POBRES DE ESPÍRITU Y RICOS EN LAS COSAS DE DIOS

Por Monseñor JOSÉ H. GOMEZ, Arzobispo de Los Ángeles

7 de marzo de 2014

La semana pasada estuve en Roma para una reunión de la Pontificia Comisión para América Latina. Mientras estuve allí, tuve la gracia de hablar brevemente con nuestro Santo Padre el Papa Francisco.

Le dije al Santo Padre que lo amamos y que rezamos por él. El Papa se mostró muy agradecido y envió su bendición apostólica a todos ustedes y sus familias. Me pidió que les dijera que sigan orando por él.

También le dije al Santo Padre que está invitado a venir a Los Ángeles. Él sólo me miró y sonrió. ¡Así que, oremos por esto esta semana!

Como mencionaba en mi columna de la semana pasada, he hecho una invitación a todos para que tomemos las Bienaventuranzas como punto de partida para nuestra reflexión durante este tiempo santo de Cuaresma.

En las Bienaventuranzas, Jesús nos llama a vivir como Él vivió en esta tierra. Y la primera de sus Bienaventuranzas puede ser la más desafiante:

Bienaventurados los pobres de espíritu, porque de ellos es el Reino de los Cielos.

La pobreza no nos suena mucho como camino a la felicidad, especialmente en una sociedad consumista como la nuestra, que está tan centrada en las riquezas y cosas materiales.

Pero Jesús no está hablando de la condición social de la pobreza.

La Biblia y nuestra tradición católica nos hablan claramente al respecto. La pobreza material no es una “bendición” o algo que Dios “quiere” para sus hijos.

Dios tiene un amor especial por los pobres. Él llama a los creyentes a servir a los pobres y a construir una sociedad en la que todo el mundo tenga lo que necesita para llevar una vida digna.

Jesús hizo de nuestro amor a los pobres una de las condiciones para alcanzar la salvación. Lo que hacemos a los pobres, lo hacemos a Él. Y lo que no hacemos a los pobres —nuestra indiferencia— refleja nuestra falta de amor a Dios.

En las Bienaventuranzas, Jesús no está hablando de la clase de pobreza que no se elige, es decir, la pobreza que es impuesta por la injusticia social o por alguna desgracia.

En lugar de ello, nos está llamando a un tipo de pobreza que todos nosotros somos libres de elegir: la pobreza que Él mismo eligió al asumir nuestra humanidad.

San Pablo nos dice que aunque Jesús era rico, se hizo pobre por nosotros, para que a través de su pobreza, nosotros pudiéramos hacernos ricos.

Jesús vino a este mundo como hijo de una pobre mujer y de su esposo. En su ministerio, Él no tuvo posesiones ni hogar. Las aves del cielo tienen nidos, pero el Hijo del hombre no tiene donde reclinar la cabeza, dijo.

Jesús pasó su tiempo en la tierra dándose a sí mismo a los demás, y al final renunció a su última posesión, su propio cuerpo, su propia vida. En todo esto, nos estaba dando un ejemplo, nos estaba mostrando el camino para ser “pobres de espíritu”.

La pobreza de espíritu no se refiere a las cosas que tenemos o a qué tanto tenemos. Los ricos pueden ser pobres de espíritu, así como también los pobres pueden ser egoístas y codiciosos.

Donde está tu tesoro, allí está tu corazón, dijo Jesús. Jesús quiere que vivamos con un espíritu de desprendimiento, sin dejarnos “poseer” por nuestras posesiones, siendo conscientes de que los tesoros de este mundo nunca pueden satisfacer nuestros corazones.

Ser pobres de espíritu significa saber que dependemos de Dios para todo. Significa saber que todo lo que tenemos —incluso lo que nos hemos ganado a través de nuestra propia creatividad y empeño— es un don de Dios para nosotros. Ser pobre de espíritu es vivir como niños, confiando en que nuestro Padre siempre nos proporcionará todo bien.

Los que son pobres de espíritu saben que el amor y el Reino de Dios son las únicas cosas en la vida que realmente vale la pena tener. Y son las únicas cosas en la vida que nunca podremos obtener a través de nuestros propios esfuerzos.

Jesús les dijo a sus primeros discípulos que no llevaran nada para el camino. Y a todos nosotros, sus seguidores, nos invita a tener un estilo de vida sencillo para disfrutar de lo que tenemos en un espíritu de gratitud y generosidad, con nuestro corazón y nuestras manos siempre abiertas a las necesidades de los demás.

Al llamarnos a ser pobres de espíritu, Jesús nos está llamando a ser ricos en generosidad hacia los que son pobres y necesitan nuestra ayuda.

Entonces, esta semana, oremos por la gracia de llegar a ser pobres de espíritu y de encontrar nuevas maneras para que nuestra carga sea cada vez más ligera en nuestro peregrinar de fe.

Y pidámosle a nuestra Santísima Madre María que ruegue por nosotros, para que alcancemos la gracia de vivir con menos, y así tengamos más para entregar a nuestros hermanos y hermanas necesitados. VN

El nuevo libro del Arzobispo José H. Gomez, “La inmigración y la América por venir”, está disponible en la tienda de la Catedral de Nuestra Señora de los Ángeles. (www.olacathedralgifts.com).

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