HOMILÍA DEL ARZOBISPO JOSÉ H. GOMEZ

HOMILÍA DEL ARZOBISPO JOSÉ H. GOMEZ

Iglesia Sagrada Familia, Ciudad de México

Jueves 11 de julio, 2019

Me da mucho gusto estar con todos ustedes hoy para la celebración de la Santa Misa y darles la bienvenida a la Ciudad de México. Llegaron ayer, me parece. Todos estuvieron en Puebla. ¿Y qué tal? ¿Bonito?
Sí, es una ciudad muy bonita con una tradición católica muy profunda.

Ahora, todavía empezando esta peregrinación, pensaba que es muy importante que todos reflexionemos un poquito en lo que significa hacer una peregrinación. No es simplemente un viaje de paseo, no, sino es algo mucho más profundo.

Creo que siempre el propósito de una peregrinación es profundizar más en nuestra fe y en nuestra vida cristiana, empezando con nuestra relación con Dios nuestro Señor.

Y desde luego, como es también, especialmente la peregrinación a la Basílica de Nuestra Señora de Guadalupe, pues tener también nuestros corazones abiertos para crecer en el amor y la confianza con nuestra Madre Santísima.

Al mismo tiempo, una peregrinación es un momento muy especial para reflexionar en nuestra vida personal. En cómo estamos en nuestra relación con Dios y qué podemos mejorar y al mismo tiempo ver cómo podemos crecer en nuestra misión apostólica.

Porque todos, como sabemos, estamos llamados a la santidad, que no es solamente para personas especiales sino para todos y cada uno de nosotros que somos personas normales. Y que Dios nuestro Señor nos llama personalmente a buscar la santidad en nuestra vida ordinaria, en las cosas sencillas de la vida ordinaria.

Es también una gran oportunidad, una peregrinación, para rezar especialmente por todas las personas que queremos. Por nuestras familias, por las personas que están cerca de nosotros, por aquellos que están pasando un tiempo difícil o aquellos que tienen una gran alegría. Porque sabemos que la oración es el arma más poderosa que tenemos en nuestra vida para amar a Dios y servir a los demás.

También creo que es importante que reflexionemos estos días durante la peregrinación, que este tiempo que estamos viviendo en la Iglesia y en el mundo es un tiempo de reforma y de renovación.

A veces vemos lo que pasa a nuestro alrededor en la Iglesia, en la sociedad, y tristemente tantas personas que se alejan de Dios. Tanta violencia en el mundo. Tantas situaciones difíciles que no tienen sentido.

Especialmente, si pensamos en el plan de Dios para la persona humana, para la familia, para la sociedad.

Recemos pues, por la paz del mundo, por la paz en nuestras familias, por la paz en nuestro país y por la paz en nuestros corazones.

Pienso que el ejemplo de San Benito, la fiesta que la Iglesia celebra hoy, es muy interesante.

San Benito, un santo del siglo V, durante su tiempo el imperio romano estaba ya llegando a desaparecer. La sociedad era una sociedad totalmente pagana en donde no había la presencia de Dios.

Y San Benito decidió, precisamente por la situación tan triste que había en Roma cuando él estuvo ahí, decidió dedicar su vida a Dios nuestro Señor.

A veces, quizá nosotros también cuando vemos la necesidad, tanta necesidad que hay en las personas de nuestras propias familias y de las parroquias en donde estamos, y de la Arquidiócesis de Los Ángeles, necesitamos tener ese deseo de estar más cerca de Dios nuestro Señor, como San Benito decidió hacerlo.

También es muy bonita hoy la historia en la primera lectura de la Misa de hoy, de José, que como todos recordamos en la Biblia, fue vendido por sus hermanos y tuvo que irse de la familia.

Después, con el paso del tiempo, los hermanos fueron adonde él estaba y él era ya una persona importante en donde estaba y ellos iban a pedir comida porque había una gran sequía en donde estaban. Su padre los envió y se encontraron con que su hermano José, al que habían vendido, estaba allí y fue él quien les ayudó a conseguir la comida que necesitaban.

Y José les dijo, “No se preocupen, todo eso que pasó el sentido es precisamente que Dios me llamó a servir a este pueblo y ahora a ustedes que llegan aquí con esta gran necesidad”.

Su vocación, pues, que no era fácil de entender, tenía sentido.

También cada uno de nosotros, a veces cuando pensamos, “¿Por qué estoy aquí? ¿Por qué me están pasando estas cosas? ¿Por qué tengo estas reacciones?” Dios nuestro Señor nos está llamando a que rectifiquemos, a que busquemos la manera de mejorar nuestra personalidad, nuestra manera de ser.

Desde luego, con nuestra oración, con la asistencia a la Santa Misa, la recepción de la comunión, también muchas veces buscando el sacramento de la reconciliación, una buena confesión que nos limpie y que nos ayude a ser aquellas personas que Dios nuestro Señor quiere que seamos.

Aquí con los restos del Padre Pro, que también tiene una historia tan bonita de dar su vida por la libertad religiosa, es un momento para que todos nosotros renovemos nuestro deseo de realmente dedicarnos a servir a Dios y a los demás.

El pasaje del Evangelio de la Misa de hoy es tan bonito. El Reino de Dios está muy cerca.

Ojalá que cada uno de nosotros en nuestra vida personal sintamos siempre la presencia de Dios. Dios está contigo, está conmigo. Cada día, cada momento. Siempre. En las situaciones buenas y en las situaciones difíciles. Y así podremos de verdad vivir nuestra vocación cristiana. Ser hombres y mujeres de paz y que transmitan la belleza del plan de Dios para la persona humana y para la sociedad.

Hoy, le pedimos a nuestra Madre Santísima de Guadalupe que ella durante estos días nos ayude a recomenzar a ver qué cosas podemos mejorar. A hacer buenos propósitos y a tener la certeza de que María de Guadalupe está siempre con nosotros. Es nuestra madre amorosa que siempre nos acompaña y que nos dará la fuerza para ser verdaderos discípulos de su hijo, nuestro Señor Jesucristo.

En el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. VN

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