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LA PASCUA Y LAS BENDICIONES DEL REINO

Por Monseñor JOSÉ H. GOMEZ, Arzobispo de Los Ángeles

18 de abril de 2014.- Las Bienaventuranzas de Jesús nos enseñan que tenemos una vocación a la bienaventuranza.

El camino de las Bienaventuranzas brota de la tumba vacía de Cristo. Podemos transitar por este camino porque con su amor Jesús conquistó el odio del pecado y la corrupción de la muerte.

La creación comienza de nuevo en esa primera mañana de Pascua. La humanidad es entonces renovada y restaurada a la imagen que Dios quiso en el principio, a la imagen de la primera creación.

Jesús bajó del cielo y entró en este mundo como verdadero Dios y verdadero hombre. Y por su cruz y resurrección se convirtió en el puente que une el cielo y la tierra. Todo el género humano, a través de la humanidad de Jesús, de su muerte y resurrección, puede ahora ir más allá y participar nuevamente en las bendiciones de la divinidad de Dios.

Su tumba vacía abre un nuevo mundo para nosotros, un nuevo mundo al que nos unimos por la fe y por el Bautismo. Éste es el motivo por el cual cada año renovamos nuestras promesas bautismales en Pascua.

Los salmistas y los profetas nos han enseñado a esperar el día en que Dios nos purificará de toda impureza y creará en nosotros un corazón puro. Eso es lo que sucede en el día de nuestro Bautismo: ese día, el amor de Dios es derramado en nuestros corazones.

En la sexta Bienaventuranza, Jesús describe las bendiciones del Bautismo: “Bienaventurados los limpios de corazón”.

La pureza de corazón es el resumen de la vida de bienaventuranza a la que Jesús nos llama. Los limpios de corazón son una nueva creación, son hombres y mujeres restaurados conforme a la imagen de Dios según la cual hemos sido creados. Así, redimidos y renovados, llegamos a ser capaces de compartir la visión de Dios y sus propósitos.

Los limpios de corazón son la “nueva humanidad” de la que habla San Pablo. Son aquellos que son pobres y humildes, que lloran con los que lloran y que tienen sed de justicia. Ellos trabajan por la paz donde encuentran conflictos y están dispuestos a dar su vida por Dios y por Sus causas. Ellos son el pueblo de las Bienaventuranzas.

Ser limpios de corazón se refiere a mucho más que tan sólo la castidad y la modestia. La pureza es toda una forma de vida; es un camino de santidad. Esta Bienaventuranza nos llama a purificar no sólo nuestras acciones sino también nuestros deseos. Tenemos que liberarnos del actuar por motivos egoístas y por ambiciones mundanas.

Ser limpios de corazón significa que sólo queremos una cosa: amar y glorificar a Dios con nuestras vidas, haciendo Su voluntad, mediante la búsqueda de Su Reino.

Jesús nos dice que los limpios de corazón verán a Dios.

Esta Bienaventuranza, como todas las demás, conlleva una promesa específica. Jesús promete consuelo a los que lloran, satisfacción a los que tienen hambre, misericordia a quienes son misericordiosos.

Todas las promesas de las siete Bienaventuranzas son dimensiones del Reino de los cielos, que es la promesa de la primera y última Bienaventuranzas.

El Reino es la voluntad de Dios para el mundo. Su Reino es su Iglesia, la nueva familia de Dios, que es nuestra herencia por el Bautismo. Las Bienaventuranzas son los valores del Reino de Dios y los medios a través de los cuales este Reino crece.

Jesús nos dijo que su Reino no viene a través de signos que podemos observar o señalar.

Su Reino va llegando poco a poco. Viene a través de todas las formas en las que le permitimos a Dios que actúe en nuestras vidas: a través de nuestra pobreza y humildad; de nuestra solidaridad y misericordia; de nuestro trabajo por la justicia y la paz; de nuestros sacrificios por lo que es correcto y verdadero.

Al vivir las Bienaventuranzas, estamos construyendo Su Reino. A través del testimonio de nuestras vidas, un nuevo mundo de fe surge en este mundo.

Ciertamente no vamos a conocer la plenitud de las promesas de Dios hasta que lleguemos a la vida futura.

Jesús nos dijo que su Reino no es de este mundo. Pero empieza ya aquí. Un día veremos a Dios cara a cara. Pero podemos vivir en la nueva luz de su presencia y de su amor ya desde ahora, todos los días, cuando vivimos la misión de nuestro Bautismo, cuando vivimos las Bienaventuranzas.

Entonces, en este glorioso tiempo Pascual, en el que todo el mundo es renovado y en el que a toda vida se le ofrecen nuevas posibilidades de santidad y de amor, sigamos orando unos por otros.

Les deseo a todas sus familias una Pascua llena de bendiciones. Y que éste sea un tiempo en el que todos nosotros crezcamos en santidad, en un seguimiento más cercano de Jesús y en vivir la vida nueva que Él nos ofrece.

Y que nuestra Madre María, que dijo que todas las generaciones la llamarían Bienaventurada, nos conceda a todos una alegría renovada por vivir las Bienaventuranzas.

El nuevo libro del Arzobispo José H. Gomez, “Inmigración y el futuro de Estados Unidos de América”, está disponible en la tienda de la Catedral de Nuestra Señora de los Ángeles. (www.olacathedralgifts.com).

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