LA MISIÓN DE LLEVAR A JESÚS A LOS DEMÁS
Por Monseñor José H. Gomez, Arzobispo de Los Ángeles
18 de octubre de 2013
Esta semana les escribo desde Tierra Santa, a donde vine en peregrinación con unos 300 de nuestros hermanos y hermanas de la Arquidiócesis.
Nunca había estado aquí antes, y me siento bendecido por esta oportunidad de seguir las huellas de Jesús. La tierra de aquí es santa y rica en historia. No sólo de la historia de los pueblos, tribus, reinos e imperios, sino también, de la historia de Dios, de la historia de su plan amoroso de salvación.
Es impresionante para mí reflexionar sobre el hecho de que, en estas colinas y llanuras, Dios habló y se reveló a sí mismo, en medio del fuego ardiente y de los truenos. Bajo este cielo Jesús transitó por estos caminos, sanando a los ciegos, curando a los enfermos y pronunciando palabras de misericordia y de perdón.
Y aquí, en este lugar, nació la Iglesia, de la misión que Jesús le dio de continuar con su trabajo: “Vayan, pues, y hagan discípulos de todas las naciones”.
Es bueno que recordemos esto ahora que la Iglesia se prepara para renovar su compromiso misionero en el Día Mundial de las Misiones.
Este domingo damos gracias por los hombres y mujeres —sacerdotes, religiosos y laicos— que responden generosamente al llamado de Dios dejando familia y amigos para ir a anunciar a Cristo en tierras y culturas extranjeras. Oramos para que muchos más se unan a ellos en este servicio de la misión evangelizadora de la Iglesia.
Pero este domingo también recordamos que Jesús nos confió esta misión de evangelización a cada uno de nosotros.
El Papa Francisco dijo recientemente: “Toda persona bautizada es un ‘cristóforo’, es decir un portador de Cristo, tal y como lo decían los antiguos santos Padres. Cualquiera que haya encontrado a Cristo, como la samaritana en el pozo, no puede mantener esta experiencia para sí mismo, sino que tiene el deseo de compartirla, de llevar a Jesús a los demás”.
Este fue el tema principal de mi primera carta pastoral, “Testigos para el nuevo mundo de la fe”, que publiqué hace un año.
Durante este Año de la Fe, he tratado de dirigir nuestra atención a esta dimensión esencial de nuestra identidad católica: la vocación misionera a anunciar el Evangelio y a invitar a otros a que se nos unan en el seguimiento de Jesucristo.
Nuestra fe en Jesús es un don que está destinado a ser compartido. Como escribí en mi carta:
“Estamos llamados a transmitir a los demás la fe que hemos recibido. Estamos llamados a compartir con los demás el amor de Dios que conocemos. Esta es la identidad y la responsabilidad más elemental de todo católico… Nuestro mundo volverá a Dios, pero no solamente con palabras y programas, no importando cuán elocuentes y bien pensados estén. Nuestro mundo volverá a Dios solamente por medio de testigos, del testimonio de hombres y mujeres que con el ejemplo de sus vidas atestigüen que Jesucristo es real y que su Evangelio es el camino a la verdadera felicidad”.
Aquí, desde Tierra Santa, conforme entramos en las últimas semanas del Año de la Fe, he empezado a volver a estos temas de mi carta pastoral en mis breves comunicaciones por medio de Twitter y en mi página de Facebook.
Estas semanas finales son una oportunidad para todos nosotros de reflexionar acerca de nuestro compromiso y testimonio misioneros. ¿Estamos viviendo lo que decimos que creemos? Tenemos que preguntarnos a nosotros mismos: ¿Pueden las personas con las que vivimos y la gente con la que nos encontramos cada día, encontrar el camino hacia Dios a través de nosotros? ¿Pueden ellos saber que somos cristianos por la alegría de nuestros corazones y por la manera en que actuamos?
La evangelización empieza siempre en el corazón del creyente, en mi corazón y en el de ustedes. Y nuestra vida será siempre el testimonio más creíble que podamos ofrecer acerca de la verdad del Evangelio.
La evangelización tiene su propio “lenguaje”, y este lenguaje se habla más por medio de las acciones y actitudes que por medio de las palabras.
A través del testimonio de nuestras vidas podemos hacer que el Evangelio “se encarne”, que sea vivo y visible. A través de nuestro amor y compasión nos es posible iluminar el camino para que los demás puedan encontrar la misericordia y la reconciliación de Dios. A través de nuestro trabajo misionero para llegar a los demás —incluso a aquéllos que se han alejado de Dios— podemos despertar en sus corazones la esperanza de una nueva vida.
En este momento especial de cercanía a Dios en Tierra Santa, estoy orando por cada uno de ustedes. ¡Por favor oren por mí! Y esta semana, oremos para que todos nosotros tengamos una fe más fuerte para dar testimonio de la misericordia de Dios y para que la compartamos a través de nuestras palabras de comprensión y nuestras obras de amor.
Y pidámosle a nuestra Santísima Madre María que nos ayude a llevar a nuestros hermanos y hermanas a un encuentro renovado con Jesucristo, el único que puede hacer que nuestra vida sea bella y completa.VN
El nuevo libro del Arzobispo José H. Gomez, “La inmigración y la América por venir”, está disponible en la tienda de la Catedral de Nuestra Señora de los Ángeles. (www.olacathedralgifts.com).
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