CARDENAL DE ARAÚJO SALES: TAMBIÉN EL DEPORTE LLEVA HACIA DIOS

Desde una perspectiva evangélica, también la práctica del deporte conduce a Dios: así lo recuerda el cardenal brasileño Eugênio de Araújo Sales con ocasión de la apertura, el viernes en Río de Janeiro, de los XV Juegos Panamericanos.

Ya el Apóstol Pablo, en su primera carta a los Corintios (9,24), exhorta a los cristianos en su vida con estas palabras: «¿No sabéis que en las carreras del estadio todos corren, mas uno sólo recibe el premio? ¡Corred de manera que lo consigáis!», propone el purpurado en una carta a los fieles.

El arzobispo emérito de Río de Janeiro recuerda que, en la celebración de la Misa en el Estadio Olímpico de Roma, con ocasión del Jubileo de los Deportistas en 1984, Año Santo de la Redención, Juan Pablo II afirmó que, a través de la metáfora de la sana competición deportiva, San Pablo evidencia el valor de la vida, comparándola a una carrera hacia una meta no sólo terrena y pasajera, sino eterna; una carrera en la que no sólo uno, sino todos pueden ser vencedores.

Éstas son indicaciones aún válidas «para los fieles católicos y los hombres de buena voluntad, y merecen ser recordadas de forma particular estos días», invita el purpurado brasileño.

En su opinión, el deporte debe corresponderse, «sin desnaturalizarse, con las exigencias de nuestro tiempo: un deporte que tutele a los más frágiles, que no excluya a nadie y libere a los jóvenes de la insidia de la apatía y la indiferencia, suscitando en ellos un sano espíritu de competición».

Asimismo debe ser «un deporte que sea factor de emancipación de los países más pobres y ayude a suprimir la intolerancia y a construir un mundo más fraterno y solidario -prosigue-; un deporte que contribuya a hacer amar la vida, eduque al sacrificio, al respeto y a la responsabilidad, llevando a la plena valoración de cada persona humana».

«Profesional o aficionado, el atleta tiene una influencia positiva o negativa en su comunidad local, o a nivel nacional e internacional. No se pertenece a sí mismo, convirtiéndose en un héroe; pero responde ante Dios de sus acciones. Es, por lo tanto, un estímulo positivo o negativo para el comportamiento del prójimo», observa.

Así que «con la formación física, se impone la educación social, moral, y la formación del carácter», recuerda el purpurado.

Y es que «el éxito no depende exclusivamente del vigor físico, de la perfección técnica, sino también del discernimiento que deriva de las virtudes cristianas -constata-. Situar adecuadamente al equipo por encima de la vanidad personal debe representar un factor fundamental para obtener la victoria».

Es lo que recordó una vez más el Apóstol Pablo -añade: «Los atletas se privan de todo; y eso ¡por una corona corruptible!; nosotros, en cambio, por una incorruptible» (1 Cor 9,25).

De aquí también la enseñanza para todo cristiano: «Está llamado a convertirse en un sabio atleta de Cristo, o sea, un fiel y valiente testigo de su Evangelio», pero «para conseguirlo es necesario que persevere en la oración, se ejercite en la virtud y siga al Divino Maestro en todo», concluye. VN