
LA MÁXIMA DE LAS VERDADES DEL UNIVERSO
Por Monseñor JOSÉ H. GOMEZ
Arzobispo de Los Ángeles
30 de julio de 2015.- Adaptado de la homilía del Arzobispo José H. Gomez, el 26 de julio, en la Catedral de Nuestra Señora de los Ángeles.
Como estoy seguro de que se habrán enterado, el 21 de julio, nuestro Santo Padre, el Papa Francisco nombró a tres nuevos obispos auxiliares para la Arquidiócesis de Los Ángeles.
Dos de los nuevos obispos son sacerdotes de Los Ángeles: Monseñor Joseph Brennan y Monseñor David O’Connell. El otro es un sacerdote de la Arquidiócesis de Chicago, el Padre Robert Barron.
Nuestro Santo Padre nos ha dado nuevos obispos que son buenos sacerdotes, que son hombres de oración y hombres de servicio. Él nos ha dado nuevos obispos que tienen un corazón inclinado a los pobres y una pasión por compartir la buena nueva de la misericordia y del amor de Dios con todos en el mundo de hoy.
De manera que yo también estoy muy agradecido con nuestro Santo Padre, el Papa Francisco, por la preocupación y cuidado que tiene por las necesidades pastorales de la Arquidiócesis de Los Ángeles. Es una gran alegría para todos nosotros dar la bienvenida a estos nuevos tres obispos de la Arquidiócesis de Los Ángeles.
La lectura del Evangelio de esta mañana es de San Juan. Lo primero que notamos en la hermosa historia del milagro de los panes y los peces, es la reacción de Jesús, la emoción humana de Jesucristo.
Una gran multitud se reunió para oírlo; por lo menos 5 mil personas se han acercado a él. Y ahora, cuando el día ya ha declinado, ellos están lejos de su casa y no tienen nada qué comer.
Jesús sabe que tienen hambre y quiere darles de comer. Podemos percibir lo mucho que él se preocupa por ellos, lo mucho que los ama. Su corazón se conmueve y él realmente quiere cuidar de ellos.
Pero nos damos cuenta de algo más, también. ¿Cómo realiza Jesús su milagro? Primero él hace que sus Apóstoles sean conscientes de las necesidades de la gente.
Escuchamos su diálogo con los apóstoles.
Jesús le dijo a Felipe: “¿Dónde podemos comprar suficiente comida para que ellos coman?” Le dijo esto para ponerlo a prueba, pues él bien sabía lo que iba a hacer.
Mis hermanos y hermanas, creo que Jesús está ayudando a los Apóstoles y también a todos nosotros a ser conscientes, a ser sensibles a las necesidades de los demás, especialmente a las necesidades de los que están más cerca de nosotros en nuestras familias, y a las de los que están más necesitados.
Esto es lo que Jesús quiere que hagamos.
Por lo tanto, si estamos escuchando a Jesús en nuestra oración, como de hecho lo estamos haciendo, él abrirá nuestros corazones a los demás para que podamos servirlos.
Ahora bien, ¿qué pasa después, en nuestro Evangelio?
Los Apóstoles encuentran a un muchacho que tiene apenas cinco panes de cebada y dos pescados. Y entonces Jesús les pide a los apóstoles que le digan a la gente que se siente.
Así que ya ven, él quiere que los apóstoles sean conscientes de las necesidades de los demás, pero también quiere que los Apóstoles lo ayuden, que tomen parte en su misión.
Como podemos ver a cada paso en los Evangelios, Jesús está obrando a través de sus Apóstoles. Él abre el corazón de ellos a las necesidades de la gente y luego los involucra en la búsqueda de una solución.
Y sucede lo mismo con nosotros. Jesús nos necesita, a cada uno de nosotros, para que le ayudemos a ayudar a los demás. Jesús nos necesita para preparar a los demás para que ellos puedan recibir el don que él quiere darles, el don del amor de Dios, el don de la Eucaristía.
Jesús tomó el pan, dio gracias, y luego ofreció el pan a la gente. Suena conocido. Es algo que escuchamos cada vez que venimos a Misa.
En la Última Cena, Jesús hizo exactamente lo mismo. Tomó pan, dio gracias y les dio el pan a sus discípulos.
A través de este milagro de alimentar a 5 mil personas, Jesús nos está mostrando un regalo aún mayor, un milagro mayor, la mayor de todas las verdades del universo: la realidad de la Eucaristía.
Que es cuando Jesucristo está realmente presente en el pan y en el vino que se convierten en su Cuerpo y en su Sangre.
Entonces, ¡tenemos que experimentar la importancia de la Eucaristía para nuestra vida, para nuestra vida cristiana! La Eucaristía es nuestra comida y bebida espiritual. ¡Jesús mismo nos está alimentando! De la misma manera que lo hizo cuando alimentó a las 5 mil personas.
Cada vez que celebramos la Eucaristía, nuestro Señor sigue tomando el pan, dando gracias, y ofreciéndonos el pan de la vida eterna. Y lo está haciendo a través de las manos de sus sacerdotes.
Así que nunca podemos pensar de forma superficial acerca de la Eucaristía. Tenemos que venir a Jesús con reverencia y asombro, siendo conscientes de que el milagro que sucede cada vez que venimos a Misa es más grande, más importante que darle de comer a 5 mil personas que no tienen alimentos.
Es algo hermoso.
Así que, como podemos ver, el Evangelio nos habla hoy sobre el milagro de la Eucaristía. Pero, una vez más, nos habla también de cómo Jesús quiere que seamos parte de su misión, de cómo quiere que colaboremos con él y le llevemos a Dios a la gente y a la gente, a Dios.
Incluso al final del pasaje del Evangelio, como hemos escuchado, Jesús les confía a los Apóstoles la misión de recoger las sobras. Y con las sobras, como habrán podido notar, se llenan exactamente doce canastos. Uno para cada uno de los apóstoles.
Entonces, este es un mensaje para nosotros, mis hermanos y hermanas, Jesús nos está llamando a todos nosotros, en cada momento, para ayudarlo a satisfacer las necesidades de las personas que nos rodean.
Así, cada vez que recibimos a Jesús en la Eucaristía, recibimos un llamado, un llamado personal para que vayamos y compartamos con las personas que nos rodean y para que las sirvamos y hagamos todo lo posible por darles la felicidad de conocer la belleza del amor de Dios hacia cada uno de nosotros.
Él quiere que seamos sensibles a sus necesidades. Él quiere que compartamos nuestro pan con el hambriento. Jesús quiere que llevemos a la gente a Dios, que llevemos a la gente a la Eucaristía.
De modo que hoy, pidamos especialmente la gracia de estar siempre agradecidos por la presencia real de Jesús en la Eucaristía. Pidamos estar bien preparados para recibir a Jesús en la Eucaristía, pidamos recibirla tan frecuentemente como sea posible, por lo menos todos los domingos.
Y luego, pidamos la gracia de salir y ser apóstoles de Cristo en el siglo 21. La gracia de ser como aquellos Doce, de ayudar a Jesús a alimentar a las personas y a llevarles alegría y paz a los hombres de nuestro tiempo.
¡Démosle gracias a Dios también por nuestros nuevos obispos auxiliares! ¡Oremos por nuestro Santo Padre, el Papa Francisco!
Y pidámosle a nuestra Santísima Madre María, Reina de los Ángeles, que nos ayude a ser mejores apóstoles, a servir a quienes nos rodean con amor y caridad. VN
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