EVANGELIO SEGÚN SAN JUAN, CAPÍTULO 14, VERSÍCULOS DEL 6 AL 14

4 de Mayo de 2006

6. Jesús le replicó: “Soy Yo el camino, y la verdad, y la vida; nadie va al Padre, sino por Mí.

7. Si vosotros me conocéis, conoceréis también a mi Padre. Más aún, desde ahora lo conocéis y lo habéis visto”.

8. Felipe le dijo: “Señor, muéstranos al Padre, y esto nos basta”.

9. Respondióle Jesús: “Tanto tiempo hace que estoy con vosotros, ¿y tú no me has conocido, Felipe? El que me ha visto, ha visto a mi Padre. ¿Cómo puedes decir: Muéstranos al Padre?

10. ¿No crees que Yo soy en el Padre, y el Padre en Mí? Las palabras que Yo os digo, no las digo de Mí mismo; sino que el Padre, que mora en Mí, hace Él mismo sus obras.

11. Creedme: Yo soy en el Padre, y el Padre en Mí; al menos, creed a causa de las obras mismas.

12. En verdad, en verdad, os digo, quien cree en Mí, hará él también las obras que Yo hago, y aun mayores, porque Yo voy al Padre

13. y haré todo lo que pidiereis en mi nombre, para que el Padre sea glorificado en el Hijo.

14. Si me pedís cualquier cosa en mi nombre Yo la haré”.

Comentario

6. s. El Padre es la meta. Jesús es el camino de verdad y de vida para llegar hasta Él. Como se expresó en la condenación del quietismo, la pura contemplación del Padre es imposible si se prescinde de la revelación de Cristo y de su mediación. En el v. 7 no hay un reproche como en la Vulgata (si me conocierais…) sino un consuelo: si me conocéis llegaréis también al Padre indefectiblemente. Vemos así que la devoción ha de ser al Padre por medio de Jesús, es decir, contemplando a ambos como Personas claramente caracterizadas y distintas (Concilio III de Cartago, can. 23). Querer abarcar de un solo ensamble a la Trinidad sería imposible para nuestra mente, pues la tomaría como una abstracción que nuestro corazón no podría amar como ama al Padre y al Hijo Jesús, con los cuales ha de ser, dice S. Juan, nuestra sociedad (I Juan 1, 3). La Trinidad no es ninguna cosa distinta de las Personas que la forman. Lo que hemos de contemplar en ella es el amor infinito que el Padre y el Hijo se tienen recíprocamente en la Unidad del Espíritu Santo. Y así es cómo adoramos también a la Persona de este divino Espíritu que es el amor que une a Padre e Hijo. El Espíritu Santo es el espíritu común del Padre y del Hijo, y propio de cada uno de Ambos, porque todo el espíritu del Padre es de amor al Hijo y todo el espíritu del Hijo es de amor al Padre. Del primero, amor paternal, beneficiamos nosotros al unirnos a Cristo. Del segundo, amor filial, participamos igualmente adhiriéndonos a Jesús para amar al padre como Él y junto con Él y mediante Él y a causa de Él, y dentro de Él, pues Ambos son inseparables, como vemos en los vv. 9 ss.

10. Es notable que ya en el Antiguo Testamento el Padre (Yahvé) habla del Mesías llamándolo “el Varón unido conmigo” (Zac. 13, 7). Cf. 16, 32.

12. Una de las promesas más asombrosas que Jesús hace a la fe viva. Desde el cielo Él la cumplirá.

13. En este v. y en el siguiente promete el Salvador que será oída la oración que hagamos en su nombre. Esta promesa se cumple siempre cuando confiados en los méritos de Jesucristo y animados por su espíritu nos dirigimos al Padre. Es la oración dominical la que mejor nos enseña el recto espíritu y, por eso, garantiza los mejores frutos (Mat. 6, 9 ss.; Luc. 11, 2 ss.). VN

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