POR SUS SANTAS LLAGAS   Por Monseñor JOSÉ H. GOMEZ

POR SUS SANTAS LLAGAS   Por Monseñor JOSÉ H. GOMEZ

Arzobispo de Los Ángeles 

El día 23 de abril, Vigilia del Domingo de la Divina Misericordia, el Arzobispo Gómez celebró una ceremonia de oración para jóvenes adultos en la Catedral de Nuestra Señora de los Ángeles.

El evento formó parte de las celebraciones en curso, con motivo del año jubilar que conmemora el 250 aniversario de la fundación de la Misión San Gabriel Arcángel por San Junípero Serra.

Lo que viene a continuación es una adaptación de la reflexión del Arzobispo sobre las llagas de Cristo durante la Adoración del Santísimo Sacramento.

Estamos todos reunidos en la quietud de esta tarde y al interior de las puertas de esta catedral, del mismo modo que los discípulos estuvieron reunidos en aquel aposento alto, durante aquellas primeras tardes después de la Pascua.

Como nos dice el Evangelio: “Donde se hallaban los discípulos… se presentó Jesús en medio de ellos”.

Esta es la hermosa realidad de nuestras vidas. Ahora nosotros somos sus discípulos, nacidos posteriormente, en el transcurso del tiempo, como solía decir San Pablo. Y esta noche, Jesús se presenta en el lugar en el que están sus discípulos.

Él se presenta ante nosotros y nuestro Señor nos desea la paz. “La paz sea con ustedes”, dice Él.

La paz… La desea para nosotros en este tiempo de guerra en Ucrania y en un tiempo en el que hay violencia e injusticia en tantas partes del mundo.

La paz… La desea para nosotros en este tiempo de amargura e inseguridad, en el que hay tantas divisiones en nuestra sociedad.

La paz… La desea para nosotros ahora que tantos de los corazones de nuestro prójimo están atribulados y llenos de temor.

Jesús viene a nosotros en este tiempo y en este lugar, pasando a través de toda puerta cerrada. Nada puede obstaculizar su deseo de estar donde están sus discípulos. “Donde dos o tres están reunidos en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos”.

Jesús está con nosotros esta noche y nos muestra sus manos y su costado.

Podemos mirar a aquél a quien traspasaron y nos damos cuenta de cuánto nos ama, de que este es el precio que Él estuvo dispuesto a pagar por nosotros.

Por medio de sus santas llagas quedó escrita la maravillosa historia de la Misericordia de Dios.

Ahora que estamos en presencia de sus santas llagas, Él nos llama, como llamó a Santo Tomás, diciéndonos: “¡No sean incrédulos, sino creyentes!”.

Queridos hermanos y hermanas, en aquella noche de Pascua de hace tantos siglos, los discípulos se alegraron al ver al Señor. Y nosotros también deberíamos alegrarnos, en esta noche.

Así que esta noche, digamos junto con Santo Tomás: “Señor mío y Dios mío”.

El decir “Señor mío y Dios mío” significa esto: te seguiré, te serviré; con tu ayuda, amaré como Tú me enseñaste a amar; viviré para los demás, como Tú lo hiciste.

“La paz esté con ustedes”, nos dice Jesús esta noche. “Como el Padre me ha enviado, así también los envío yo”.

Hermanos y hermanas, nuestra fe en Jesucristo nos confiere una misión para nuestra vida.

Es la misma misión que el Padre le dio a Jesús y que Jesús les dio a sus apóstoles. Es la misma misión que hizo que, hace 250 años, San Junípero Serra y sus hermanos dejaran sus hogares y sus familias para traer la fe cristiana a Los Ángeles y a California.

Ahora, durante este año jubilar, Jesucristo nos envía una vez más, a ustedes y a mí, para continuar su misión en nuestros tiempos. Él nos está enviando a llevar su paz, su buena nueva y su vida a nuestro mundo.

Él nos está enviando, de modo especial, a ser portadores de paz. Esta es la verdadera vocación de los hijos de Dios y, por supuesto, la de cada uno de nosotros, pues somos hijos de Dios por nuestro bautismo. VN

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