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VIVIENDO EL AÑO LITÚRGICO

Por Monseñor JOSÉ H. GOMEZ, Arzobispo de Los Ángeles

29 de mayo de 2015.-Esta semana nos unimos a la alegría de nuestros hermanos y hermanas salvadoreños por la beatificación del arzobispo Oscar Romero.

Su beatificación nos muestra, una vez más, que el continente americano es una tierra de santidad, una tierra de santos. Y su testimonio nos recuerda que todos estamos llamados a ser “santos del continente americano”.

Creo que sabemos que Dios nos llama a la santidad, a crecer en nuestro amor por Él y en nuestro amor por los demás. Pero el gran desafío es siempre el “cómo” hacerlo. ¿Cómo podemos crecer en santidad? ¿Qué pasos debemos dar para ello?

He estado pensando mucho sobre esto durante estas últimas siete semanas de Pascua, que terminaron el domingo pasado, con el “cumpleaños” de la Iglesia en la gran fiesta de Pentecostés.

La Iglesia nació para santificar a hombres y mujeres. A veces nos podemos olvidar de esto.

Sabemos que la Iglesia es misionera. Sabemos que la Iglesia existe para anunciar la buena nueva de Jesús hasta los confines de la tierra.

Pero la Iglesia es también la familia de Dios. De hecho, la misión de la Iglesia es hacer crecer esta familia de Dios, para que todos los pueblos sepan que son hijos de Dios y hermanos unos de otros.

Como en toda buena familia, la Iglesia nutre a sus hijos y se preocupa por ellos, formándolos, moldeándolos y dándoles lo que necesitan para crecer y prosperar.

Esta es una manera de entender los sacramentos, las oraciones, enseñanzas, devociones, y las obras de caridad y misericordia de la Iglesia. Estos son los medios ordinarios que la Iglesia utiliza para santificar a sus hijos, para ayudarnos a crecer en santidad y para ayudarnos a vivir la vida de amor que Dios quiere para nosotros.

Al empezar estos meses de verano, creo que sería bueno aprovechar esta columna para hablar sobre el plan de Dios para nuestras vidas y también sobre algunas de las maneras en las que la Iglesia nos ayuda a recorrer el camino de la santidad y a crecer en nuestra relación con Dios.

Un buen lugar para empezar es reflexionar sobre lo que hacemos todos los domingos. Hay una profunda lógica interna en el año litúrgico de la Iglesia, un gran poder espiritual.

Empieza con el Adviento. En Adviento esperamos. Así como el mundo esperó en un momento determinado, cada corazón todavía espera la venida de Dios.

La esperanza de Adviento llega a su cumplimiento en la Navidad, cuando celebramos el misterio de la Encarnación, en el que el Hijo de Dios viene a compartir nuestra humanidad para que nosotros podamos compartir su divinidad como hijos e hijas de Dios.

Con la “manifestación” de Cristo en la Epifanía y con la celebración de su Bautismo, entramos en un período llamado “Tiempo Ordinario”.

Su Bautismo da comienzo a su misión pública. Y el punto importante del Tiempo Ordinario es que nuestro Bautismo también debe marcar el inicio de nuestra misión como discípulos e hijos de Dios. Y llevamos a cabo esa misión siguiendo a Jesús en nuestra vida diaria normal.

Por lo tanto, en las celebraciones litúrgicas de este tiempo, vamos siguiendo a Jesús. Somos testigos del drama de su misión según ésta se va desarrollando, de todos sus milagros, enseñanzas, y encuentros con la gente.

Emprendemos el camino con Jesús durante varias semanas. Luego, la Iglesia nos invita a contemplar el misterio pascual de Cristo, es decir, cómo y por qué sufrió, murió y resucitó de entre los muertos para nuestra redención. Esto es la Cuaresma, un tiempo de penitencia, en el que nos preparamos para una nueva conversión y para renovar nuestras promesas bautismales en la Pascua.

La Pascua es una fiesta de 50 días de alegría por la Resurrección. En la liturgia, compartimos la experiencia de los primeros apóstoles, pasando estos días en compañía del Señor resucitado. En el cuadragésimo día somos testigos de su ascensión al cielo. Y diez días más tarde, recibimos el don de su Espíritu Santo en Pentecostés.

Con el don del Espíritu, volvemos una vez más al “Tiempo Ordinario”.

En la liturgia de la Iglesia de estos meses que vienen, continuaremos siguiendo a Jesús en su ministerio público hasta llegar a los últimos días de sus enseñanzas acerca del Reino por venir. Terminamos el año con la celebración de la verdad que nos ha revelado: que Él es el Cristo, el Rey del Universo.

Luego, el domingo que sigue inmediatamente a esta festividad, empieza otro Adviento y el ciclo continúa.

Y mientras seguimos a Jesús en la liturgia de la Iglesia, semana a semana, vamos siendo “transformados” por nuestro encuentro con Cristo. Conforme reflexionamos sobre los misterios de Jesús, llegamos a ver nuestra vida a la luz de la Suya. Vemos el mundo con su corazón y su mente, sentimos su presencia caminando con nosotros en nuestra vida diaria.

Oremos entonces unos por otros esta semana.

Y pidámosle a nuestra Madre María que nos ayude a realmente vivir el año litúrgico, para que podamos crecer en santidad y en la imagen y semejanza de Jesús. VN

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El nuevo libro del Arzobispo José H. Gomez, “Inmigración y el futuro de Estados Unidos de América”, está disponible en la tienda de la Catedral de Nuestra Señora de los Ángeles. (www.olacathedralgifts.com).

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