
POR QUÉ SERVIMOS
Por Monseñor José H. Gomez
Arzobispo de Los Ángeles
29 de marzo, 2019
Conforme vamos avanzando en nuestro viaje de Cuaresma, tratando de adoptar cada vez más “la manera de pensar de Cristo”, quiero reflexionar esta semana acerca de otra característica básica de la personalidad de Jesucristo: su actitud de servicio.
En mis columnas de Cuaresma he examinado hasta el momento la humildad de Nuestro Señor, su extraordinaria misericordia y su celo por las almas.
Pero al observar su actitud de servicio, nos vamos adentrando más profundamente en su carácter. De hecho, Él resumió toda su misión de esta manera: “El Hijo del Hombre no vino a ser servido, sino a servir y a dar su vida en rescate por muchos”.
Uno de los primeros himnos cristianos que se encuentra en la carta de San Pablo a los filipenses, describe el misterio de la Encarnación en función del servicio: Jesús, siendo Dios, se anonadó a sí mismo para hacerse hombre “tomando la forma de esclavo… y haciéndose obediente hasta la muerte y una muerte de cruz”.
Cuando Jesús habla acerca del servicio, está hablando acerca de algo que va mucho más allá de tener el deseo de ayudar a los demás. La cruz nos muestra lo que Jesús quiere decir cuando habla de servir. El servicio significa obediencia total a la voluntad de Dios. Servir es entregar la propia vida como un don, como un “rescate” por los demás.
Jesús vino a servir y entregó su vida al servicio de los demás.
Él le enseñó a sus seguidores más cercanos a ser líderes servidores. Cuando los apóstoles Santiago y Juan le pidieron a Jesús que les otorgara un privilegio especial, el de sentarse a su derecha y a su izquierda en el cielo, Él les contestó con suavidad que no sabían lo que estaban pidiendo.
Él les dice a sus apóstoles y a cualquiera que busque ser líder en la Iglesia: “El que quiera ser grande entre ustedes, que sea su servidor y el que quiera ser el primero que sea el último y el esclavo de todos”.
Si queremos ser líderes en la Iglesia, a cualquier nivel y en cualquier ministerio, tenemos que comprender lo que son el poder, la autoridad y la “grandeza”, los cuales son algo muy diferente de lo que encontramos en el mundo de la política y de los negocios.
Nosotros guiamos a los demás poniéndonos a su servicio.
Jesús denostó esto de una manera sorprendente durante la última noche que pasó con sus apóstoles: Él se inclinó para lavarles los pies. El último acto que realizó ante ellos fue el acto de un siervo. “Les he dado un ejemplo a seguir, para que así como yo he actuado hacia ustedes, así actúen también ustedes unos con otros”, les dijo.
Seguir a Jesucristo significa imitarlo; tenemos que “transformarnos” en Cristo, necesitamos transformar nuestro corazón, nuestra actitud hacia la vida, nuestra manera de pensar.
Y tenemos hermosos ejemplos de lo que es el servicio cristiano en la vida de santos como Damián de Molokai y la Madre Teresa de Calcuta, que dedicaron su vida al servicio de los más pobres de los pobres.
Llegar a tener un corazón como el de Jesús —un corazón servicial— implica superar nuestra tendencia natural a ser egoístas y a buscar nuestros propios intereses. Adquirir este corazón servicial lleva mucho tiempo; lleva, realmente, toda una vida.
Tenemos que pedir la gracia de Dios todos los días y hemos de crecer en la humildad y en el desarrollo de hábitos de abnegación. Necesitamos “practicar” esto cada día; tenemos que aprender a ver que los demás son más importante que nosotros, necesitamos aprender a pensar en sus necesidades antes que en las nuestras.
Dios quiere que sirvamos a los demás, especialmente a los pobres y vulnerables. Pero al servir a nuestros hermanos y hermanas de la tierra, estamos también sirviendo al Dios vivo y verdadero, que es nuestro Padre del cielo. Cuando servimos en el nombre de Jesús, hacemos que Dios esté presente, al hacer que nuestros hermanos y hermanas conozcan a Jesucristo y la hermosa promesa que Él les ofrece para sus vidas.
La razón por la que servimos es la misma razón por la que Jesús sirve: por amor a Dios y por el deseo de hacer su voluntad para nuestra vida. El servicio es amor en acción. Y la medida de nuestro amor, la medida de nuestro servicio, es siempre la cruz.
Jesús nos llama a hacer de nuestra vida un don que ofrecerle a Dios. Él nos enseñó a considerar nuestra vida como Él consideró la suya: como una semilla que cae en tierra, que muere y es sepultada, sólo para volver a brotar y producir hermosos frutos.
“Quien ame su vida, la perderá”, dijo Él. “El que quiera servirme deberá seguirme y donde yo esté, allí estará también mi servidor”.
En nuestro servicio de amor, nos vamos acercando más y más a Jesucristo, hasta el día en que podamos decir, como lo hizo San Pablo, que ya no somos nosotros los que servimos, sino Jesús quien presta su servicio a través de nosotros.
Oren por mí esta semana y yo oraré por ustedes.
Pidámosle a nuestra Santísima Madre María que nos ayude a comprender el gozo de Jesús, el gozo de entregar nuestra vida al servicio de Dios y de los demás. VN
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