
LOS JÓVENES MERECEN TENER A JESÚS
Por Monseñor José H. Gomez
Arzobispo de Los Ángeles
19 de octubre, 2018
Les escribo nuevamente desde el Sínodo de los Obispos, donde estamos examinando las realidades de los jóvenes en el mundo de hoy y la mejor manera en que la Iglesia puede ayudarlos a seguir el camino que Dios quiere para sus vidas.
Este pasado fin de semana tuve la alegría de participar en la Misa del Santo Padre en la que canonizó al Santo Papa Pablo VI, a San Óscar Romero y a otros cinco santos hombres y mujeres. Hubo más de 70,000 personas en la Plaza de San Pedro, que incluyeron a más de 100 peregrinos, provenientes de la Arquidiócesis de Los Ángeles.
Fue un hermoso día de otoño en Roma, en el que hubo un sol radiante, y el Papa Francisco pronunció una desafiante homilía, en la cual nos llamó a todos a recorrer el camino por el que transitaron los santos.
Él nos dijo: “Jesús es radical. Él lo da todo y lo pide todo: Él nos ama con un amor total y pide un corazón indiviso. … No podemos responderle a Él, que se hizo nuestro servidor yendo incluso hasta la cruz por nosotros, con sólo guardar algunos de los mandamientos. … Jesús no se queda satisfecho con un ‘porcentaje de amor’: no podemos amarlo sólo en un 20, 50 o 60 por ciento. Con Él es todo o nada”.
Este es el llamado que hemos de hacerles a los jóvenes. No ofrecerles un cristianismo diluido o “a medias”. Eso no es lo que quiere Jesús. Y tampoco es lo que quieren los jóvenes.
Los jóvenes de hoy exigen y merecen lo que todo corazón humano anhela: el encuentro con Jesucristo.
Para proclamar a Jesucristo, el Hijo del Dios vivo encarnado por nosotros, crucificado y resucitado para liberarnos de la esclavitud del pecado y de la muerte, y para llamar a los jóvenes a la conversión y a una vida nueva en Cristo, ésta debe ser nuestra prioridad más urgente en la Iglesia.
Lamentablemente, los jóvenes de hoy no saben cómo vivir vidas humanas auténticas porque los adultos de nuestra sociedad secular no les han enseñado la manera de hacerlo.
El proyecto de vida ofrecido a los jóvenes en las sociedades occidentales no los llama a la bondad, a la belleza o a la verdad. Más bien, lo que se les ofrece son varios “estilos” de vida y alternativas para una auto-creación cimentada en un incansable consumo de comodidades materiales, entretenimientos virtuales y placeres pasajeros.
En mis conversaciones y ministerio con los jóvenes de Los Ángeles, he llegado a ver que la Iglesia tiene la respuesta que los jóvenes están buscando.
Hemos de salir en busca de ellos, hemos de proclamarles el evangelio como el hermoso plan de amor que Dios tiene para nuestras vidas y para nuestro mundo y como “las cosas más grandes” para las que fuimos hechos.
En la encarnación del Hijo de Dios y en su pasión y resurrección, vemos revelada la dignidad y el destino de la persona humana, creada a imagen de Dios y llamada a vivir por su Espíritu como hijo de Dios; escuchamos el llamado a santificarnos y a ser santos, así como nuestro Padre celestial es santo.
Creo que deberíamos fijarnos en los santos de nuestro tiempo cuando buscamos nuevos modelos para llamar la atención de los jóvenes y para alentarlos a vivir su vocación de ser “santos todos los días”, cada quien a su manera. En cada continente, contamos con figuras apasionantes, de diferentes edades y estilos de vida.
Todos estamos llamados a ser santos, sin importar cuál sea nuestro estado de vida. Dios está llamando a los jóvenes a vivir sus vidas como una misión, siguiendo los pasos de Jesucristo y caminando en compañía de otros que lo han conocido y lo han tomado como el “camino” de sus vidas.
Y la Iglesia— todos nosotros, obispos y sacerdotes, padres, escuelas y ministerios– estamos llamados a servir y a acompañar a los jóvenes en ese recorrido.
Necesitamos proclamar con audacia y vivir con confianza las enseñanzas de Jesucristo y de su Iglesia como el único camino verdadero que nos llevará a la virtud, a la santidad y a la felicidad para la que Dios nos creó.
Todos tenemos que ser modelos para que los jóvenes aprendan a orar como en una conversación con Dios y a contemplar el rostro de Cristo en las páginas de los Evangelios y en los misterios del rosario.
Tenemos que ayudar a los jóvenes a encontrar y a servir a Jesucristo por medio de la realización de obras de misericordia hacia los pobres. Necesitamos ayudarlos a encontrarse con el Señor resucitado en la Eucaristía y en la confesión.
Debemos cultivar en ellos una vida sacramental y litúrgica y una amorosa devoción a la Santísima Virgen María, como su madre y la madre de la Iglesia.
Necesitamos mostrarles a los jóvenes cómo es la santidad, poniendo en práctica el evangelio que predicamos, proclamando a Jesucristo con la forma en que vivimos. Tenemos que llamar a los jóvenes a ser santos, y nosotros también debemos ser santos.
Oren por mí esta semana y yo estaré orando por ustedes.
Y oren también por estos últimos días del sínodo. Que nuestra Santísima Madre María y nuestros nuevos santos nos den el valor y la sabiduría necesarios para conducir a nuestros jóvenes al verdadero encuentro con Jesucristo.VN
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