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LAS BENDICIONES QUE TRAE EL TRABAJAR POR LA PAZ

Por Monseñor JOSÉ H. GOMEZ, Arzobispo de Los Ángeles

4 de abril de 2014.- Jesús nos advirtió que un día el mundo llegaría a ser como éste en que nos ha tocado vivir: “Ustedes oirán de guerras y rumores de guerra”.

Las noticias que escuchamos son con mucha frecuencia trágicas, de violencia y conflicto, tanto en nuestros hogares, como en las calles de nuestro vecindario, y en otras naciones.

El mundo de la naturaleza humana caída es un mundo en el que los corazones y los pueblos están divididos por el pecado. Es un mundo en el que, como dijo el profeta, la gente clama por la paz y no hay paz. Y este es el mundo que Jesús vino a redimir.

Los profetas anunciaron a Jesús como el Príncipe de la Paz. Cuando Él nació, los ángeles cantaron en el cielo nocturno, proclamando paz en la tierra. San Pablo dijo que en Cristo Dios reconcilió consigo todas las cosas del cielo y de la tierra estableciendo la paz por medio del derramamiento de su sangre en la Cruz.

En su Bienaventuranza: “Bienaventurados los que trabajan por la paz”, Jesús invita a cada uno de sus seguidores a imitarlo y a participar en su misión de trabajar por lograr la paz en la tierra.

Dios quiere la felicidad y la paz para sus hijos. La paz con Él como nuestro Padre. La paz con nuestros hermanos y hermanas. Y la paz con toda la creación.

La paz en la tierra empieza en el corazón humano. Necesitamos experimentar la paz de Cristo en nuestro propio corazón antes de poder compartirla con los demás.

Antes que nada, tenemos que conocer a Jesús. Sólo Jesús nos puede reconciliar y restaurar nuestra amistad con el Padre. En el Evangelio, cuando Jesús sanaba a la gente, les decía: “Vayan en paz”.

La paz es fruto de la conversión. Es fruto de cambiar nuestras vidas para vivir el mandamiento del amor de Cristo. Paz significa confiar en el cuidado de Dios, en su providencia, en su plan para nuestras vidas.

Cuando Jesús envió a sus primeros discípulos, les dijo que proclamaran a todos los que encontraran: ¡“La paz esté en esta casa!”. Y actualmente, Jesús nos está enviando a cada uno de nosotros a difundir este mensaje de paz, de corazón a corazón.

Trabajar por la paz es nuestro deber; es una dimensión vital de nuestra vocación cristiana.

En todos los frentes de batalla del corazón humano, Jesús nos llama a proclamar el amor, la misericordia y el perdón de Dios. Nos invita a deshacernos de toda envidia y de ambiciones egoístas. Nos llama a hacer todo lo posible para establecer la paz en todas nuestras relaciones.

La paz que anunciamos como cristianos es la buena nueva de la unidad y la comunión en el amor. La buena nueva de un mundo herido que ha sanado y de vidas dañadas que son restauradas.

La Bienaventuranza de la que Él nos habla es: “Bienaventurados los que trabajan por la paz”. Y no: “Bienaventurados los que son pacíficos o están en paz”. Hay una gran diferencia.

La paz cuesta trabajo. La paz es algo que construimos, algo que tenemos que “hacer” todos los días y en todas las circunstancias.

Jesús nos presenta el reto de pensar en la “paz” de una manera nueva. Su paz no es la paz del mundo. En el Evangelio, Él dijo: “No piensen que he venido a traer la paz a la tierra. No he venido a traer la paz, sino la guerra”.

La paz que Jesús nos da no es la falsa paz de los que aceptan la injusticia por miedo o por evitar problemas o confrontaciones. Su paz es algo por lo cual vale la pena luchar.

Cuando Él dice que vino a traer “la guerra”, eso significa que hemos de confrontar todo lo que se interpone en el camino de la paz. Hemos de enfrentarnos y oponernos a todo pecado que encontremos en nuestros propios corazones y en los corazones de los demás. Hemos de luchar contra las fuerzas de la injusticia que encontremos en nuestras comunidades y en el mundo.

El camino hacia la paz está formado por palabras de verdad, por obras de misericordia, y actos de justicia. Sin verdad, misericordia y justicia no puede haber una paz verdadera ni en nuestros corazones, ni en nuestros hogares, ni en el mundo.

Podemos engañarnos a nosotros mismos pensando que la “paz” es la ausencia de conflictos. Pero la verdadera paz sólo puede construirse sobre la base de las relaciones correctas, relaciones correctas con Dios y con los demás.

Entonces, Jesús nos llama a derribar todos los obstáculos que impiden que tengamos una relación correcta con Dios. Él nos llama a unir a las personas y a superar las hostilidades y las actitudes rígidas que las mantienen separadas.

Ser constructores de paz significa trabajar para ayudar a los demás a ver otro punto de vista, a ver el otro lado de la discusión. Significa trabajar siempre por establecer la confianza, por promover la comprensión, y fomentar el perdón y la amistad.

Por eso, mientras seguimos avanzando por nuestro camino cuaresmal, oremos por la paz, en nosotros mismos y hacia aquellos con quienes nos relacionamos, y por la paz en nuestra ciudad y en nuestro mundo.

Y pidámosle a nuestra Santísima Madre María, la Reina de la Paz, que nos ayude a todos a ser siempre instrumentos de paz. VN

El nuevo libro del Arzobispo José H. Gomez, “Inmigración y el futuro de Estados Unidos de América”, está disponible en la tienda de la Catedral de Nuestra Señora de los Ángeles. (www.olacathedralgifts.com).

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