventura en mi regazo?, ¿qué más has menester?”.

No estamos perdidos. No estamos solos. Nuestra Señora nos acompaña. Ella toma nuestra mano, como una madre y nos guía por los senderos que nos conducen a su Hijo. Siempre lo hace, en cada generación, en todo momento y lugar.

Este es el papel de la Virgen. Ella nos mantiene protegidos bajo su manto, en el cruce de sus brazos. Estamos siempre bajo su mirada.

El gran Papa San Juan Pablo II llamó a la imagen de Nuestra Señora de Guadalupe “el corazón mariano de América”. Pero cada vez me doy cuenta más de que la aparición de Guadalupe va más allá de los límites de México, más allá de los límites del continente americano.

Al encabezar la misión en el continente americano, Nuestra Señora de Guadalupe nos mostró el panorama del camino a seguir: un camino que conduce hacia una nueva humanidad, hacia una nueva Iglesia y un nuevo mundo.

Una reforma y una renovación auténticas siempre están basadas en un retorno a los orígenes, a la pureza del primer inicio. Eso es lo que distingue a la reforma y renovación de la revolución, que siempre busca destruir lo viejo para construir lo nuevo.

En este momento, estoy más y más convencido de que tenemos que “regresar a la aparición de Guadalupe”, tenemos que retomar la visión del panorama original, del camino original que Cristo quiso para nosotros en este país y en todo nuestro continente. Nuestra Señora de Guadalupe es la mensajera que se nos envía para guiarnos a la renovación y reforma necesarias en nuestro tiempo.

Oren por mí esta semana y yo oraré por ustedes.

En estos tiempos difíciles, hemos avanzar siempre con alegría y confianza.

Ojalá pongamos nuestros miedos y esperanzas a los pies de la Virgen para poder así contemplar estos tiempos que estamos viviendo bajo la mirada de los ojos amorosos de ella. VN

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