MISERICORDIA PARA EL CAMINO   Por Monseñor JOSÉ H. GOMEZ

MISERICORDIA PARA EL CAMINO   Por Monseñor JOSÉ H. GOMEZ

Arzobispo de Los Ángeles

(Imagen referencial: El sacramento de la reconciliación está representado en una vidriera de la iglesia St. Aloysius en Great Neck, Nueva York. |  Gregory A. Shemitz / CNS).

La Cuaresma es la temporada esencial para volver.

Éste es el tema que escuchamos en la liturgia de los días de entre semana durante la Cuaresma, especialmente en las lecturas del Antiguo Testamento.

Día con día, vamos escuchando relatos de personas que vuelven al Señor, que abren sus corazones para confesar sus pecados y sus fallas y que le piden su perdón.

La honestidad que ahí muestra la gente acerca de sí misma y de sus debilidades es notable. También lo es su confianza en que Dios los tratará con misericordia y los acogerá nuevamente.

Ahora que les escribo, estamos empezando la segunda semana de Cuaresma. El lunes escuchamos la confesión del profeta Daniel: “Nosotros hemos pecado, hemos cometido iniquidades, hemos sido malos, nos hemos rebelado y nos hemos apartado de tus mandamientos y de tus normas”.Y el martes, el profeta Isaías nos presenta esta hermosa promesa de Dios: “Vengan, pues, y discutamos, dice el Señor. Aunque sus pecados sean rojos como la sangre, quedarán blancos como la nieve”.

Ésta es la promesa que se nos ofrece a cada uno de nosotros en el sacramento de la penitencia y la reconciliación.

Este sacramento fue el primer don que Jesús le hizo al mundo después de haber resucitado de entre los muertos. En aquella primera noche de Pascua, él sopló su Espíritu Santo sobre los apóstoles, sus primeros sacerdotes, y les concedió el asombroso poder de perdonar los pecados en su nombre.

“A los que les perdonen los pecados, les quedarán perdonados”, les dijo a sus sacerdotes.

Nuestro Señor sabía que, para seguirlo, necesitaríamos de esta “misericordia para el camino”, de toda la maravillosa misericordia y gracia que fluyen a nosotros de este sacramento y que nos permiten continuar nuestro camino con Él.

Inclusive los santos son pecadores. Las Escrituras nos dicen que el justo cae siete veces al día. Por eso necesitamos de la confesión. Necesitamos tener alguna manera de decirle a Dios que estamos arrepentidos, tenemos necesidad de escuchar sus palabras de perdón, para luego levantarnos.

Las escenas más bellas del Evangelio son las de confesión y de perdón, en las que Jesús les muestra el rostro misericordioso de Dios a quienes vienen en busca de sanación y liberación.

Todos recordamos la historia del hijo pródigo, que confiesa sus pecados y es recibido entre los brazos amorosos de su padre.

La misericordia de Dios es básica; todos la necesitamos Por eso él siempre tiene abierta su puerta para nosotros, siempre está esperando nuestro regreso, tal como sucedió en la historia del hijo pródigo.

Dios perdona a los de corazón contrito, aunque sigamos pecando o cometamos los mismos errores. Lo importante es nuestra determinación, nuestro deseo de fortalecernos, de crecer en santidad.

En mi última columna los animaba a adquirir el hábito de hacer un examen diario de conciencia. Aquí quiero hacerles un llamado a que se acostumbren a la confesión frecuente, una vez al mes o incluso cada dos semanas.

No hagan una confesión complicada ni se preocupen por el “formato”. El sacerdote estará allí para ayudarlos.

Díganle al sacerdote, “Señor, tú lo sabes todo, tú sabes que te amo”. Y luego, confiesen sus pecados. Los santos hablan de las “cuatro C”, que su confesión sea clara, concisa, contrita y completa.

Hablen con honestidad, digan todos sus pecados; no es necesario entrar en detalles ni dar explicaciones. Y, lo más importante, tengan verdadero dolor en su corazón y la intención de no volver a cometer estos pecados de nuevo.

Recuerden que no están hablando con un hombre; están confesando sus pecados a Dios. El sacerdote ha sido ordenado para ocupar el lugar mismo de Jesús. Escuchen atentamente lo que él les dice después de que le confiesen sus pecados; él les dirá palabras de consejo, de aliento y les asignará una penitencia sencilla.

Luego, hagan un buen acto de contrición. Digan de manera personal y desde su corazón: “Señor Jesús, Hijo de Dios, ten piedad de mí, que soy pecador”.

Después de eso, escuchen mientras el sacerdote ora, con el poder y la autoridad que Jesús les dio a los apóstoles: “Yo te absuelvo de tus pecados en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo”.

Estas son unas de las más hermosas palabras que podemos llegar a escuchar.

En nuestro sitio web, LACatholics.org hemos reunido algunos recursos excelentes, para ayudarlos a examinar su conciencia y a hacer una buena confesión.

Tengan en cuenta que cuanto más frecuentemente vayan a confesarse, más fácil será. Cuanto mejor puedan examinar su conciencia y hacer una confesión completa, más satisfactoria será su experiencia.

Oren por mí y yo oraré por ustedes. Y pidámosle a María Santísima, Madre de la Misericordia, que ella nos ayude a ir siempre con confianza a buscar “la tierna misericordia de nuestro Dios”, que su Hijo vino a mostrarnos. VN

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