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PENSANDO SOBRE EL GOBIERNO Y LA ECONOMÍA

Por Monseñor JOSÉ H. GOMEZ, Arzobispo de Los Ángeles

Estos son los últimos días de una temporada de elecciones que ha sido dura e intensa, en todos los niveles de gobierno. Y como dije en mi columna de la semana pasada, es siempre un reto para nosotros mantener firme nuestra lealtad.

Porque, ante todo, nosotros somos católicos.

No hay área de nuestra vida que podamos imaginar separada de Dios. Nosotros estamos siempre en la presencia de Dios. Y nosotros somos siempre responsables a Él por nuestras palabras, nuestras acciones y nuestras intenciones.

Dios no nos mira como miembros de un partido político, o como conservadores o liberales. Lo que Dios nos pide es que seamos fieles a Jesucristo y su Evangelio de amor.

Todos somos conscientes de esto. Pero en la práctica es fácil de olvidar.

Yo pienso que muchos de los problemas que hoy vemos en nuestra vida política están enraizados en nuestra sociedad como “olvido” de Dios.

Como sociedad, nos estamos volviendo cada vez más secularizados. Eso significa que estamos tratando de gobernarnos a nosotros mismos llevando nuestra economía como si Dios no marca ninguna diferencia o como si no existiera.

Pero lo que estamos viendo es lo siguiente: Sin Dios, nosotros perdemos nuestro sentido de propósito común. Nuestros líderes no pueden llegar a un consenso sobre problemas importantes, porque nuestra sociedad ya no está de acuerdo en compartir valores morales.

Eso está en la raíz de los debates actuales sobre el gobierno y la economía. No parece que estemos más de acuerdo sobre lo que es el gobierno o cual debería ser el propósito de nuestra economía.

Estas son algunas de las grandes preguntas que nos enfrentamos en esta elección. Nuestro deber como católicos y como ciudadanos es trabajar con las personas de buena voluntad para encontrar soluciones a los desafíos que enfrentamos.

Como católicos se nos han confiado con la buena noticia: la persona humana es sagrada y creada a imagen de Dios.

No es fácil traducir esta hermosa realidad en soluciones políticas o propósitos de presupuesto. Pero nuestra enseñanza católica nos llama a trabajar por un gobierno y una economía que promueva la dignidad y los derechos de la persona humana. Esto nos llama a trabajar por una sociedad en la cual las cosas buenas de este mundo – sus recursos y oportunidades- sean consideradas como dones de Dios para ser compartidas por todos.

La enseñanza católica ve un papel positivo tanto para la economía de mercado como para el gobierno.

La Iglesia ve la economía de mercado como un potente motor de generación de riqueza, liberando a la gente de la pobreza y solucionando las necesidades sociales. Pero también reconocemos que sin la orientación ética de las autoridades políticas, el mercado puede ser explotado por motivos egoístas, dando lugar a desequilibrios e injusticias.

De modo que estamos de acuerdo en que el gobierno tiene deberes específicos – para proteger los derechos de los trabajadores, para proporcionar una red de seguridad social y para dirigir la actividad económica y la política pública hacia el bien común.

En cuestiones de la función del gobierno en cuanto a la prestación de asistencia social, los católicos sinceros pueden tener legítimas diferencias de opinión sobre la mejor manera de aplicar los principios de la Iglesia.

No hay respuestas fáciles. Pero no hay duda de que el gobierno tiene un papel importante que jugar – y lo mismo ocurre con la Iglesia a través de sus obras de caridad y otros ministerios.

Por eso, la Iglesia se ha comprometido a ser siempre un socio con nuestros vecinos y nuestro gobierno para construir una sociedad que valore más la dignidad de la persona humana.

A medida que continuamos la búsqueda de soluciones a los desafíos comunes, tenemos que permanecer arraigados en las enseñanzas de nuestra fe. Nuestra visión católica de la sociedad nos desafía a todos a ir más allá de nuestros prejuicios políticos y afiliaciones partidarias.

Necesitamos ser guiados especialmente por los principios de subsidiariedad y solidaridad.

La solidaridad nos recuerda que todos estamos juntos en esto. La solidaridad nos recuerda que tenemos el deber de construir una sociedad en la cual cuidamos unos de otros como hermanos y hermanas hechos por el mismo Creador.

Nuestra fe nos enseña que tenemos un deber de amor para cuidar de los necesitados. El principio de “subsidiariedad” nos anima a buscar soluciones a nivel local e incluso a nivel personal. La subsidiariedad nos recuerda que no somos islas “aisladas”, sino que dependemos unos de otros – y que todos nosotros dependemos de Dios.

Así que mientras nos preparamos para estas elecciones, oremos unos por otros y por nuestro país.

Y pidamos a nuestra Santísima Madre María que nos ayude a superar nuestras tendencias al egoísmo – para que podamos amar más con el corazón de Jesús y trabajar por una sociedad que refleje mejor sus enseñanzas.

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