MAYO ES EL MES DE MARÍA

Por Monseñor JOSÉ H. GOMEZ, Arzobispo de Los Ángeles

Mayo es el mes de María.

Por muchos siglos, esta ha sido una tradición en la Iglesia. Y es hermoso asociar a María con el comienzo de la primavera y el brotar de nuevas flores, plantas y cultivos en el campo.

En este mes especial, durante el cual vamos a celebrar la Ascensión de Cristo al Cielo y la venida del Espíritu Santo en Pentecostés, les animo a profundizar su devoción a María.

En los Hechos de los Apóstoles vemos la bella imagen de la Iglesia primitiva, reunida en oración alrededor de “María, la madre de Jesús”.

Esto es lo que Jesús quería. Su último deseo – algunos lo llaman su testamento – era que su madre fuera nuestra madre. Él dijo al apóstol San Juan y a cada uno de nosotros: “¡He aquí a tu madre!”

Por lo tanto, debemos asegurarnos de que María siempre tenga un lugar importante en nuestras vidas. Dice el Evangelio que San Juan recibió a María en su “propia casa”. Nosotros también tenemos que hacer eso; tenemos que desarrollar una profunda relación personal con María, una relación de amor, afecto, devoción y confianza.

El Evangelio nos dice que Jesús crecía en sabiduría en el hogar de Nazaret, con María y San José. Y nosotros crecemos en fe y santidad si permanecemos cerca a María, si escuchamos sus palabras y aprendemos de su ejemplo.

En la Anunciación, María dijo al ángel: “Hágase en mí según su palabra”.

Ella se entregó confiadamente a la voluntad de Dios para su vida. Ella se comprometió a cooperar con Su voluntad, para ser una “sierva” de Su plan de salvación.

Supongo que Jesús haya aprendido de María algo de su propia actitud de confianza en la voluntad de Dios.

Podemos ver el reflejo de su fe en las palabras que Jesús enseñó a sus discípulos: “Hágase tu voluntad”. Y también podemos notar que tan profundamente Jesús vivía esta actitud de abandono a la voluntad de Dios, cuando le fue pedido entregar su vida por nosotros: “No se haga mi voluntad, sino la tuya”.

Esa es la actitud que necesitamos tener para vivir como hijos de Dios y de María. Como Jesús y María, tenemos que confiar que nuestro Padre celestial sabe qué es lo mejor para nosotros, que Él tiene un plan y una razón de ser para nuestras vidas.

Tenemos que decirle a Dios en todas las circunstancias: “No se haga mi voluntad, sino la tuya”.

También podemos aprender mucho del hábito que María tenía de reflexionar sobre la vida de su Hijo. El Evangelio nos dice que ella atesoraba sus palabras y se preguntaba sobre el significado de sus acciones: “Ella guardaba todas esas cosas, meditándolas en su corazón”.

Esto también puede ser un ejemplo para nosotros. Todos los días deberíamos pasar algún tiempo contemplando las palabras y hechos de Jesús, a través de la lectura orante de los Evangelios. Como María, deberíamos guardar sus palabras y su ejemplo en nuestro corazón. Todos los días deberíamos pedir en oración la gracia que necesitamos para amarla más y para ser más como Jesús.

Nos dirigimos a María porque en sus brazos siempre encontramos a Jesucristo. Y en Él está nuestra paz y seguridad.

María nos enseña a mirar siempre a Jesús. Sus últimas palabras en los Evangelios, en las Bodas de Caná, deberían ser las primeras palabras que definen nuestra forma de vivir: “Haced lo que Él os diga”.

María nos enseña a estar abiertos a lo que Jesús quiere hacer en nuestras vidas. Ella acogió a Jesús en su vida y lo entregó al mundo. Eso también debería ser un ejemplo para nosotros. Deberíamos estar siempre listos para llevar el don de Jesús a los demás.

En este mes de María, al orar los unos por los otros, tratemos de hacer algunas cosas prácticas para profundizar nuestra devoción a María. Quizá sea rezar el Rosario con más devoción y afecto. Tal vez sea rezar una oración mariana especial, como el Memorare.

La Santísima Virgen María es la Reina de la Paz. A lo largo de este mes de mayo, ofrezcamos nuestras oraciones por la paz en nuestra ciudad y en el mundo.

Pidamos la intercesión de María para que nos ayude a amarla como Jesús la amaba. Compartamos nuestras vidas generosamente con los demás – como nuestra Santísima Madre lo hizo. Y pidámosle a la Virgen María que sea cada vez más una madre para nosotros.

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