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LA RESPUESTA HA SIDO DE UNIDAD, DISCIPLINA Y PACIFISMO

Los inmigrantes de Estados Unidos asomaron la cara de costa a costa

Desde temprano en la mañana, familias y grupos empezaron a llegar al centro de Los Angeles desde los cuatro puntos cardinales. Los estacionamientos estaban atestados. Las estaciones del Metro a reventar. En Pico Union, Santa Ana, Huntington Park y en la calle Broadway, y en los callejones angelinos donde se expende ropa, juguetes, piñata, relojes, música, tortas y electrodomésticos, el comercio estuvo paralizado. Millares de transportistas pararon en el Puerto de Los Angeles. Fue un día sin inmigrantes. Ciudades enteras detuvieron su actividad. A mediodía, el centro cívico angelino era un hervidero de humanidad. Al atardecer, en la calle Wilshire, un caudal de gente descendió hasta La Brea. Los Angeles, ciudad de inmigrantes. No había temor. El mundo estaba observando. Los inmigrantes de Estados Unidos asomaron la cara de costa a costa y le dieron un pequeño sacudón a la economía para hacer recordar quién mueve las palancas.

Por primera vez en su historia, EE.UU celebró un auténtico 1º. de Mayo. Aunque el día internacional de los trabajadores, el que se celebra en el resto del planeta, se originó en este país (hace exactamente 120 años, durante las movilizaciones por la jornada de ocho horas), Estados Unidos nunca lo adoptó. El día oficial del Trabajo -Labor Day-, que es lo que más se le asemeja, es más un hito de las campañas electorales que tributo a quienes crean la riqueza. ¿Qué podía ser más significativo que el hecho de que la nueva fuerza laboral del país, con rostro sudoroso de inmigrante, desfilara el 1º. de Mayo? Aunque abrumadoramente latino, también hay en ella filipinos, coreanos, indios y senegaleses. Fue una fiesta dóblemente simbolica: reafirmación de los trabajadores que celebran sus aportes, y abierta declaración de su carácter inmigrante. Mares de blanco azul y rojo. Los inmigrantes dieron una nueva lección de civismo. Las marchas han servido en la historia para hacerse escuchar y entender. El nuevo movimiento por los derechos civiles tiene lugar aquí y ahora, y es pacífico.

“Queremos respeto”, coreaban los manifestantes que desfilaron en Los Angeles, Chicago, Houston, Miami, San José y Nueva York. Si nosotros contribuimos a que su vida sea más fácil, placentera y civilizada, a que su mesa esté bien servida, a alimentar y llevar a la escuela a sus hijos, a transportar y descargar sus muebles, sus televisores y sus camas, lo menos que pueden ofrecernos a cambio es consideración humana. No nos deshumanicen porque sino ustedes también se deshumanizan.

Unos días antes de las manifestaciones, en una encuesta dada a conocer por Los Angeles Times, se decía que el 70% de los californianos rechaza las soluciones méramente policiales al problema de la inmigración indocumentada, y que se inclina más por una estrategia integral. Parece un buen comienzo. Y un rechazo de plano a propuestas como el malhadado proyecto Sensenbrenner, que quiere hacer de todos los trabajadores indocumentados, delincuentes, casi criminales. Ojalá que ese tipo de opiniones, así como la movilización nacional del 1º. de Mayo, influyan en el voto de los senadores, que planean retomar el punto de la reforma de inmigración al final del mes. La última vez que el Senado abordó esa cuestión no pudo llegar a un acuerdo. Una propuesta de los senadores Chuck Hagel y Mel Martínez no prosperó. Los defensores y los representantes de los inmigrantes rechazaron este plan porque divide a los inmigrantes en tres categorías según el tiempo que hayan residido en EE.UU: los que se pueden quedar (pero bajo condiciones tan duras que prácticamente muchos son excluidos); los que deben salir del país para gestionar el derecho a la residencia, y los que de plano son expulsados sin consideración. Si se aplica este criterio en EE.UU millones de familias resultarán divididas, pues en una misma familia habrá personas de las tres categorías.

En el debate sobre los inmigrantes hay poderosas fuerzas oscuras que andan detrás de soluciones extremas. Algunas de estas evocan las primeras directrices de un programa de “limpieza racial”. Hace algunos años, un residente de origen serbio que quería justificar la matanza de sus compatriotas bosnios bajo la batuta de Slobodan Milósevic, dijo a un reportero de la televisión angelina que el problema de los serbios con los bosnios podía compararse al de los estadounidenses blancos con los inmigrantes hispanos. Dios nos ampare de parecidos discursos.

Pero el movimiento por los derechos de los inmigrantes anda bien encaminado. A los embates de la xenofobia, el racismo y el purismo cultural, ha respondido con unidad, disciplina y pacifismo ejemplares. VN

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