LA SITUACIÓN DE LOS TRABAJADORES HA MEJORADO GRACIAS AL MOVIMIENTO LABORAL

Mucha gente, la mayoría puede decirse, no sabe cuánto le debe al movimiento laboral. Derechos ahora consabidos, como el descanso semanal de dos días, salario mínimo, vacaciones pagadas, jornada de ocho horas, prohibición del trabajo infantil, el mismo derecho a organizarse no existieron siempre, ni son mucho menos concesiones generosas de parte de los dueños de fábricas e industrias, sino que fueron obtenidas a través de muchos esfuerzos y sacrificios a lo largo de más de dos siglos.

Antes de esto, la masa de trabajadores gozaba de escasos beneficios. Hace poco más de cien años, en Europa se castigaba o se deportaba a los obreros que querían organizarse, y en muchos países esto se sigue haciendo, a veces de manera descarnada y violenta, a veces de manera sofisticada.

Los avances de los trabajadores pueden ser vistos como un proceso acumulativo y global: son obtenidos poco a poco y después adoptados como normas laborales, primero en una nación, después en otra. Muchas leyes han tenido que cambiar en este proceso. En los siglos XVIII y XIX, cuando la jornada laboral podía ser hasta de 16 horas, estaba prohibido organizarse en Inglaterra, la cuna de la Revolución Industrial. Hoy, la ley protege en casi todas las naciones el derecho de los trabajadores a unirse y luchar por sus intereses. Por otro lado, es un hecho que las victorias de los trabajadores en una parte del mundo, tarde o temprano, trascienden y terminan universalizándose.

Pues bien, ya adentrados en el siglo XXI, puede afirmarse que la situación de los trabajadores en el mundo ha mejorado gracias al movimiento laboral. La expansión misma de la clase media fue posible en este país debido en buena parte al mejoramiento general del nivel de vida obtenido a través de la acción organizada de los trabajadores en las primeras décadas del XX.

En cambio, cuando no existe una organización que proteja los intereses de la fuerza laboral, los salarios se mantienen deprimidos, el seguro médico y otras prestaciones se encuentran ausentes, los abusos y las arbitrariedades proliferan. No es necesario trasladarse al Tercer Mundo para encontrar condiciones deplorables, incluso infames, de trabajo. Al debilitarse en años recientes el movimiento laboral en Estados Unidos, vuelven a manifestarse condiciones que se creían erradicadas, y sus víctimas son frecuentemente trabajadores indocumentados. Entre los jornaleros son comunes los casos de robo de salario y los accidentes laborales. Entre los trabajadores del campo -como ocurrió varias veces el año pasado- las largas jornadas a la intemperie pueden acarrear la muerte por insolación o la intoxicación por plaguicidas. Los trabajadores extranjeros son “ideales” para trabajar con materiales peligrosos o altamente tóxicos como el asbesto.

Pero además, son blancos de campañas de persecución legal y propagandística (incluso a través de medios de comunicación como CNN) promovidas por sectores recalcitrantes de la sociedad, entre los que se encuentran algunos académicos chovinistas. Estas manifestaciones xenófobas contribuyen a abaratar la fuerza de trabajo, pues si un trabajador ni siquiera puede tener acceso a la sala de urgencias de un hospital en caso de enfermedad, tal como quisieran algunos extremistas, se convierte en una unidad productiva desechable. O si por su calidad de “sin papeles” no se atreve a presentar un reclamo cuando sus derechos son pisoteados o no se le paga por su trabajo, el principal beneficiado es el que lo emplea. El trabajador migrante es el más vulnerable en cualquier parte del mundo, porque supuestamente no tiene derechos.

Pero sí los tiene. De hecho, la fuerza de trabajo extranjera está escribiendo los nuevos capítulos del movimiento laboral en Estados Unidos, a través de movimientos como el de los janitors o conserjes de edificios, el de la industria de los servicios y los jornaleros. En días recientes estos últimos anunciaron el inicio de una alianza con la central sindical más poderosa del país, la AFL-CIO, para promover los intereses en conjunto del sector obrero. Este acuerdo hubiese sido inconcebible hace apenas cinco años, y forma parte de un esfuerzo por revitalizar el movimiento laboral en este país. Este intento llega en buena hora. El traslado de la planta productiva manufacturera estadounidense a países que ofrecen salarios más bajos (y menos protecciones laborales), como China, ha erosionado muchos de los logros obtenidos por los trabajadores durante décadas de lucha. Los beneficios se reducen, los despidos masivos penden como una espada que puede caer en cualquier momento, las pensiones quedan a merced de los oscuros juegos de Wall Street, y paralela a la pérdida de garantías laborales, se desmantela la red de seguridad social que debe proteger al trabajador en caso de cesantía. Aun las promesas del Tratado de Libre Comercio con México, que debía traducirse en generación de empleo para miles de obreros al sur de la frontera, han sido anuladas por la carnada que ofrece China, un edén para el gran capital en el que los trabajadores ganan cinco o seis veces menos que un operario de maquilas en Chihuahua o Matamoros.

Con cada nueva expansión del capital, parece que el movimiento laboral está condenado a quedar hecho añicos, y sin embargo, todavía no se ha descubierto una manera de reemplazar a la gente. Las fábricas de muebles, artículos deportivos y juguetes, las maquilas donde se cose o se pegan piezas, las grandes ensambladoras de cafeteras, televisores, lavadoras y estereos no han desaparecido. Han sido trasladadas a ultramar y sus productos entran todos los días en contenedores por puertos como el de Los Angeles para ser distribuidos y vendidos en Estados Unidos. El trabajo humano no ha sido reemplazado, al menos no tanto como algunos quisieran, por el de las máquinas, sino que otros trabajadores en partes remotas del globo fabrican -a cambio de una retribución mucho menor-, lo que antes se hacía en Los Angeles o inclusive en México.

Para contrarrestar estas tendencias, las organizaciones laborales han tratado de encontrar fórmulas de cooperación que trasciendan fronteras, y sus delegados exponen a cada rato las condiciones brutales que imperan en los sweat-shops del mundo, lo que ha llevado a que muchas tiendas en EE.UU adopten, a veces a regañadientes, normas para excluir la explotación infantil y los productos que se manufacturan bajo condiciones de extremo abuso.

Las nuevas tecnologías de información y comunicación crean numerosas oportunidades y abren ingeniosos canales para que los trabajadores se comuniquen entre sí de una a otra parte del planeta. Si los gobiernos y la clase política de los grandes centros de poder, por conveniencias comerciales o políticas no hace nada por impedir el regreso a condiciones que existían en los tiempos de la Revolución Industrial, sino más todo lo contrario, el movimiento laboral debe acelerar su propia globalización y buscar que se creen protocolos internacionales para la defensa de sus propios intereses.

Pero, por supuesto, para construir esta nueva red gigantesca, los trabajadores deben comenzar defendiendo sus intereses en sus propias ciudades y campos, como hacen los janitors, los jornaleros y los trabajadores de los hoteles. Aunque suene paradójico, la internacionalización comienza en casa. VN

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